miércoles, 13 de enero de 2016

Cruda realidad

El otro día le confesé a mi amigo:

- Mira, para mi es muy dura la realidad.

A lo que él contestó:

- Para mi también, pero solo cuando me miro en el espejo.


Hablando en plata

Ayer estaba con mi novio y con los amigos dando una vuelta. De pronto, mi amiga le dijo a mi novio:

- Creo que te falta cultura.

Él respondió:

- Bueno, si me dices donde la venden seguro que mi madre me la compra.

Le he dejado.

martes, 12 de enero de 2016

Dulce amargura

Dulce amargura
Mi voz pasea
Por campos en sequía




Y las nubes cantan
Y los pájaros se levantan

En tierra de nadie intenté ordenar mis pensamientos


Ideas encontradas, desordenadas, que se dan la mano en el corro adulto de un patio común a todos


No ha salido en las noticias aunque nos persigue hace siglos. Los periodistas no hacen caso, no interesa, sería un fracaso o pensarían que andan mal de la cabeza. Quizá no haya negocio con algo así porque quizá no lo sabe nadie o lo sepamos todos. El caso es que hay una enfermedad devastadora que lleva haciéndonos mella al mundo entero desde hace mucho tiempo. Al mundo por el mundo. Pisada tras pisada en una persecución al forastero, al que creen enemigo o al fugitivo. Al que regresa o nunca vuelve siguiendo la huella del que creen animal en peligro de extinción y que por eso mismo hay que eliminar. Y, sin poder alguno se creen con el derecho de hechos crueles manchando la dignidad de la que presume o no el que aún la tiene con razón. Y seguiré contando, repitiendo lo anterior. Hay una enfermedad devastadora que hace mella en el mundo entero. Dicen que se debe a trastornos psíquicos pero yo creo que es rabia por injusticias y abandono. Dicen que se llama Cancer pero yo creo que no es otra cosa que odio. Dicen que se llama depresión pero yo creo que son envidias que hacen caer en esa enfermedad a los que de verdad están enfermos, de maldad que les lleva al sufrimiento, la peor manera de sentirse aún vivo, por cierto. La ciencia camina despacio, seguro que los médicos coleccionan tortugas, por identificación, sean de verdad o de mentira. No creen en Dios, dan limosna para curar su conciencia de autómatas con carteles en la sala de espera que hacen callar a los más pequeños pero no porque les guste el silencio sino porque no soportan eso que tampoco quieren o no saben como curar. Y, por desgracia, los barrenderos no podran nunca limpiar las calles de esos zapatos y tacones que hacen sangrar las aceras y esas ruedas que deslizan mejor el viaje al haber dejado de ser cuadradas en carros peligrosos de bueyes y caballos. Hacen sufrir los asfaltos como mujeres dolidas en la cocina con niños reboloteando y yendo a los mercado o esperando colas en el paro para llegar a ser lo que sus maridos disfrutan en oficinas, centros privados o trabajos elitistas con fiestas tabú para ellas en las cenas y viajes, dormitorio de hoteles pernoctando en sitios elegantes, reservado y no, no solo era antes, ni hace tan poco ni ahora solo y quizá por siempre jamás. Disfrazado o con diferentes nombres siempre ha sido así o quizá ya deba irme a dormir. Otra vez pasa el tranvía pero no estoy amaneciendo en Londres. Tampoco es la película de Hitchcock pero creo que debo tener cuidado con los pájaros o volar en el de mentira (ojalá nunca nadie haga el aspaviento con los brazos aunque estoy segura que si es así ya vendrá otro para llevarlo, recogerlo y salvarlo) madrugando el día en que no se me peguen las sábanas y llegue a tiempo por fin, en la impuntualidad del reloj siempre ausente, en un devenir de momentos que me hacen olvidar que ya pasaron los diez minutos para que el arroz cueza y habiéndome salvado de la hervidura de un agua marchito que ha podido renacer con las lágrimas que han caido de la mujer que está preparando la cena. Eso es lo que digo, con ello alimentará a sus hijos. No lo ha dicho, no lo han visto, intenta lo contrario pero igualmente les está educando en la pena y, ahora, además, también se alimentan de ella. Ejemplos extraños de la madre naturaleza. Por eso reprochar o recriminar no merece la pena. Pero sigamos y digamos que ya preparé mis maletas para subir al avión que menos mal que llega. Aterriza mientras que yo me deshago de muletas y muletillas que no hacen más que difilcutar el camino. No tengo hermanos y por lo tanto tampoco sobrinos. Tendría otro hijo pero primero, creo, he de mirar más allá del río o preguntar a las estrellas, las pocas que se atreven a salir en un lugar como este y limpiar la noche de esos reproches, tal vez mezclados con derroches que acuden a nuestra mente cuando, apoyada sobre la almohada, intentamos descansarnos por un rato. Avanza retardada esa medicina maldita que no es capaz de erradicar esta enfermedad. Y sé que lo saben, yo no quiero decirlo y no sé si es mejor o peor pero creo que lo saben y también lo sé yo, quizá muchos otros... cómo decirlo. La enferdad más grave que existe en el mundo se llama Humanidad. Pero no todos aunque están por todos lados. Y aún así sí que estamos todos bajo el mismo Sol. Y, de todos modos, todavía pienso que intentan erradicar la cordura acabando con lo que tachan de locura.