lunes, 2 de enero de 2012

Pequeño demonio

Tras la Luna te escondes. En el ocaso de tres decadas. Me siento tan vieja.
Soy la chica azul, cuando me haces tomar bloody Mary en copas con cubitos de hielo, cuando me sacas desnuda a la terraza en pleno diciembre, una Nochevieja justo cuando están dando las campanadas y me fotografías mientras me como los doce lacasitos, como una niña sin falda de cuadros tableada ni sostén y me sonries así, mientras la gélida noche deja asomar miles de ojillos curiosos a los balcones del cielo. Y qué dirán los vecinos cuando me vuelva roja y ya solo me alimente de chocolatinas y café, como a ti te gusta y me hagas escuchar canciones de Bob Dylan e ir al cine a ver una película de ciencia-ficción. Roja como las cerezas, como unos sabrosos labios adolescentes, como esa que tu quieres poseer cueste lo que cueste. Y de hecho lo haces cuando me vuelves amarillenta, vieja, desgastada con el pelo pajoso, arrugas en las comisuras y piel que se descama como un techo que hace mucho que pintaron. Entonces te pido que te vayas y no quiero albergarte más en mis entrañas pero tú haces caso omiso y sigues incitandome a comprar bombones, a ponerme tacones y salir en busca de una aventura. Los labios pintados y una sonrisa rota como la de la muñeca de porcelana que la hermana envidiosa lanzó contra el suelo. Me vuelves rosa cuando me obligas a ponerme ese vestido holgado de puntillas y dibujos psicodélicos, me trenzas el cabello y me haces viajar por el cielo y un destello de estrellas son la cola de mi vestido. Lengua con lengua, sabe amargo... el eclipse de tus ojos me hace temer mi tacto, mi olor... por si no te gusta. No te enfades.