sábado, 7 de enero de 2012

La niña desdentada




La niña echó los dientes de oro. La familia era tan pobre que tuvieron que arrancárselos para venderlos.



                        "Lo bueno si breve, dos veces bueno"
          

jueves, 5 de enero de 2012

Mírame

Mira, mírame a los ojos. Cara a cara. Frente a frente... y miente.

Noche cerrada


Era una noche tenebrosa. El fuerte viento azotaba las ramas desnudas de los árboles convirtiéndolas en brazos enloquecidos de lo que parecían brujas o espectros. La nieve caía silenciosa posándose en el suelo con el sigilo de un ratón, de un niño que se esconde, de una ratera a punto de robar unas medias. Y no había luna. El cielo negro como el agujero más profundo no mostraba a su fastuosa reina, ni tampoco estrellas. Era un cielo oscuro como un pozo del que no puedes salir, como una pesadilla. A las afueras del pueblo se hallaba la granja y el granjero, a aquellas horas, se disponía a tomar un vaso de leche caliente e irse a la cama. Pero algo le perturbaba. Era la noche, aquella noche que se deslizaba por su espalda como arañas presurosas, con patas de alambre y ojos de fuego. Hasta llegar a su nuca y picarle. Los escalofríos le estremecían, le faltaba el aire y en su lucha por recobrar la calma se le cayó el vaso de leche al suelo formando un puzzle de cristalitos que el pobre granjero se apresuró a recoger. La angustia podía respirarse en el ambiente del salón. Un salón con chimenea y estanterías llenas de libros. Y afuera la mano del viento abofeteaba todo lo que encontraba a su paso. El granjero no pudo soportarlo más. Agarró el aparato y telefoneó a su médico, el doctor Cuenca. A la media hora el doctor se hallaba en su casa. El granjero le explicó su angustia, su ansiedad y su preocupación. “Creo que esta noche no podré dormir si usted no hace algo”. Le dijo. “Hay algo que me perturba profundamente, por favor ayúdeme”. El Doctor le dijo que solo se trataba de ansiedad y un miedo patológico que respondía a una noche cerrada como de la que eran testigos, que no le diera muchas vueltas y que se tomara un comprimido de la caja que le iba a dar. El granjero pareció tranquilizarse al ver el cartón amarillo con una franja verde donde podía leerse “Somotal”. Tal vez allí se hallara el lecho donde descansar toda su inquietud. “¿Usted no se siente algo desvelado esta noche? ¿No tiene miedo?” le preguntó el granjero “Bueno,” dijo el doctor ”la verdad es que no, no. Me hallaba con mi mujer viendo una película de los Hermanos Marx hasta que usted me llamó. Dorothy es así. Al mal tiempo buena cara, ya sabe”

Cuando el doctor se marchó el granjero se tomó una de las pastillas que este le había dado. Después se sentó frente al televisor. Una película del oeste, disparos y vaqueros a caballo, también alguna bella mujer. En realidad no le interesaban aquel tipo de películas, prefería los dramas románticos donde el conflicto se halla en la consecución del amor por parte de los protagonistas. No tardó mucho en quedarse dormido.

El doctor Cuenca, en su coche, puso un poco la radio y a través de la nieve, que no dejaba de caer y pegarse en el cristal, atravesó la carretera que le llevaría de vuelta a su casa. La música era agradable, clásica. Una danza de copos de nieve, como en los sueños de un niño, se iban quedando dormidos en la superficie de su coche, danzaban con las ramas de los árboles, hacían piruetas, impulsadas por el viento e intentaban colarse en las casas quedándose sin embargo en las rejillas de las puertas. Hubo un choque, el médico se asustó enormemente y frenó en seco. Había atropellado a alguien. La danza incesante finalizó en un charco de sangre. El que divisó el doctor al bajar de su coche y ver a un hombre boca abajo tirado sobre la carretera. Enseguida llamó a una ambulancia que no tardó en acudir. En ningún momento pudo ver al hombre pues los médicos le taparon por completo poniéndole encima de una camilla y llevándoselo en la camioneta. Nadie le dijo nada, aunque preguntó. El doctor Cuenca estaba seguro de que le había matado. Al llegar a su casa no quiso hablar con su mujer. Esta le sugirió seguir viendo la película. Pero el médico le respondió que deseaba dormir y olvidar cuanto antes el percance del cual acababa ser partícipe, aunque esto último no se lo dijo. Sabía que no podría dormir, se hallaba agitado, convulso incapaz de relajarse y concentrarse en algún punto insignificante que le permitiera conciliar el sueño. Sacó del bolsillo una caja amarilla con una franja verde y tomo uno de lo comprimidos. Al poco se quedó dormido.

Un relincho demencial despertó al granjero. Eran las cinco de la mañana. El hombre se refrescó un poco la cara y bebió agua. La tele continuaba encendida, ahora emitían un concurso de letras y números, sin duda, una repetición pues su horario habitual era a las tres de la tarde. Se asomó a la ventana y se dio cuenta de que la nieve había cesado pero no la brutalidad del viento que hacía remolinos llenos de papelitos y ramas. El eclipse continuaba en una noche ciega y enloquecida. De pronto, llamaron a la puerta. El hombre, al otro lado, tocaba el timbre intermitentemente a unos intervalos cada vez menores. Por la insistencia del pito el granjero se dio cuenta de la urgencia y se dispuso a abrir lo ante posible. El granjero vio a un hombre con gabardina y sombrero, un sombrero de ala ancha con el que apenas podía verle la cara. Si acaso una boca torcida que dejaba entrever una hilera de dientes puntiagudos y amarillentos. Le dejo pasar. Aquel hombre le recordaba a alguien pero no sabía a quien. Acababa de tener un accidente con el coche y deseaba hacer una llamada para que acudiera una ambulancia. “Realmente esto es devastador para mí “ dijo el hombre “Padezco del corazón, sabe, Y cualquier susto puede ser fatal” “¿Ha sufrido usted algún infarto?” le preguntó el granjero “Mi corazón esta débil. Padezco taquicardias y arritmias y sí, hace poco tuve un infarto del que pude recuperarme, pero los médicos no descartan la posibilidad de que sufra otros en el futuro”. Después de llamar el hombre se marchó. Al poco llegó la ambulancia. El granjero pudo ver, a través de su ventana, que el accidente se había producido a pocos metros de su casa, pero no puedo ver al atropellado pues los médicos le taparon completamente meciéndole en la ambulancia y llevándoselo. Lo que sí pudo ver fue el charco de sangre que había quedado en el suelo.

Intentó descansar un poco, extrañamente se sentía tranquilo, a pesar de los sinsabores que había presenciado y sentido aquella noche que parecía la más larga de todo el invierno. Se quedó dormido.

Al día siguiente la mujer del doctor Cuenca se dispuso a preparar el desayuno. Le extrañó que su marido aún no se hubiera levantado pues era un hombre madrugador, que le encantaba el frescor de la mañana y escuchar mientras desayunaba, junto a la ventana, el piar de los primeros pájaros. Pero aquella mañana no despertó. La mujer enseguida lo supo. Estaba muerto. Enseguida se acordó del granjero, la última persona con la que había estado antes de morir. Telefoneó a su casa. En lugar del granjero contestó un policía. “No señora Cuenca el señor Fernández sufrió un accidente esta madrugada y ha fallecido”. “Mi marido también....” Más tarde le dirían que fue un ataque al corazón.

A los pocos días la mujer se interesó por una película. Quería ver algo, la noche era tibia y se acordó de su marido otra vez, no podía quitárselo de la cabeza. Cogió unas cuantas y ya se disponía a elegir la apropiada cuando una de las películas cayó al suelo. Se trataba de una película de los Hermanos Marx.

miércoles, 4 de enero de 2012

Me gusta

 Publicado en la Antología Poética "De versos encendidos" de la editorial Hipálage


Me gustan las tardes de sol en el parque cuidando de mi pequeño
Me gusta madrugar y darme una ducha antes de irme al trabajo
Me gusta pasear con mi vestido nuevo por el centro de Madrid
Y me gusta comer turrón en verano
Y tocar la pandereta cuando es Navidad
Me gusta el café de la mañana
Y un ratito de soledad
Y que te rías
Y que hagas tonterías
Y que me hagas un regalo
Me gusta ver una flor y que sepamos que es un diente de león
Y ver correr a los niños detrás de las palomas
Me gusta que demos de comer a las hormigas
Y que vengas del trabajo por las noches y me despiertes
Me gusta pensar en que ropa me voy a poner al día siguiente
Y hacerme una coleta que se mueva al caminar
Me gusta que persigamos a las mariposas a la salida del colegio
Y verte,
tan parecido a mí,
corriendo y saltando por el salón.


Ali, Ila y la perrita

Sonrie
La perrita era muy mona. Con sus largas orejas y sus tirabuzones color caoba. No le costó precisamente barata pero merecía la pena. Ahora sería, de nuevo, útil: tenía una mascota a la que cuidar.

De regreso a casa ambas pasaron mucho calor. Gotitas de sudor brillaban en el rostro de Ali mientras conducía. Se sentía algo fatigada y con dolor de cabeza pero estaba ilusionada con su perrita a la que pensaba cuidar con esmero durante su mes de vacaciones.

Era una cachorrita de diez meses, cariñosa y tranquila. Ali pudo comprobar enseguida que lo que más le gustaba era jugar a la pelota y que le acariciaran la tripita.

Ali la bañaba con sales y espumas todos los días frotándole bien las patitas, el lomo y las orejas. En una tienda vecina le compró galletas de diferentes colores: verdes, rojas y marrones. Cada color se correspondía con un sabor y eran buenas para fortalecer la dentadura. También le daba largos paseos por la ciudad. Miraban escaparates y sonreían alegres porque se sentían dichosas de estar una junto a la otra. De vez en cuando iban al río. Una pequeña braguita, a modo de biquini, cubría el trasero de la perrita y Ali no se cortaba, total, por allí, no paraba nadie. Por las noches la acostaba en su camita de mascota y no había perrita en todo el edificio que durmiera más agustito.

El mes de agosto se pasó volando pues todo fueron cariños y comodidades. La perrita adoraba a Ali y se había convertido en su amiga más fiel.

Poco a poco fue llegando el frío y con el la vuelta al trabajo de Ali. Esta compró una mantita para la perra. Ahora no había perrita en el edificio que durmiera más calentita. También le compró champús y sales nuevas y un cepillo para alisar aquellos tirabuzones de los que ya se había cansado.

Hicieron una última visita al río para que la perrita se diera sus ansiados chapuzones y bajo la sombra de un árbol se echaron la siesta.

Se acercaba septiembre y ahora Ali no tenía con quien dejar a la perrita.

Ella trabajaba mucho, a jornada completa y no paraba en casa para comer por lo que no podía estar con su mascota.

Aquella noche se lo explicó todo. La perrita soltaba gemiditos y agachaba la cabeza. La pobre se temía lo peor. Pero no, Ali no iba a darla en adopción.

En lugar de eso hizo octavillas en las que expresaba su deseo de encontrar una buena chica que cuidara de su perrita mientras ella estaba ausente. Las pegó en las marquesinas, en los portales, en los tablones de algunas tiendas de alimentación de su barrio y en los semáforos. En las octavillas, además, puso una foto de la perrita para que la chica en cuestión se fuera haciendo a la idea.

La perrita estaba intrigada ¿Quién sería la sustituta?

Los días iban pasando y nadie llamaba. Mascota y dueña estaban muy preocupadas pues la cuidadora era muy necesaria, tanto como el oxígeno para los seres humanos.

A la mañana siguiente, mientras Ali, untaba mermelada en las tostadas, sonó el teléfono.

-¿Digame?- Respondió Ali con voz esperanzada.
-¿Es ahí donde necesitan una cuidadora para una mascota?
-Sí, para mi perrita- Dijo Ali.

Al otro lado del hilo se olló un carraspeo y a continuación:

-Me gustaría ocupar ese puesto.
-¿Puede venir esta tarde a las seis para la entrevista?- Concluyó Ali un tanto nerviosa.
-Sí.- Dijo sin dudar la ruda candidata.
-Apunte la dirección.

La mañana se hizo eterna. Parecía no llegar la hora de comer. Perra y dueña comieron en silencio, mientras miraban el televisor. Decidieron echarse la siesta para a ver si así el tiempo pasaba más deprisa y pusieron el despertador justo a las seis en punto.

El despertador y el timbre de la puerta sonaron al mismo tiempo. Ali se despertó sobresaltada. “¿Dónde están mis zapatilla??” “¡Qué pelos!” “¡Mis gafas!” Y la perrita empezó a ladrar. Volvieron a llamar. “¡Ya voy!” “¡Ya voy!” “¡Guau!” “¡Guau!” Ali por fín abrió. Dejó pasar a una chica de su edad que se llamaba Ila.

Ila tenía el pelo largo y Ali corto. Ila era muy alta y Ali muy bajita. Ila era regordeta y Ali tan fina como un spaguetti. Ila tenía el pelo liso y Ali rizado. Pero ninguna pareció darse cuenta de esto. Tan solo la perrita, que miraba con desconfianza a la que iba a ocuparse de ella.

-Muy bien. El trabajo es suyo.- Dijo Ali, a pesar de que Ila apenas había abierto la boca.-Hágase a la idea de que es como cuidar de un niño. Me basta con que sea cariñosa y responsable.
-Lo soy-Dijo Ila.
-Entonces no se hable más.

Y la perrita suspiró


Los tres despertadores sonaron a la vez. Ali dio un respingo mientras tanteaba entre las sábanas para encontrar sus gafas. La perrita meneaba la cola y daba los buenos días a su dueña llenándola la cara de lametones.

Ali se duchó, desayunó y preparó su bolso.

Justo tres minutos antes de marcharse sonó el timbre. Era Ila que llegaba, tal y como habían acordado el día anterior.
-Bueno, yo me tengo que ir ya.-Dijo Ali apresurada.-En el baño están el champú y las sales, su comida en la terraza, sáquela a pasear sobre la cinco de la tarde y su camita está a los pies de mi cama. Nada más ¡qué se le de bien!- Y salió corriendo.

Ila esbozó una sonrisa de medio lao y quitó de en medio a la perrita dándole una ligera patada en el hocico. A continuación fue a la cocina y se hizo con un paquete de galletas y una bolsa de patatas fritas. La perrita la miraba presa de la curiosidad más temerosa. Pero Ila no la iba a tratar mal. Ella tan solo quería divertirse. Ver la tele y hartarse de comida basura.

 No bañó a la perrita, no la dio de comer ni la sacó a pasear. Se pasó todo el día viendo la tele y engullendo patatas fritas y galletas.

Cuando llego la noche, la perrita, hastiada y deprimida, se acostó en su camita echándose la manta por encima.

Cuando llegó Ali preguntó:
-¿Todo bien?
.Perfecto.- Dijo Ila.
-Muy bien. Entonces, hasta mañana.

La perrita ya estaba dormida.

Y así pasó toda la semana hasta que llegó el sábado y perra y dueña volvieron a estar juntas.

Ali decidió que aquel día aprovecharía para hacer la limpieza general de la casa como venía siendo costumbre en ella todos los inviernos. Así aspiradora, plumero y fregona en mano se dispuso a limpiar y ordenar su preciada casita. La perrita ya estaba despierta pero no se levantaba de la cama.

-Hoy estás perezosa.- Le dijo Ali que no se enteraba de nada la pobre.

Pero pronto se enteró. Al colocar los cosméticos se dio cuenta de que el champú y las sales de la perrita no habían disminuido en cantidad. Al retirar la comida de la perra para barrer la terraza se dio cuenta de que el saco pesaba demasiado como para que hubiera comido toda una semana y en los rincones de la casa encontró caquitas y manchas de pipí.

No se lo podía creer. Enseguida fue a ver a su perrita a la que encontró más flaca y desfallecida. Se ocupó de ella rápidamente. La dio de comer, la bañó y la sacó a pasear. La perra quería contárselo todo pero por desgracía solo podía gemir y así demostrar su sufrimiento.

Ambas decidieron que había que darle una lección a Ila. Se les ocurrió poner las galletitas de la perra en el bote de las galletas preferidas de  la descarada muchacha y desconectar el televisor y los aparatos de música. No era muy dificil adivinar a qué se había estado dedicando Ila todo ese tiempo.

Al lunes siguiente la cuidadora llegó muy contenta. A Ali le costó mostrarse amable pero supo disimular bien.

Ila, como siempre fue desagradable con la perrita despachandola con un manotazo en la cara. En seguida fue al armarito y se hizo con las galletas. Después se tumbó en el sofá y se dispuso a encender la tele.
-¡Esto no funciona!- se enfadó.
Cogió tres galletas y se las metió en la boca. Al momento las escupió asqueada.

-Pero... ¡qué es esto! ¡Qué asco! ¡Qué fastidio!¡Esto no hay quien lo aguante!- Y se marchó a todo correr sin mirara atrás.

Ali la vio salir y soltó un “urra” por lo bajo. Le había dado su merecido. Era su día libre solo que Ila no lo sabía.

Una vez en casa junto a su perrita le dijo:

-No te preocupes, cariño. La proxima vez me aseguraré mejor de a quien meto en casa.

martes, 3 de enero de 2012

La chica de la carretera

Un día más
Sin rumbo
Ni esperanza
Sales a la calle
Con ojeras
Y legañas
Buscando
Estrellas en el suelo
Corazones
Que se hayan caído
Del cielo
Y vagas
Por la cuneta
A dedo
Vas a la ciudad
Más cercana
Y en un lúgrube bar
Junto a una gasolinera
Te tomas esa cerveza
A sorbos
Al son
De una música
De carretera
Tal vez ese chico
Que te mira
la gargantilla
besando tu escote
Como una serpiente
Hambrienta
Y tu falda
De confetis
Que reza
Buscando
Un corazón
Desesperadamente
Ratera
Huérfana
Poeta
En un Motel
La reina
Atascada
En la infancia
Drama de media noche
Enferma
De ausencia
De ese amor
Que siempre se escapa
Como agua sucia

lunes, 2 de enero de 2012

Pequeño demonio

Tras la Luna te escondes. En el ocaso de tres decadas. Me siento tan vieja.
Soy la chica azul, cuando me haces tomar bloody Mary en copas con cubitos de hielo, cuando me sacas desnuda a la terraza en pleno diciembre, una Nochevieja justo cuando están dando las campanadas y me fotografías mientras me como los doce lacasitos, como una niña sin falda de cuadros tableada ni sostén y me sonries así, mientras la gélida noche deja asomar miles de ojillos curiosos a los balcones del cielo. Y qué dirán los vecinos cuando me vuelva roja y ya solo me alimente de chocolatinas y café, como a ti te gusta y me hagas escuchar canciones de Bob Dylan e ir al cine a ver una película de ciencia-ficción. Roja como las cerezas, como unos sabrosos labios adolescentes, como esa que tu quieres poseer cueste lo que cueste. Y de hecho lo haces cuando me vuelves amarillenta, vieja, desgastada con el pelo pajoso, arrugas en las comisuras y piel que se descama como un techo que hace mucho que pintaron. Entonces te pido que te vayas y no quiero albergarte más en mis entrañas pero tú haces caso omiso y sigues incitandome a comprar bombones, a ponerme tacones y salir en busca de una aventura. Los labios pintados y una sonrisa rota como la de la muñeca de porcelana que la hermana envidiosa lanzó contra el suelo. Me vuelves rosa cuando me obligas a ponerme ese vestido holgado de puntillas y dibujos psicodélicos, me trenzas el cabello y me haces viajar por el cielo y un destello de estrellas son la cola de mi vestido. Lengua con lengua, sabe amargo... el eclipse de tus ojos me hace temer mi tacto, mi olor... por si no te gusta. No te enfades.