jueves, 22 de diciembre de 2011

El diario de Matilda

Matilda era una niña-ardilla que vivía en una casita de madera, de tejados rojos y ventanas azules. Tenía una larga coleta rizada y los dientes delanteros superiores se le salían de la boca como si fueran alfileres de tender la ropa. Matilda era además muy alegre porque su casa estaba rodeada de plantas de la Alegría a las que Matilda cuidaba con mucho mimo y esmero. Llevaba una vida tranquila alejada de la ruidosa ciudad, de su contaminación y sus prisas. Y todas las noches, antes de dormir, escribía en su diario. Escribía sobre como le había ido el día. Si vio un caracol junto a su ventana que se desplazaba lentamente y miraba el sol, si le llamó su prima Jimena que siempre le contaba las graciosas historias de su tía Marisa “la risas” o si aquel día había salido a recoger flores y se había encontrado con una bella mariposa. A Matilda le gustaba registrar todas aquellas cosas y adornarlas con dibujos  que coloreaba de vivos colores. Pero un día Matilda se cansó. “Pero ¿qué cosas tan aburridas son estas?” “¡Absurdas!” “¡Ni a mi misma me interesan!” Y decidió no volver a escribir en aquel diario ridículo y sin ningún valor. De pronto el sol se ocultó tras una nube cargada de lluvia, una nube enorme, corpulenta como el brazo de un gigante. Se avecinaba una tremenda tormenta. Matilda cerró todas las ventanas, se tomó su vaso de leche de todas las noches y se fue a dormir bien arropadita. Ella no temía las tormentas. Sin embargo los niños de la ciudad estaban muy asustados.

En casa de Pablo su madre se hallaba preocupada “No me gusta nada la tormenta que se está preparando” “Algo malo ha debido pasar” Dijo. La tormenta lanzó toda la furia del infinito y la mañana siguiente amaneció mojada pero tranquila. Matilda, por su parte, se hallaba muy contenta comprando algo de fruta en el mercado.

En el colegio, el profesor les puso a los alumnos un ejercicio de creatividad: tenían que contar lo que habían soñado y a partir de ahí inventarse un cuento. Pablo no había soñado nada aquella noche  y así se lo hizo saber al profesor. “Yo tampoco he soñado nada” dijo Manuel. “Ni yo tampoco” Dijo Pedro. “Ni yo” dijo otro,”Ni yo” y así poco a poco, todos los niños coincidieron en que ninguno de ellos había soñado nada. “Bueno, puede darse el caso” Dijo el profesor. “Bueno” Repitió. “En ese caso, lo haremos mañana”. Pero al día siguiente paso lo mismo y al otro y al otro y al otro. “No puede ser posible” Decía el profesor...  En el recreo se encontró con la señorita Miriam y Don Cándido le preguntó “¿Ha hecho con sus niños el ejercicio del sueño?” “Ufff!” Dijo la mujer “Llevan días y días sin soñar” Don Cándido se rascaba la barbilla, pensativo. “Es digno de un estudio”. Así el profesor lo puso en conocimiento de las autoridades que enviaron a un equipo de médicos para que estudiasen a esos niños que no soñaban nunca. Los médicos vieron que aquellos niño no tenían fase REM  y que ese era el motivo por el que no soñaban. No es que los olvidaran sino que verdaderamente no soñaban y llevaban sin soñar mucho tiempo.

A todo esto Matilda llevaba unos días apática, sin ganas de nada. Se tumbaba en el sillón con sus pantuflas y ponía la tele pero ni siquiera la veía. Iba al burguer de la esquina por no cocinar y ya se iban acumulando las pelusas alrededor de las alfombras. No sabía que la ocurría. ¿Qué la podría pasar?

Los días de lluvia y de tormenta no cesaban. La madre de Pablo estaba preocupada. “Alguien no está haciendo lo que debe” dijo, pero nadie la hizo caso. Entonces un día, cansada de que la cosa no volviera a la normalidad, compro tres tarritos. En uno escribió “Lentejas”, en el otro “Judías” y en el tercero puso “Garbanzos” y así fue echando cada legumbre en sus correspondientes enseres mientras decía “las lentejas en el tarro de lentejas, las judías en el de judías y los garbanzos en el tarro de los garbanzos” ¡Ya esta todo en su sitio¡ Se alegró la mujer.

Matilda empezó a preocuparse ¿por qué no hacía nada? Algo tendría que hacer ¿qué le estaba ocurriendo? Decidió que las cosas no podían seguir así y que tenía que volver a la acción. Entonces se acordó de su diario que se hallaba cogiendo polvo en una de las estanterías del salón. “Podría empezar por ahí, tal vez me ayude” Pensó. Lo cogió y escribió: Hoy me he levantado, he desayunado, he comido, he merendado y...... ¡oh sí! y he visto una gran nube en forma de puño de malhechor estallar en mil gotas de lluvia, todo estaba muy oscuro pero no me ha dado miedo. Me he echado a dormir y he llorado pero no por la tormenta sino porque estaba muy aburrida......

Al día siguiente los niños, por fin, pudieron hacer el ejercicio del colegio. Unos habían soñado con una nube hinchada a punto de estallar, otros con miles de gotitas cayendo y que veían a través de una ventana azul, otros con una extraña ardilla que lloraba y Pablo soñó con el atardecer y las primeras estrellas.