viernes, 30 de diciembre de 2011

En las nubes permanece tu recuerdo


Mamá llegó del mercado, con el carrito a sus espaldas toda la santa cuesta que había que subir hasta llegar a nuestro portal: el nº 48 de la calle Alegría. Pero mi madre subía muy sería y con los ojos acuosos. Otra vez había estado llorando. Se puso la bata. Una bata primaveral que parecía un mantel de los que se extienden en un campillo para celebrar un pic-nic. Y del bolsillo sacó un pañuelito blanco bordado por ella misma. Con él se secó las lágrimas que ya empezaban a caer y recorrer sus mejillas ligeramente arreboladas por el calor de la chimenea recién encendida. Yo me calentaba al fuego de aquel salón acogedor, con cuadros prerrafaelistas en las paredes y cubertería de plata en las vitrinas. No sabía por qué lloraba esta vez mi madre pero debía ser muy grave pues estalló en sollozos creyendo que yo dormía en mi cuarto. Después una llamada telefónica y entre suspiros un “pero no puedo tener otro. Todavía estoy muy débil...” Mamá acababa de superar una infección de estómago que la había dejado muy debil. Llegó a estar tan grave que su cuerpo no absorbía los nutrientes necesarios por lo que adelgazó mucho y al mismo borde de la muerte estuvo. Le costaba respirar todavía y se la veía desmejorada. Lo entendí enseguida. Hablaba con el médico. Iba a tener otro bebé. La noticia recorrió mi columna vertebral como si fuera un cubito de hielo en pleno invierno, con las habitaciones enfriadas por la noche y sin un fuego que calentase las manos. Se me debió poner una mirada temerosa pues noté que arrugaba mucho la frente y las comisuras de mis labios se curvaban hacia abajo en una mueca de total desagrado. Lo que vendría después, ya me imaginaba, serían múltiples atenciones a ese pequeño y vulnerable ser que, sin duda, se convertiría en el rey de la casa. Un rey egoísta, egocéntrico y narcisista que me quitaría todo el protagonismo. Por su puesto esto no lo pensaba conscientemente. Yo solo sentía como si un pedazo de mi corazón se hubiera muerto. Cuando llegó mi padre se produjo una fuerte discusión en la cual yo intenté mediar empujando a mi padre, pues él era el que gritaba fuerte y levantaba las manos con gesto amenazante. Pero después del sofoco vi a mi madre sonreír, escondida en un rincón, mientras pasaba el paño a su figurita favorita: una niña bebiendo de una fuente.

Al día siguiente, hurgando en el bolso de mi madre, como acostumbraba a hacer sin que ella me viera, descubrí un cuaderno. Las cubiertas eran blancas y en su interior reconocí la letra de mi madre escribiendo a una tal Rosita. El texto era muy largo. Por lo menos de dos páginas y en un lateral de la hoja ponía la fecha con bolígrafo rojo. La letra de mi madre era muy bonita. La minúscula redondita y cuidada como la de mi profesora del colegio y la mayúscula elegante y afilada como una vampiresa de verdad. Al principio no lo entendí pero según iba leyendo me di cuenta de que se trataba de cartas a su futura hija. Mi madre todavía no sabía lo que iba a ser pero en su fantasía se imaginaba a la niña de la fuente y la canción que inventó para ella, en otros tiempos, cuando papá todavía la besaba con ímpetu y le hacía el amor con ternura. En esa canción la llamaba Rosita. Me sentí tremendamente enfurecida pues a mi, durante su embarazo no me había escrito cartas o, al menos, yo no las había visto. Sentí deseos de matar a esa niña. La usurpadora de mi amada, pues en mi fantasía yo estaba enamorada de mi madre y aquello no podía ser más que una traición. Fue pasando el tiempo y mamá tejía jerseys diminutos y compraba patucos y demás prendas infantiles. Incluso hablaron de comprar la cuna y algunos utensilios para el cuidado del próximo hermano. Yo, me moría de envidia.

Como siempre aquella noche me mandaron pronto a la cama. No hubo pasado ni una hora. Siempre atenta al pequeño reloj, iluminado por una vela, que parecía un diamante perdido en una cueva. Cuando mis padres empezaron a hacer el amor. Mi madre gemía simulando placer y mi padre la embestía como descargando en ella toda la agresividad contenida de un día de perros. Yo los espiaba tras la puerta de mi dormitorio. Entonces mi madre me vio y yo corrí a la cama temiendo que en su vergüenza me abofeteara la cara. Pero calló y continuó con el acto que yo sabía que para ella era un suplicio. En mi cama envidiaba a mi padre y su falo. Con el poseía a mi madre, la hacía suya y a la par a esa niña, Rosita, que iba a nacer. Yo no podía poseer a mi madre porque no tenía falo. Me habían castrado, por mala. Por desear la muerte de la hermanita y por muchos otros pecados que cometí siendo muy niña. Por otro lado temía que mi padre con su falo matara a la hermanita pues lo imaginaba fuerte como una barra de hierro y doloroso dentro del sexo de mi madre. La iba a matar. Los oía gemir, se revolcaban, se chupaban y olisqueaban como animales. Entonces me convertí en mi padre, ya me había quedado dormida, ahora tenía falo y podía poseer a mi madre. Mi pelo, dorado y lacio como un sauce, seguía siendo el mismo pero el rostro era el de mi padre. Sin embargo era yo y estaba haciendo el amor con mi madre. Por fin estábamos juntas. Llenas de un ardiente deseo, disfrutando la una con la otra, amándonos como dos enamorados donde no cabían ni hermanos ni progenitores. La embestí con mucha fuerza. Y entonces deseé la muerte de esa niña. La que estaba dentro de su vientre. El feto. Y con mi falo intenté asesinarla. Al día siguiente me levante enferma, agotada por un sueño tan abrumador. Me sentía muy mal por mi deseo y mi libidinosa fantasía. Me acerqué a la cama de mis padres. Mi madre aún se hallaba dormida con el semblante relajado lo que le aportaba cierta sensualidad espiritual. Como una virgen pecadora. Quise meterme bajo las mantas, a su lado. Que el calor de su cuerpo envolviera el mío en una evanescencia que me adormeciera. En tonces vi el charco de sangre. Creo que papá también lo sabía pero hacía como si nada. Se encontraba desayunando tranquilamente junto a la ventana de la cocina, mirando el jardín y tal vez pensando que había que cortar algo de la maleza que había crecido a un lado de la verja. Yo me levanté y me puse a jugar con mis muñecas. No sé por qué no se lo dije, tal vez porque sabía que él ya se había dado cuenta y tal vez porque con su silencio me daba a entender que no había que decir nada, Que no se podía hacer nada. Supe que la niña había muerto. Yo la había matado con mi falo la noche anterior. Yo era la culpable. Me puse a jugar con mis muñecas. Eran dos. Las dos de trapo. Una estaba embarazada y la otra le golpeaba el vientre. Cogí unas tijeras y le acuchillé la tripa a la muñeca embarazada. Solo salió espuma esponjosa como la que se utiliza para rellenar algunos cojines. Entonces mi madre  se despertó. Tuvo que marcharse a toda prisa al hospital, ella sola, mientras mi padre leía el periódico y se mesaba los bigotes, indiferente. Aún quedaba en mi la esperanza de que mi madre hubiera vuelto a enfermar y que no se tratara más que de una afección que para nada tenía que ver con su embarazo. Esperé mucho tiempo. Mucho. Esperé a que naciera esa niña. Pero la niña no nació. Un día mientras mi madre limpiaba a la niña de la fuente, en la cocina, me atreví a preguntarla por la hermanita, a lo que ella me contestó que si miraba el cielo en la claridad del día podría ver su rostro en las nubes. Yo me asome a la ventana y la vi. La nube mostraba un rostro infantil con grandes ojos y pelo con bucles de humo. Me fijé bien. Estaba profundamente triste.

Paloma muerta


Hoy no hay niños en el parque. Llueve mucho y hace frío. La soledad se mete en los zapatos y no te deja caminar. Hay una paloma herida en medio de la carretera que lucha por sobrevivir. Pero es en vano. Pronto algún coche la atropellará y en el aire ya sólo quedará un gorjeo acongojado y suplicante. Ya sólo quedarán las plumas de una paloma herida, sucia de barro y maloliente. El viento se llevará sus súplicas de paloma triste y el coche se alejará sin mirar atrás dejando a la paloma muerta. No hay niños en el parque. El viento hace que los columpios se balanceen al son de una leve lluvia como brisa de mar. Los niños están en sus casas, ya en la cama, arropados hasta el cuello, esperando el beso de las mamás y tal vez un vaso de leche. Pero ninguno de ellos verá a la paloma herida en medio de la carretera. Ni siquiera la presentirán, no oirán sus súplicas, no sentirán su frío ni su dolor, ni podrán imaginar su fatal destino. Si algún niño de los que no están esta tarde en el parque hubiera conocido a la paloma tal vez la hubieran llevado a su casa y la hubieran curado. Tal vez la habrían dado de comer y la habrían mimado. Pero desde sus casas no pueden ver a la paloma y ya es tarde para salir a la calle. Las madres acuestan a sus hijos. Pero mañana saldrá el sol y muchas otras  palomas acudirán a los parques para recibir migas de pan de los viejos. Y la soledad ya no se meterá en los zapatos para no dejarte caminar, como mucho alguna dichosa chinita. Y de la paloma muerta ya no quedará nada y nadie se acordará de ella.

jueves, 29 de diciembre de 2011

ÚLTIMA PÁGINA DE UNA MUJER VIVIDA

De niña
Fracasé como mujer-niña. Fracasé como mujer-adolescente. Fracasé como mujer-amante. Fracasé como mujer-universitaria. Fracasé como mujer-esposa. Fracasé como mujer-ama de casa. Fracasé como mujer-trabajadora. Fracasé como mujer-madre. Fracasé como mujer-musa y como mujer-errante.

Ahora, a un suspiro, he de decir... que fracasé en la vida.

Al que quiero tener y que irremediablemente se marcha.......


Llovía en mi ventana. Y mis ojillos se deslizaban por la amargura de las nubes, por la ternura de tu rostro reflejado en la Luna. La noche, esponjosa como un cabello de estrellas de mar, me clavaba su cuchilla plateada. Todo porque no estabas a mi lado. Porque no podía tener la frescura de tu piel, escribir en la página de tu diario besos y caricias. Y voy perdiendo el norte cuando me ruborizo si dices mi nombre. Si tus dedos sigilosos rozan mi pecho bajo las lágrimas blancas de esa lámpara que mi madre nos hizo comprar. La luz seguirá encendida por si ellos vuelven y se meten dentro de la cama, dentro de mi vientre, dentro de mi garganta y me convierten en la otra, esa que tú no quieres tener. Pero la noche es una viuda con vestido de lentejuelas y me ha dicho que ya solo habitas en mi recuerdo, que ahora eres un alma que arrastra sus penas, vagando, rondando a niñas apáticas y desvergonzadas. Que ya no me quieres, que nunca me quisistes.... y yo... te quise tanto.

El techo estrellado


He visto muchos techos. Me han cobijado techos azules, macilentos, con vigas, naranjas, descascarillados, húmedos, techos con mosquitos, con una modesta lamparita sin lamparita alguna, techos apasionados, sonrientes, tristes, amargos, locos, techos borrachos, apáticos, tiernos, aturdidos, melancólicos, aburridos, techos al borde de la paranoia, paranoicos por completo, angustiados, esperanzados, satisfechos, techos embarazados, escuálidos, fofos. Y cada techo ha sido una etapa. Y en las noches, cada techo ha presenciado infiernos y paraísos.

Alguna vez mi techo fue estrellado. Sin duda ese fue mi techo favorito. Techo que presenció un paraíso, una etapa sin barreras, llena de ilusiones, de cuentos. Iba de la mano de mi padre. Él fumaba y me contaba que una mujer rubia le perseguía, una mujer que podía ser una espía, alguien que vigilaba todos sus actos . A mi me pareció ver una estrella en el suelo. Una estrella que se había caído del cielo. De aquel techo estrellado que escuchaba las confesiones de un alcohólico a su hija de cinco años. Y quise coger la estrella pero no pude. Estaba pegada al suelo. Yo la quería tener. Para mí significaba un tesoro único, algo que ningún otro niño tendría jamás, como coger la luna. Un regalo de ese ángel al que rezaba por las noches, el que me dijeron era ángel de mi guarda. Pero la estrella estaba pegada al suelo. Mi padre no la vio. Y pasamos de largo. Él fumando y contándome que había una mujer rubia que le perseguía. Y yo triste por no haber podido coger la estrella. Al siguiente día volví al mismo sitio con un destornillador para despegar la estrella. Pero la estrella ya no estaba allí. Pensé que había vuelto al cielo. Pero, de pronto, vi a mi padre acercarse a mí. Estaba cambiado. No iba despeinado ni con el abrigo sucio. Se había afeitado y su gesto lejos de mostrarse atormentado aparecía luminoso y risueño. En sus manos sostenía algo, como si fuera un pajarillo. Y cuando estuvo a mi lado, abrió las manos y entonces, entonces pude ver ¡la estrella!. Pegué la estrella a mi corazón. Cuando volví a ver a mi padre le pregunté como había conseguido despegar la estrella del suelo y él me contestó “¿dé qué estrella me hablas, María?” Entonces lloré. Lloré porque ya no supe si el loco era él o la loca era yo. Lloré porque enseguida comprendí que los locos éramos los dos. Por que las fantasías con estrella no caben en un mundo materialista. Por que querrían destruirnos junto a nuestros sueños. Y entonces me arranqué la estrella del corazón y se la enseñé y le dije enfadada “de esta estrella te hablo, papá. De esta estrella.” Y él dijo “ah, de esa estrella. Claro, lo había olvidado.” Y como tenía por costumbre, me guiñó un ojo. Creo que al final la estrella se nos escapó. Porque ninguno de los dos hemos tenido suerte. Porque a él le mataron. Porque a mí me han encerrado, me han humillado y la mala suerte se ha empeñado en colgarse de mi mano, como un niño huérfano y diabólico. Y ahora mismo lo único que deseo es que alguien, al leer esto, se de cuenta de que las fantasías valen más que los objetos. Si alguien se armara de fantasías y prescindiese de los objetos... Si ese verdadero héroe existe por favor que me lo haga saber.

martes, 27 de diciembre de 2011

Duele tanto.....

Sonríe

No temas nada
Mariposa sin alas
Muerta
Debajo de una cama

Lucha hasta caer exhausta
Vas descalza
Y te clavas
Las espinas de los corazones

Así los salvas
De su amargura
Invierno triste
Oscuro
Echados en la cama
Recuerdan otros tiempos
Cuando su mujer
Preparaba café
Al rumor
De una tele
Balanceando los pies
Al calor
De un brasero

Los salvas de su soledad
En la cama
Deprimente
Licor
Sueño eterno
Si te descuidas
Dentro de esa caja blanca

Y todos dicen
Que no sirves para nada
Y todos dicen
Que estarías mejor muerta
Que no des la lata

Pero con tus pies descalzos
Masajeas sus corazones
Hasta absorber sus espinitas
Esas que un día les clavaron
Y que a ti
Te impiden seguir caminando
Porque duele
Duele tanto.

Tu ausencia me delata


Tienes mucho sueño, cariño
duerme
Aquí dentro
Burlamos al frío
Con nuestros huesos ensamblados
Como en un collar africano.
Cierra los ojos, cariño
Y descansa
Nada te perturbará
Yo guardaré tu cama
Y espantaré
A los monstruos y espíritus
Que intenten robar
Tus sueños.

Al despertar
Tu ausencia
Me devolverá la cordura
La rutina
Y golpearé ese despertador
Que a pitos intermitentes
Me recuerda
Lo irremediable
De los días


Prepararé
Ese café
Que sabe
A tierra de maceta
Tal vez crezcan flores en mi estómago
Y ya solo me alimentaré de agua y sol
La luz de tus ojos y el agua de tu boca

La enredadera de tu cuerpo
Ya queda lejos
Tragada por las luces de neón
El asfalto donde duerme aquel vagabundo
El que llora su libertad

Ausentes las calles de risas y voces
En esa calma
Tu y yo
Nos besamos
Mientras rumorea la carretera
Chismes de vecinos y puertas.

Ahora el camisón de seda
Está más lacio que nunca
Como una flor marchita
Lánguida su caída
Periódico viejo
Gastado
donde se leen las noticias
De un encuentro
Y una despedida.

Fui princesa de tela
Fui muñeca de carne y hueso
Fui ángel inquieto
Fui madre fuerte
Y mujer valiosa
Pero al despertar no fui más
Que la misma de siempre
Pelo enmarañado
Legañas en los ojos
En esos ojos
Que se rompen
Ante tanta fealdad mundana

Ciega
me visto despacio
Con mi ropa de perdedora

En la ventana
Un pájaro a punto de echar a volar
Y yo
Presa de mi locura
Enjaulada para siempre
en esta cuna de cristal.

Al mirarse
Se rompen.

El hombre que lo tuvo todo


Unos labios hinchados y violáceos. El rocío resbalando por las uvas de un campo corrompido, incendiado por una felicidad segura. El viento gime a través de las ventanas abiertas y su aliento se llena de heridas al violar lo íntimo de la estancia.
¿Quién escuchó las llaves?, ¿Quién se escondió?
La ardilla, que estalla el quitapenas contra la pared y huye para resguardarse en la madriguera. La ardilla, que en su refugio, continua llorando.
El hombre la había sorprendido bajo su gran mesa de cedro cubierta por el mantel dorado. El animalillo, entonces, no tuvo mas remedio que salir y explicar quien era. Él ya lo sabía. El portero le avisó cuando, aquel día, le vio regresar antes de lo habitual.
"La pintora sigue en su casa, señor Salas. Un poco rara la chica."
El señor Salas pensó en decirla que continuara con su retrato al día siguiente pero el imán de sus ojos anuló su deseo de soledad. Así se hicieron amigos durante un periodo pequeño. Jugaron a los libros, al ajedrez, a las ilusiones... Bailaron sobre la madriguera cuando hubo botellas y copas. Depositaron sus penas en un cenicero y las quemaron apagando allí sus colillas. Les gustaba destaparse con las manos claras de la noche y dejar las ventanas abiertas. Todo lo compartieron con la brisa, a la que endulzaron el paladar.
Hombre y ardilla llegaron a amarse. Entonces, el señor Salas se sintió completo y se volvió loco.
La ardilla le pintaba durante el día, anhelando sentir su cuerpo en la noche. Hasta que una noche no pudo llegar porque el señor Salas decidió no amanecer.

domingo, 25 de diciembre de 2011

El mal acecha en la noche

El infierno reflejado en el espejo
El niño nació con los pies deformes y una mirada sobrenatural. Sus ojos de un gris cristalino reflejaban todos los pecados del mundo. Lo primero que hizo fue arañar a su madre con una mano que parecía una zarpa monstruosa para acurrucarse después en su seno como si fuera una alimaña. La madre lloraba. Lo sabía. Su embarazo fue espantoso. Demasiado dolor y calamidades. Mientras arrastraba las bolsas de la compra con las punzadas en el pecho y la espalda y la sensación de que se le cortaba la respiración. Todas las noches aquel niño se retorcía en sus entrañas, se movía agitado y no la dejaba dormir. Los dolores de estómago eran muy intensos y siempre acababa vomitando al borde de una palangana que después su marido le ayudaba a recoger. Paños y más paños mojados para paliar unas fiebres que pasaban los 40 grados. Fueron nueve meses agotadores, turbadores, llenos de dolor y penuria que la madre a toda costa quería olvidar. Y ahora había nacido lo que tenía que nacer. Una bestia que hacía extraños gestos con las manos y soltaba un gemido ronco y desgarrador. La madre no tuvo más remedio que bendecirlo a lo que el niño respondió echando un líquido viscoso y parduzco por la boca. Manchó su cuerpo desnudo de toda la gran maldad que habitaba en un corazón del tamaño de un pellizco de sal.


Aquella noche Laura se sentía alegre. Compartiría la cena con su prometido y con su hermana. La mayor. Una mujer culta y atractiva de cabellos desordenados y mirada perturbadora. Era algo enigmática también. A veces se mostraba dulce y mansa como un cordero al que se le da de comer y otras veces era incisiva, mordaz, con sus comentarios a cerca de leyes y política. Laura los adoraba a los dos. Hacía tiempo que no veía a su hermana y guardaba de ella muy gratos recuerdos. Las casitas blancas del pueblo cuando en la azotea contaban estrellas a la luz de un farolillo. Los largos paseos por la playa cuando viajaban a Santander donde tenían un apartamento cercano a la playa. Y su perrita Lucero, la que tuvieron durante tanto tiempo y que después hubo que sacrificar. Su hermana era fina y peligrosa como la hoja de una navaja y ella lo sabía. Fantaseaba con el más allá y mantenía relaciones con altos cargos. Se movía en un círculo cerrado de gente que estaba muy por encima de ella pero que la querían y aceptaban como una más pues sus ideas iban acorde con las del  grupo. Todo esto Laura lo sabía.

La cena fue agradable. Conversaron sobre algunos temas que a Laura le superaban. Ella se pasaba la vida encerrada en su cuarto leyendo novelitas románticas y escribiendo en su diario. No prestaba mucha atención a las noticias. Tenía su propio mundo de fantasía en el que solo cabían muñecas seducidas por hombre apuestos y dulces. También estaban sus libros y sus colecciones. Desde terrones de azúcar hasta postales de todos los países. Se entretenía y miraba embriagada por la poesía de su carácter el violáceo  atardecer. Cenaron puré de zanahoria  y pescado al horno. Todo cocinado por Laura con mucho mimo, y después tomaron unas copas y se fueron a dormir.

Laura ya estaba dormida. Sigilosamente unos pies se deslizaron por el pasillo en dirección al compartimento contiguo. Lo siguiente fue una mano rozando un vientre tibio, unos senos levemente endurecidos por el tacto suave y caliente de unas manos enfebrecidas. Después la hermana tanteó un pecho empapado en gotitas de sudor para más tarde notar el bulto que la abocó al acto más desdeñable. Besos de una fuerza sobrenatural les enzarzaron en un apasionado encuentro. En su clandestinidad alcanzaron el placer de las tinieblas quemándose con el ardor de lo furtivo, la prohibición, el pecado que debía ser pagado con sacrificio y penalidades.

A la mañana siguiente la hermana de Laura se despertó radiante. Su blanca piel resplandecía como si fuera la de una niña y su mirada era un fogonazo de alegría y vitalidad. Laura, por el contrario, se levantó enferma. Le dolía mucho el estómago. Sentía mucho frío, tanto que tiritaba y se tuvo que acostar en el sofá echándose varias mantas encima. Los dolores continuaron durante todo el día, las punzadas en la espalda y pecho, los sudores fríos que secaba con un pañito. Y las fiebres de más de 40 grados. Al poco tiempo supieron que estaba embarazada.

Cuando llegó la hermana, en medio de la sala blanca como el abismo, mientras el niño seguía chillando como un cochino al que se va a degollar, una calma se apoderó de aquella escena cargada de un hedor a heces e inyección. La hermana sonrió al niño maliciosamente y un guiño que Laura no vio calmó al pequeño. Lo cogió en sus brazos y solo  entonces, el niño, manso y blando como un muñeco de plastilina, se quedó dormido.

sábado, 24 de diciembre de 2011

CONCURSO "EL CUENTO MÁS TRISTE"

Me atreveré con esto!!!!

BASES:

1.- Se da un mes y medio para que escribáis vuestros cuentos tristes. Desde hoy día 30-12-2011 hasta el día 15-02-2012 hasta las 24:00 horas. Se premiará al cuento más triste.
2.- El texto no deberá sobrepasar los tres folios, mecanofriados a doble espacio y con un tamaño de letra de 12 puntos.
3.- El tema será libre. Puede basarse en una experiencia personal o pertenecer a la ficción más auténtica.
4.- El relato se publicará en este blog y el premio consistirá en un lote de libros que se harán llegar a la dirección postal del ganador + un diploma de reconocimiento.
5.- El jurado?? María Manzano.
6.- Se darán las razones y consideraciones oportunas por las cuáles se ha elejido un determinado texto y no otros.

Si os animais, ya sabeis.... enviad los cuentos a mi correo rolca83@gmail.com

La niña de la cara sucia

Sonríe ¡Es Navidad!
Duerme pequeña
Duerme
Agotada estás
Hoy tu madre
No te hizo caso
Y es navidad
Danzaste con tu muñeca triste
Sin ojos
Para que no pueda ver
Tu carita sucia
Echaste alpiste al pájaro
Y regaste la planta
Diste de comer a los peces
Y sacaste a pasear al perro
Hay más vida en esta casa
Que en tu propia alma
Las calles estaban llenas de luces
Y un gran abeto
Lucía en la plaza
La gente reía
Y tu llorabas
La gente bailaba
Y tu permanecías quieta
Esperando un milagro
Que alguien te dijera
Es navidad
Diviértete
Pero estás sola
Tu madre no te quiere
Nunca te quiso
Solo eres
Una marioneta
Cuyos hilos
Mueve a su antojo
Y practicas
Una representación educada
Con modales de niña rica
Pero llevas la cara sucia
Y tu muñeca
No puede limpiarte
Porque no te ve
No es ciega
Es solo
Que no tiene ojos
Se los arrancaron
Mucho antes de estar con esa niña
Un salvaje diablillo
Que se los cambio
Por el amor de un pequeña
Huérfana
Es navidad
Y has jugado todo el día
Con tu muñeca
Vinieron tus tíos
Vinieron tus abuelos
Y tus primos
Y ninguno te hizo ningún regalo
Ninguno te hizo mimos
Tuviste que ayudar a recoger la casa
Barrer
Fregar la vajilla
Y limpiar las ventanas
Te abrazabas a tu muñeca
Y cenabas sin abrir la boca
Creo que dijiste algo
O que lo ibas a decir
Pero una risotada
Interrumpió
Tu dulce comentario
Tienes el pelo enredado
Y las uñas largas
Hoy tu mamá no te ha hecho caso
Y es Navidad
Pero ningún día lo hace
No fuiste una niña deseada
Le rompiste la vida
Descansa
Agotada.

Mi receta para desconectar de internet

Ingredientes:

1.- Sábanas suaves
2.- Una manta calentita
3.- Almhoada blanda o en su defecto cojín aterciopelado.
4.- Pijama o ropa cómoda que ya no uses para salir.

Preparación:

1.- Ponerse la ropa de cama (la de consolación tras un duro día- con estampado de regalitos y besos-) y la de premio tras una jornada exitosa (con estampado de brindis y trofeos)
2.- Meterse en la cama.
3.- Arroparse bien.
4.- Cerrar los ojos y dejarse llevar :)







 

La madre que dejó de ser madre


Marta tenía un niño pequeño. Un niño de manitas gordezuelas y sonrisa embriagada. Un niño que le devolvía la esperanza cuando, después de mañanas en soledad bajo la mirada atenta de un cubo y el ir y venir de una fregona danzarina, le encontraba a la puerta del colegio. Marta le llevaba su pan con quesitos y después iban al parque donde el niño se columpiaba y se ensuciaba con la arena. Al día siguiente todavía quedaban granitos por la casa y parecía que estaban de vacaciones en una casita blanca cercana a la playa. Cuando el niño cumplió los seis años a Marta le dijeron que tenía que trabajar. Se había pasado algo más de un lustro siendo madre. Dejando a un lado sus intereses como mujer y convirtiéndose en la salvadora y cuidadora de un diminuto ser y un gran sabio. Ahora debía retomar su actividad laboral, eso era lo que tenía que hacer. Eso le dijeron. Y Marta se lo creyó. Apuntó al niño a una Ludoteca donde pasaba todas las tardes con otros niños de edades similares y así ella buscó trabajo. Se presentó a modelo pero no la cogieron pues Marta se había estropeado mucho. Su necesidad de estar siempre bien despierta para resultar eficaz en el cuidado de su hijo y de su casa le impulsaba a tomar varias tazas del café al día por lo que unas incipientes manchas color tostada acabaron con el brillo de una dentadura que en otro tiempo fue blanca con una sabrosa manzana .Ya no lucía la bonita melena de antaño sino que su pelo había perdido lustre y se mostraba pajoso como el de un espantapájaros en medio de un maizal y sus uñas mosdisqueadas acababan con toda la elegancia y glamour de sus manos. Definitivamente no la quisieron. Probó a presentarse a cantante pero su garganta se hallaba dañada por el consumo excesivo de tabaco al que recurría como bálsamo ante una vida estresante que le erizaba los nervios y le cortaba la respiración. Fué a encuestadora pero en la entrevista le preguntaron que ¿qué había hecho durante aquellos seis años en los que en su curriculum no se mostraba ninguna actividad? Se presentó a secretaria pero como no era bilingüe le dijeron que no era apta para el puesto. Por último probó con lo único que llevaba practicando desde que su hijo nació: el servicio doméstico pero le contaron que buscaban a una latina con los papeles en regla que trabajara por cuatro duros. Agotada llegó a casa. Aquel día su hermana había ido a recoger al niño a la Ludoteca y se hallaban los dos en el salón viendo la tele. La madre vió un niño agotado, su sonrisa era triste como de muñeco estropeado y olvidado en un cubo de basura, sus manos habían perdido su gracia, ya no dibujaban corazones de fantasía en el aire, ahora las guardaba en los bolsillos pues siempre sentía frío y el fulgor de sus ojos se había perdido entre libros y juegos de mentira, hipócritas, alejados de la dulzura y comprensión que solo puede dar la que verdaderamente quiere lo mejor para su hijo. Le vió allí tirado en el sofá y con los ojos llorosos. Entonces le cogió, le meció en su regazo. Sus piernecitas se balanceaban, le sonrió. Le acarició la carita de terciopelo y el niño la abrazó y los dos brillaron mientras el sol se ocultaba y todos los entrevistadores que habían rechazado a Marta volvían exhaustos e insastifechos a sus casas grises como su propia existencia.




jueves, 22 de diciembre de 2011

El diario de Matilda

Matilda era una niña-ardilla que vivía en una casita de madera, de tejados rojos y ventanas azules. Tenía una larga coleta rizada y los dientes delanteros superiores se le salían de la boca como si fueran alfileres de tender la ropa. Matilda era además muy alegre porque su casa estaba rodeada de plantas de la Alegría a las que Matilda cuidaba con mucho mimo y esmero. Llevaba una vida tranquila alejada de la ruidosa ciudad, de su contaminación y sus prisas. Y todas las noches, antes de dormir, escribía en su diario. Escribía sobre como le había ido el día. Si vio un caracol junto a su ventana que se desplazaba lentamente y miraba el sol, si le llamó su prima Jimena que siempre le contaba las graciosas historias de su tía Marisa “la risas” o si aquel día había salido a recoger flores y se había encontrado con una bella mariposa. A Matilda le gustaba registrar todas aquellas cosas y adornarlas con dibujos  que coloreaba de vivos colores. Pero un día Matilda se cansó. “Pero ¿qué cosas tan aburridas son estas?” “¡Absurdas!” “¡Ni a mi misma me interesan!” Y decidió no volver a escribir en aquel diario ridículo y sin ningún valor. De pronto el sol se ocultó tras una nube cargada de lluvia, una nube enorme, corpulenta como el brazo de un gigante. Se avecinaba una tremenda tormenta. Matilda cerró todas las ventanas, se tomó su vaso de leche de todas las noches y se fue a dormir bien arropadita. Ella no temía las tormentas. Sin embargo los niños de la ciudad estaban muy asustados.

En casa de Pablo su madre se hallaba preocupada “No me gusta nada la tormenta que se está preparando” “Algo malo ha debido pasar” Dijo. La tormenta lanzó toda la furia del infinito y la mañana siguiente amaneció mojada pero tranquila. Matilda, por su parte, se hallaba muy contenta comprando algo de fruta en el mercado.

En el colegio, el profesor les puso a los alumnos un ejercicio de creatividad: tenían que contar lo que habían soñado y a partir de ahí inventarse un cuento. Pablo no había soñado nada aquella noche  y así se lo hizo saber al profesor. “Yo tampoco he soñado nada” dijo Manuel. “Ni yo tampoco” Dijo Pedro. “Ni yo” dijo otro,”Ni yo” y así poco a poco, todos los niños coincidieron en que ninguno de ellos había soñado nada. “Bueno, puede darse el caso” Dijo el profesor. “Bueno” Repitió. “En ese caso, lo haremos mañana”. Pero al día siguiente paso lo mismo y al otro y al otro y al otro. “No puede ser posible” Decía el profesor...  En el recreo se encontró con la señorita Miriam y Don Cándido le preguntó “¿Ha hecho con sus niños el ejercicio del sueño?” “Ufff!” Dijo la mujer “Llevan días y días sin soñar” Don Cándido se rascaba la barbilla, pensativo. “Es digno de un estudio”. Así el profesor lo puso en conocimiento de las autoridades que enviaron a un equipo de médicos para que estudiasen a esos niños que no soñaban nunca. Los médicos vieron que aquellos niño no tenían fase REM  y que ese era el motivo por el que no soñaban. No es que los olvidaran sino que verdaderamente no soñaban y llevaban sin soñar mucho tiempo.

A todo esto Matilda llevaba unos días apática, sin ganas de nada. Se tumbaba en el sillón con sus pantuflas y ponía la tele pero ni siquiera la veía. Iba al burguer de la esquina por no cocinar y ya se iban acumulando las pelusas alrededor de las alfombras. No sabía que la ocurría. ¿Qué la podría pasar?

Los días de lluvia y de tormenta no cesaban. La madre de Pablo estaba preocupada. “Alguien no está haciendo lo que debe” dijo, pero nadie la hizo caso. Entonces un día, cansada de que la cosa no volviera a la normalidad, compro tres tarritos. En uno escribió “Lentejas”, en el otro “Judías” y en el tercero puso “Garbanzos” y así fue echando cada legumbre en sus correspondientes enseres mientras decía “las lentejas en el tarro de lentejas, las judías en el de judías y los garbanzos en el tarro de los garbanzos” ¡Ya esta todo en su sitio¡ Se alegró la mujer.

Matilda empezó a preocuparse ¿por qué no hacía nada? Algo tendría que hacer ¿qué le estaba ocurriendo? Decidió que las cosas no podían seguir así y que tenía que volver a la acción. Entonces se acordó de su diario que se hallaba cogiendo polvo en una de las estanterías del salón. “Podría empezar por ahí, tal vez me ayude” Pensó. Lo cogió y escribió: Hoy me he levantado, he desayunado, he comido, he merendado y...... ¡oh sí! y he visto una gran nube en forma de puño de malhechor estallar en mil gotas de lluvia, todo estaba muy oscuro pero no me ha dado miedo. Me he echado a dormir y he llorado pero no por la tormenta sino porque estaba muy aburrida......

Al día siguiente los niños, por fin, pudieron hacer el ejercicio del colegio. Unos habían soñado con una nube hinchada a punto de estallar, otros con miles de gotitas cayendo y que veían a través de una ventana azul, otros con una extraña ardilla que lloraba y Pablo soñó con el atardecer y las primeras estrellas.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Micro-despedida

Sonríe

Y la dejaste volar y los terrones de azúcar que ella te daba, cuando secabas sus lágrimas. Que se quedaba contigo, siempre contigo. Y tú con ella. Su pelo fue de mimbre, más tarde de alquitrán pero no te importaba. Sus ojos escondían una pena, un secreto oscuro y te sedujo. Y la dejaste volar. Porque comprendiste que no era tuya, que era un pájaro enjaulado que necesitaba volar. Cucharada a cucharada, como si fueras un niño ella te daba a probar su miel. Y te contaba sus secretos y te enseñaba las fotografías de los buenos tiempos. Y no había dinero, nunca lo hubo. Revolvías en los bolsillos de abrigos y chaquetas y solo encontrabas tickets de compras escasas. Pero no importaba. Porque había amor. Tanto tiempo en esta jaula. Hasta que abriste la portezuela. Y me dejaste volar. Comprendiste que no era tuya, que no era de nadie y el viento se la llevó a otra parte.

¿A dónde iré?


Al otro lado de la realidad
Me lanzas piedras desde el otro lado. Desde esa otra realidad que no puedo alcanzar. El cristal por el que resbalan mis dedos sucios, levemente, manchados por el terror y el llanto. Arañan ese cristal, que tanto duele, que no me deja ver la manera de actuar, el papel que rechazo, cómo interpretarlo. Me abrazo a los árboles pensando que son mujeres que se desprenden de sus problemas en Otoño y barro esas hojas, con un rastrillo de plata,  dejándolas al otro lado del camino, donde ya no puedan molestarlas más. Ahora serán mujeres resueltas, libres, felices, que podrán ayudarme También me gustaría acabar con tu sufrimiento, lanzarlo al vacío desde el piso más alto. Arrastrarlo mientras subo una enorme montaña. Pesa, pesa mucho sobre mis espaldas ¿cómo has podido andar tanto tiempo con tanto sufrimiento? Y una vez arriba lo dejo caer. Veo tu sonrisa y una luz brillante cubriéndote el rostro. Por fin todo se ha acabado y ahí está él, ofreciéndote sus manos y ríes. Por fin ríes de verdad Hay azul y rosa. Caen pétalos de margarita y suena una música celestial. Todo ha acabado y has alcanzado la gloria, la paz eterna.

He subido tantos peldaños. Una escalera sin fin. Peldaños dificultosos como los que se encuentran en el interior de una catedral del siglo XVI. Y costaba tanto. El último peldaño pensé que sería el cielo pero en su lugar estabas tú. Intenté no caerme al volver a bajarlos, tan rápido, huyendo de una mentira, de un mal sueño y volví a nacer. Cuesta tanto, más aquí. Entre sueños, pesadillas que han pasado de la noche al día. No me canso de llorar, con esa música tan hermosa. Música, solo eso. En ella está la verdad, la verdad de cada vida, la esperanza, la cultura. Los niños deberían aprender escuchando canciones. En el colegio deberían escuchar más canciones. “Confieso que he vivido” dijo el poeta. Vivir es lo único. Otro escribía sobre sus propias experiencias y era duramente criticado Pero es que vivir es lo único. Leer, imaginación pero si no sabes nada. El bien y el mal. La lucha de siempre y yo ¿a quien pertenezco? Perdí en la batalla. Me alejo por una calle oscura con mis pasos de perdedora, arrastrando una mochila, de la mano de un niño ¿a dónde iré? ¿ a dónde irás?

Y bailo mientras tu te besas con otra. Con mi falda de vuelo ahuyento a demonios y malos espiritus. Porque soy yo. Te he borrado de mi mundo interior, te he borrado de mi lista de hombres, te he borrado de mis poemas y de mis canciones. Ahora salgo a la calle con la cabeza bien alta, moviendo graciosamente mi coleta al caminar. Guapa, segura, dispuesta a comerme el mundo. Como cuando era una joven ingenua y fuerte. Vuelvo a ser ella. No puedo deshacerme de aquella adolescencia, de aquella niña-mujer que tú mataste y que ahora, gracias a ti, he recuperado.

Palabras


Hay palabras que hieren. Colmillos afilados que se clavan en un cuello tibio, delicado y honesto hasta hacerlo sangrar. Hay palabras que no sirven y se van... arrastradas por el viento. Se ahogan en mares lejanos entre sal y peces hambrientos que en su búsqueda son devorados por las fauces de un pez mayor. Son palabras húmedas las que me susurras al oído y mis muñecas, en la noche, son testigos y callan y lloran las mentiras que intuyen, que ven porque en su mundo no tiene cabida lo absurdo de una verdad a medias. Son palabras tiernas y jugosas las que me haces tragar cuando te diriges a mi y me cuentas tus juegos y tus deseos. Son sellos de letras de madera y de felpa, indelebles, grabadas en mi corazón.... de puntillas se asomarán a mis ojos en el futuro, una noche que no pueda dormir y en el silencio abrumador y en el cansancio y la locura con voz de caramelo resonarán entre los cojines de mi cama. Las atraparé y las lanzaré contra la pared para terminar de una vez con el único gesto que queda, que me demuestra que has sido niño. Porque ya no te tendré. El vacío amenazante de unas manos pequeñas perdidas en el tiempo despiadado que no para, que no cesa en su empeño y que sigue en pie a pesar de la pena y el sacrificio. Hay palabras esténtoreas, a través de ondas, de megáfonos, de panfletos, palabras de tinta, que llegan a tus oídos a través de transistores, televisores o revistas. Son palabras cercanas, cadencias suaves o superficiales que te dicen, que te recomiendan, que te informan. Y me mantengo atenta mientras recojo la cocina. La voz de ese televisor que andaba estorbando, abandonado en un rincón, sin dueño ahora hace de mis amargas horas un torbellino de palabras que se mezclan con el jabón y se meten en los armarios. Hay palabras que no se dicen. Son las palabras que vagarán como espíritus ya para siempre amenazando tu frágil cordura. Te acompañarán en tus juegos. En tus quehaceres domésticos, en tu rutina o en tu apático desorden. Las palabras abortadas, como las que escribías y que ella nunca podrá leer. Las palabras de esa niña a la que mataste. Y hay palabras que no son más que un balbuceo infantil de cuna y sonajero. Hay palabras afirmativas que se dicen en las iglesias y que él olvida tras cruzar el umbral. Tú, en brazos del que crees tu príncipe, tu salvador pero el ya las enterró bajo puntillas, tules y volantes. Las palabras que se dicen. Las palabras mentirosas. Las abortadas. Mejor callar.

árbol - música - baúl - tostada - libro - lápiz - fotografía - peluche - cuaderno - mentiras - poema - camisa - alegría - noche - susurro - pena - jarrón - flores - violeta - niño - paruqe - madre - padre - muerte - cuarto - cuna - mosquito - grillo - jaula - viento - amarillo - sol - amanecer - dormir - trasnochar - manzana - azul.
  
F
I
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lunes, 19 de diciembre de 2011

Tus pasos no han llegado hasta mi casa..... esta noche

Permitidme otra pequeña licencia. La foto, en color, gana mucho.
Hoy la noche es alegre
Escucho cantos de ruiseñores
Tiemblo al reconocer
Unos ojos cerrados
Que ya no me juzgan
Unos labios entreabiertos
Que esta noche
No beberán
Del licor de mi boca

No veo manos de agua
Atravesando la pared
Y no hay mas ojos
Que los del Universo
Que
Al otro lado de mi ventana
Me llevan
Al azul infinito

Esta noche
Él me ha dicho
Que hable sobre el cielo,
Sobre los pájaros
Y sobre él
Que llene mi boca de lo amargo
Que envuelva mi rostro
De humo evanescente
Y que me agoten las palabras

Esta noche estoy despierta
Para ser la novia
La musa
De aquel que no se puede nombrar
Una ninfa descalza
Levitando sobre el río
Sobre mi cama
Cuando el que me hiere no me ve

Todo blanco
Muselinas
Mariposas
Porque esta noche no está enfadado.

Él está dormido
No me juzga
No me hace sentir
Como una gota de rocío a punto de caer

Esta noche escucho el piar de los pájaros
Siento el frescor helado de la madrugada
El sabor amargo de un café
Y la evasión certera

Y todo eso
Aquí
Mientras tú descansas
Aquí y ahora
Sola
Me hace sentir dichosa.

Y ¿usted quién es?


Ella: blanquísima la piel, marrón el pelo. Un vaso de leche y una cucharada de café. Pequeña y nerviosa como una ardilla. Con bucles de mazapán y manos de esposa mimada. La habitación amaneciendo junto a ella. Junto a sus pocas expectativas, junto a su camisón de seda y junto al hombre que se lo ha regalado. La cama fue el lugar más original y perfecto para celebrar un amor que promete ser duradero. Como todos los que ella ha tenido sólo que esta vez es verdad. Él se lo ha dicho, él le ha regalado un camisón de seda ¿por qué no volver a confiar? Está segura. Esta vez es verdad. Sus dedos rozan un vaso de agua lleno de polvo junto al frasco de tranxilium y un cenicero con una sola colilla. Ella traga la primera pastilla del día y enciende el primer pitillo y un “no se puede ser más imbécil” es su primer pensamiento. Él es adorable. Tiene la mirada límpida como el estanque de un espacio protegido. Es adorable su olor a bebé, adorables sus tibias caricias, adorable la cadencia de su voz, adorables sus ronquidos y adorables sus pies. Él es un sueño y la ama. Ella, a pesar de todo, se siente sucia. Le ama pero no se puede ser más imbécil.  Su madre también fue blanca y suave sólo que además fue lista. Aunque pudo decir mucho y bien prefirió callar y se las ingenió para encontrar a un hombre comprensivo y trabajador. Que supiera disculparla cuando se le escapaba alguna barbaridad. Que supiera reservarle un espacio para ella misma y que supiera darle dinero. Su madre sí que fue toda una mujer. Como todos los buenos murió joven y ¿qué fue del hombre trabajador y comprensivo? El hombre trabajador y comprensivo enfureció y un buen día se cansó de disculpar las barbaridades de su hija y la echó de casa. Aquel buen día ella encontró un adorable hombre a quien amar y un camisón de seda.
 La habitación es alegre y espléndida como una tarta de fresa. Hay estanterías llenas de libros ordenados alfabéticamente y un sofá con cojines bordados. La pared es de color rosa palo y tras la ventana hay geranios y cintas. También les acompaña un canario en su jaula, sobre una modesta mesita de madera. A ella se le hizo extraño hacer el amor con aquel pío, pío. Parecía amanecer cuando la noche ya les había cubierto. Pero también fue extraño que un desconocido la recogiera de la calle, la cediera su casa y la asegurara amor eterno. Él es un sueño, su habitación una tarta de fresa y ella una auténtica imbécil. El día promete ser un tesoro de risas y besos pero ¿y al día siguiente? Ella saca de su bolso un perfume que robó a su madre cuando era niña, un frasquito de cristal que había permanecido sin estrenar durante muchos años. Escondido en bolsos de ganchillo y más tarde de cuero. Se echa unas gotitas en su cuerpo desnudo como el agua y él se despierta y se acerca a ella y la besa en el cuello y aunque muy bien podía decirle lo contrario él elige un “hueles como un ángel”. Entre los labios de él queda un mechón de pelo de ella y vuelven a enredar sus cuerpos con el pío, pío sólo que esta vez sí amanece.
La habitación vuelve a amanecer junto a ella. Junto a su camisón de seda, junto a su incipiente confianza. Y la sorprende su propia sonrisa y esta vez decide no tomar pastillas ni encender un cigarro. Ahora se ríe de todos aquellos hombres que la utilizaron. Aquellos que se enjuagaron la boca con su inocencia para después escupirla sobre el asfalto. Aquel de la carne blanda y lisa que le preparaba huevos fritos para desayunar. Ella ya sabía lo que venía luego. Con el estómago lleno todo se hace mejor. Y era como darse un baño de plastilina. Hubo otros que prefirieron desayunársela en ayunas. Niños delicados, de miradas lánguidas, niños drogadictos. Qué risa le provocaban ahora. Ahora que había encontrado el amor verdadero. El hombre con el que iba a compartir su vida. Dando palmaditas ciegas por la cama le busca pero no le encuentra y no tiene más remedio que voltearse para encaminar sus manos sin dar pasos en falso. Pero... él no está. ¿Dónde está? ¿Tal vez dándose una ducha? ¿Preparando café? ¿Mirando por el balcón? No, sin duda él ha salido. Ella se lleva las manos a la cara y se deja caer en el sofá del salón. Un “no se puede ser más imbécil” es el eco de su propia burla. Acaricia los pliegues de su camisón como si fueran pétalos de amapola. “Volverá”, “volverá”.
Ella ha mordisqueado una tostada y la ha tirado a la basura. Ha regado las cintas y los geranios. Ha limpiado la jaula del pajarillo y le ha puesto alpiste. Ha ojeado los libros. Ha intentado dormir. Ella ha alisado sus rizos de mazapán cien veces, se ha fumado quince cigarrillos y ha tomado tres pastillas. “Volverá”, “volverá”. Ahoga unas lágrimas, ahoga su “no se puede ser más imbécil” cantando a intervalos una canción de moda. No se le ocurre nada más que hacer mientras él regresa. Canta otra vez. Entonces siente el rasgar de una llave en la cerradura. Corre hacía la puerta. “¡Lo sabía!, ¡Él vuelve!” “¡Claro!, ¡Me ama!” Casi se da de bruces con una pareja que la miran molestos  . Ella no puede contener su rabia “¿Qué hacen estos desconocidos en mi casa?, ¿Por qué él no me ha avisado?”

-         Pero... ¿quienes son ustedes?

La mujer frunce los labios y le contesta:

-         Nosotros somos los nuevos inquilinos ¿y usted?


 
Se me está acabando lo buena que soy

                                          EXPLICITA

De niña me decían que había un ratoncito que te traía regalos cuando se te caía un diente. También me dijeron que había que ser buena y dar ropa y juguetes a los niños pobres. Me dijeron que tendrías que cuidar de tus hijos y pensar antes en ellos que en ti misma. Que no había que ser egoísta ni insultar a los demás. Que todo se arregla hablando y que había que ser generoso y pacífico. Me dijeron que lo más importante era el amor. Y que un día llegaría tu príncipe azul y te daría la felicidad. Todo cuentos. Cuentos que yo me creí. Aunque la realidad de mi infancia fue otra muy diferente, en la que no se daba ningún ejemplo de esto. El único cariño que recibí fue el de mis muñecas y el de los libros que leía. De mayor tuve hijos y me preocupé por ellos más que por mi misma. Fui generosa, di a los pobres, valoré el amor por encima de todo y no pequé de avaricia ni de lujuria. Así llegué a ser una mujer sometida, una mujer florero que daba todo sin recibir nada a cambio, siempre con una sonrisa en la boca. Una mujer que decía "Te quiero" dulcemente todas las noches. Se rieron de mi, me engañaron. Ahora a mis hijos pequeños les digo que yo les dejaré dinero bajo la almohada cuando se les caiga un diente, que los Reyes Magos no existen y que sean como ellos decidan ser.

La margarita "Margarita"

Esta es la historia de una niña llamada “Niña” y de una margarita llamada “Margarita”. La niña “Niña”, todos los domingos, cuando hacía buen tiempo, iba con su madre al campo a pasar el día. Recién entrado Abril las flores vestían de vistosos colores los jardines y los parques. El clima pasaba a ser menos frío, más bien templado y la gente comenzaba a desprenderse de voluminosas prendas como abrigos, bufandas y guantes. La niña “Niña”estaba muy contenta pues ese día iría al campo con su madre. Cuando llegaron vieron a un conejito saltar entre la hierba buscando temeroso a su mamá. Había también una hilera de hormigas que arrastraban cáscaras de pipas y miguitas de pan hasta su hormiguero. En el cielo las nubes, como mazapanes, formaban dibujos variados. La niña imaginó un dragón echando fuego por la boca y un hada muy hermosa. Y la brisa fresca de la mañana despegaba de sus ojos el sueño del madrugón. La madre quiso recoger algunas flores. La niña estaba nerviosa pues hacía ya un año que no veía a su amiga, la margarita “Margarita” y no sabía si la encontraría por esos lares. Entonces al pie de un olmo la niña “Niña” vio a la margarita.
-         Oh, no mamá. No arranques esa margarita.
-         ¿Por qué?- Se extrañó la madre.
-         Porque es la margarita “Margarita”, no la debes arrancar. Se moriría.
-    Pero la pondremos en agua junto a las demás flores y así vivirá.
-   Pero ella no quiere. Ella quiere estar aquí junto a sus amigas: la margarita Rosa, la margarita Violeta, la margarita Jazmín....

La madre pensó que su hija, verdaderamente, tenía mucha imaginación y dedicándola una tierna sonrisa le dijo:
-         No te preocupes, querida- y arrancó la margarita.

Cuando llegaron a casa la madre puso el ramillete en un jarrón con agua y lo dejó en el dormitorio de su hija, junto a la ventana. La niña que estaba cansada decidió echarse un poco en la cama. Entonces, de repente, la margarita “Margarita” le empezó a hablar:
-         ¿Por qué no me das un poco de azuquitar que tengo hambre?

Y la niña le dijo:
-         Bueno, Margarita. Bueno.

Y fue a la cocina y cogió una cucharadita de azúcar del bote de plástico que la madre había comprado en un bazar. Lo echó en el jarrón y la margarita “Margarita” exclamó:
-         ¡Uhmmmmm, qué rico!

Y después comenzó a ponerse muy melosita y le dio muchos besos y abrazos a la niña. La niña “Niña” ya se iba a dormir cuando su madre la llamó:
-         ¡”Niña”! ¡”Niña”, ven!
-         ¿Qué quieres mamá?
-    Necesito que bajes a comprar algo de comida para la cena y el desayuno de mañana.

Y a la niña le molestó porque quería dormir.

En la lista de la compra ponía : pescado, cebolla, café, patatas y pan. La niña andando que te andarás se dirigió al supermercado más cercano y allí realizó la compra. La madre mientras tanto había cambiado el jarrón a la cocina puesto que allí, al lado de la puerta de la terracita había mucha más luz.

La niña estaba cansada. Llegó con las bolsas de la compra deseosa de colocarlo todo e irse a la cama. Entonces la margarita “Margarita” vio toda la comida y se relamió pensando a qué sabrían tan ricos manjares.
-         “Niña”, ¿Por qué no me das a probar un poco de ese café tan rico que has traído?
-    Bueno, Margarita. Bueno

Y la niña le puso en el agua una cucharadita de café. Entonces Margarita se puso como loca a cantar y a bailar moviendo a un ritmo acelerado sus pétalos y tallo:
-         Ta-chán, ta-chán ta-chán. Soy la margarita “Margarita”. De todas la más bonita. Ta-chán, ta-chán, ta-chón. Y hoy estoy de muy buen humor.

La niña le dijo:
-         Tranquila, margarita.

A lo que la margarita respondió muy deprisa:
- “Niña”, “Niña”. Estoy muy feliz. Más feliz que una novia el día de su boda. Ahora querría probar un poco de esa cebollita tan rica que has traído.
     -    Bueno, Margarita. Bueno.- Dijo la niña. Y cortó un trocito de cebolla y lo echó al agua del jarrón.

Entonces “Margarita” rompió a llorar desconsoladamente:
-         Buahhh, buahhh, buahhh
-         Pero ¿qué te pasa “Margarita”? Que tienes una pena tan grande.
Y “Margarita” dijo muy deprisa:
-         No me pasa nada. Estoy más feliz que una perdiz. Pero oye- Dijo la muy traviesa.- ¿Por qué no me das  aprobar un poco de ese pescado tan sabroso que has traído?
-        Bueno, “Margarita”. Bueno- Dijo la niña. Y partió un trozo de pescado crudo echándolo al agua de “Margarita”.

“Margarita” dijo:
-         ¡Uhhhh! ¡Qué peste!!!- Y se desmayó
-    ¡”Margarita”, “Margarita”!- Se asustó la niña y le echó un poco de agua en la cara. Entonces “Margarita” se despertó y la niña le dijo:
-        “Margarita”, no te voy a dar nada más. Las flores se alimentan de agua y de Sol. No puedes comer lo mismo que como yo. Ahora me voy a dormir y no vuelvas a pedirme nada más que no te lo daré
-         Está bien.- Dijo “Margarita”- Tienes razón.

Y en eso quedaron.

La niña se fue a dormir y cuando se despertó la cena ya estaba lista. Se acercó al jarrón para saludar a su amiga, su mejor amiga: la margarita “Margarita”. Entonces vio en el agua media aspirina deshaciéndose y dejando un rastro blanco como la cola de una estrella fugaz. Solo podía haber sido su madre así que le preguntó:
-         Mamá, mamá ¿Por qué has echado media aspirina al agua de “Margarita”?
-    Muy fácil.- Dijo la madre resuelta y atusándose un poco el pelo- Porque la margarita “Margarita” está malita.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Lluvia en nuestros rostros

El atardecer es una acuarela de lluvia. Hay gatos miedosos que se esconden en tu mirada, atrapados por tu pestañear. Tu mano es mi almohada, cuentos que me invento sobre cómo ha ido el día. Y me emociono al leer las cartas de tu padre que he escrito yo misma. Si me ves llorar, cántame esa nana. La del Coco “Tragalágrimas” que se ahogó con el llanto de la mujer-ángel violada. Te acuerdas, la misma que yo te cantaba.

A través de las ramas desnudas veo un cielo violáceo, como mis moribundos labios. Las gotas resbalan por tus mejillas y no sé si estás llorando.

En mis bolsillos intento encontrar algo que darte. La última hoja del Otoño o una estrella que recogí del suelo. Las luces se apagan a nuestro paso y los pájaros rompen a volar como palomitas en una sartén.

Si te vas me queda tu recuerdo. No miraré tus fotografías para que no me vean llorar. Si te vas soltaré en la calle el globo en forma de corazón que te regalé. Si te vas me arrancaré el corazón y te lo daré para que tu también puedas soñar con un mundo más noble.

sábado, 17 de diciembre de 2011

A nadie le importa

Endúlzate
Ponte de alcohol hasta las cejas y después rómpete la crisma contra el suelo. Total, a nadie le importa. No levantes hoy las persianas. Quédate ya para siempre solo, en medio de esa penumbra húmeda y polvorienta que carcome poco a poco tus ideas y te arranca las ganas. Total, a nadie le importa. Llora. Llora hasta no sentir los ojos y cuando las lágrimas se agoten práctica una suerte de gimoteo febril que despierte a los vecinos. Total, a nadie le importa. Súbete a la torre más alta y arrójate al vacío. Déjate seducir por el enigmático aroma de la muerte. Tal vez entre sus brazos ya no temas nada y puedas vivir una muerte sin mentiras. Total, ¿a quién le importa?

Bajo los ojos de Dios

Me dejo llevar
Cuando siento
Tu oleaje
De manos
De terciopelo
En un baño
Caliente
De sal
Tu mirada
En la oscuridad
El viento
Llamando
A la puerta
Hambriento
De deseo

A la hora
De las brujas
Cuando
Todas las luces
Se apaguen
Y
Los ojos
De la noche
Ya se hallen
Encendidos
Habrá palabras
Mentirosas
Hirientes
Que taladren
Mi pobre ánimo
Vistiéndolo
Del hedor
De las escamas
Más sucias

Y me iré
A la cama
Sola
Con unas manos
Que me abrazan
Las mías
Como el monstruo
Escondido
En lo alto
De un torreón

Tal vez no debería
Estar aquí
A tu lado

Y me pierdo
En tus manos
Terciopelo tibio
Otoño de Sol
Bajo los ojos de Dios
Por fin me siento dichosa
Cuando tu mirada
Se cruza con la mía
En la oscuridad
De luces apagadas
Porque es tarde
Porque es la hora de las brujas.