miércoles, 4 de enero de 2012

Ali, Ila y la perrita

Sonrie
La perrita era muy mona. Con sus largas orejas y sus tirabuzones color caoba. No le costó precisamente barata pero merecía la pena. Ahora sería, de nuevo, útil: tenía una mascota a la que cuidar.

De regreso a casa ambas pasaron mucho calor. Gotitas de sudor brillaban en el rostro de Ali mientras conducía. Se sentía algo fatigada y con dolor de cabeza pero estaba ilusionada con su perrita a la que pensaba cuidar con esmero durante su mes de vacaciones.

Era una cachorrita de diez meses, cariñosa y tranquila. Ali pudo comprobar enseguida que lo que más le gustaba era jugar a la pelota y que le acariciaran la tripita.

Ali la bañaba con sales y espumas todos los días frotándole bien las patitas, el lomo y las orejas. En una tienda vecina le compró galletas de diferentes colores: verdes, rojas y marrones. Cada color se correspondía con un sabor y eran buenas para fortalecer la dentadura. También le daba largos paseos por la ciudad. Miraban escaparates y sonreían alegres porque se sentían dichosas de estar una junto a la otra. De vez en cuando iban al río. Una pequeña braguita, a modo de biquini, cubría el trasero de la perrita y Ali no se cortaba, total, por allí, no paraba nadie. Por las noches la acostaba en su camita de mascota y no había perrita en todo el edificio que durmiera más agustito.

El mes de agosto se pasó volando pues todo fueron cariños y comodidades. La perrita adoraba a Ali y se había convertido en su amiga más fiel.

Poco a poco fue llegando el frío y con el la vuelta al trabajo de Ali. Esta compró una mantita para la perra. Ahora no había perrita en el edificio que durmiera más calentita. También le compró champús y sales nuevas y un cepillo para alisar aquellos tirabuzones de los que ya se había cansado.

Hicieron una última visita al río para que la perrita se diera sus ansiados chapuzones y bajo la sombra de un árbol se echaron la siesta.

Se acercaba septiembre y ahora Ali no tenía con quien dejar a la perrita.

Ella trabajaba mucho, a jornada completa y no paraba en casa para comer por lo que no podía estar con su mascota.

Aquella noche se lo explicó todo. La perrita soltaba gemiditos y agachaba la cabeza. La pobre se temía lo peor. Pero no, Ali no iba a darla en adopción.

En lugar de eso hizo octavillas en las que expresaba su deseo de encontrar una buena chica que cuidara de su perrita mientras ella estaba ausente. Las pegó en las marquesinas, en los portales, en los tablones de algunas tiendas de alimentación de su barrio y en los semáforos. En las octavillas, además, puso una foto de la perrita para que la chica en cuestión se fuera haciendo a la idea.

La perrita estaba intrigada ¿Quién sería la sustituta?

Los días iban pasando y nadie llamaba. Mascota y dueña estaban muy preocupadas pues la cuidadora era muy necesaria, tanto como el oxígeno para los seres humanos.

A la mañana siguiente, mientras Ali, untaba mermelada en las tostadas, sonó el teléfono.

-¿Digame?- Respondió Ali con voz esperanzada.
-¿Es ahí donde necesitan una cuidadora para una mascota?
-Sí, para mi perrita- Dijo Ali.

Al otro lado del hilo se olló un carraspeo y a continuación:

-Me gustaría ocupar ese puesto.
-¿Puede venir esta tarde a las seis para la entrevista?- Concluyó Ali un tanto nerviosa.
-Sí.- Dijo sin dudar la ruda candidata.
-Apunte la dirección.

La mañana se hizo eterna. Parecía no llegar la hora de comer. Perra y dueña comieron en silencio, mientras miraban el televisor. Decidieron echarse la siesta para a ver si así el tiempo pasaba más deprisa y pusieron el despertador justo a las seis en punto.

El despertador y el timbre de la puerta sonaron al mismo tiempo. Ali se despertó sobresaltada. “¿Dónde están mis zapatilla??” “¡Qué pelos!” “¡Mis gafas!” Y la perrita empezó a ladrar. Volvieron a llamar. “¡Ya voy!” “¡Ya voy!” “¡Guau!” “¡Guau!” Ali por fín abrió. Dejó pasar a una chica de su edad que se llamaba Ila.

Ila tenía el pelo largo y Ali corto. Ila era muy alta y Ali muy bajita. Ila era regordeta y Ali tan fina como un spaguetti. Ila tenía el pelo liso y Ali rizado. Pero ninguna pareció darse cuenta de esto. Tan solo la perrita, que miraba con desconfianza a la que iba a ocuparse de ella.

-Muy bien. El trabajo es suyo.- Dijo Ali, a pesar de que Ila apenas había abierto la boca.-Hágase a la idea de que es como cuidar de un niño. Me basta con que sea cariñosa y responsable.
-Lo soy-Dijo Ila.
-Entonces no se hable más.

Y la perrita suspiró


Los tres despertadores sonaron a la vez. Ali dio un respingo mientras tanteaba entre las sábanas para encontrar sus gafas. La perrita meneaba la cola y daba los buenos días a su dueña llenándola la cara de lametones.

Ali se duchó, desayunó y preparó su bolso.

Justo tres minutos antes de marcharse sonó el timbre. Era Ila que llegaba, tal y como habían acordado el día anterior.
-Bueno, yo me tengo que ir ya.-Dijo Ali apresurada.-En el baño están el champú y las sales, su comida en la terraza, sáquela a pasear sobre la cinco de la tarde y su camita está a los pies de mi cama. Nada más ¡qué se le de bien!- Y salió corriendo.

Ila esbozó una sonrisa de medio lao y quitó de en medio a la perrita dándole una ligera patada en el hocico. A continuación fue a la cocina y se hizo con un paquete de galletas y una bolsa de patatas fritas. La perrita la miraba presa de la curiosidad más temerosa. Pero Ila no la iba a tratar mal. Ella tan solo quería divertirse. Ver la tele y hartarse de comida basura.

 No bañó a la perrita, no la dio de comer ni la sacó a pasear. Se pasó todo el día viendo la tele y engullendo patatas fritas y galletas.

Cuando llego la noche, la perrita, hastiada y deprimida, se acostó en su camita echándose la manta por encima.

Cuando llegó Ali preguntó:
-¿Todo bien?
.Perfecto.- Dijo Ila.
-Muy bien. Entonces, hasta mañana.

La perrita ya estaba dormida.

Y así pasó toda la semana hasta que llegó el sábado y perra y dueña volvieron a estar juntas.

Ali decidió que aquel día aprovecharía para hacer la limpieza general de la casa como venía siendo costumbre en ella todos los inviernos. Así aspiradora, plumero y fregona en mano se dispuso a limpiar y ordenar su preciada casita. La perrita ya estaba despierta pero no se levantaba de la cama.

-Hoy estás perezosa.- Le dijo Ali que no se enteraba de nada la pobre.

Pero pronto se enteró. Al colocar los cosméticos se dio cuenta de que el champú y las sales de la perrita no habían disminuido en cantidad. Al retirar la comida de la perra para barrer la terraza se dio cuenta de que el saco pesaba demasiado como para que hubiera comido toda una semana y en los rincones de la casa encontró caquitas y manchas de pipí.

No se lo podía creer. Enseguida fue a ver a su perrita a la que encontró más flaca y desfallecida. Se ocupó de ella rápidamente. La dio de comer, la bañó y la sacó a pasear. La perra quería contárselo todo pero por desgracía solo podía gemir y así demostrar su sufrimiento.

Ambas decidieron que había que darle una lección a Ila. Se les ocurrió poner las galletitas de la perra en el bote de las galletas preferidas de  la descarada muchacha y desconectar el televisor y los aparatos de música. No era muy dificil adivinar a qué se había estado dedicando Ila todo ese tiempo.

Al lunes siguiente la cuidadora llegó muy contenta. A Ali le costó mostrarse amable pero supo disimular bien.

Ila, como siempre fue desagradable con la perrita despachandola con un manotazo en la cara. En seguida fue al armarito y se hizo con las galletas. Después se tumbó en el sofá y se dispuso a encender la tele.
-¡Esto no funciona!- se enfadó.
Cogió tres galletas y se las metió en la boca. Al momento las escupió asqueada.

-Pero... ¡qué es esto! ¡Qué asco! ¡Qué fastidio!¡Esto no hay quien lo aguante!- Y se marchó a todo correr sin mirara atrás.

Ali la vio salir y soltó un “urra” por lo bajo. Le había dado su merecido. Era su día libre solo que Ila no lo sabía.

Una vez en casa junto a su perrita le dijo:

-No te preocupes, cariño. La proxima vez me aseguraré mejor de a quien meto en casa.