sábado, 17 de diciembre de 2011

A nadie le importa

Endúlzate
Ponte de alcohol hasta las cejas y después rómpete la crisma contra el suelo. Total, a nadie le importa. No levantes hoy las persianas. Quédate ya para siempre solo, en medio de esa penumbra húmeda y polvorienta que carcome poco a poco tus ideas y te arranca las ganas. Total, a nadie le importa. Llora. Llora hasta no sentir los ojos y cuando las lágrimas se agoten práctica una suerte de gimoteo febril que despierte a los vecinos. Total, a nadie le importa. Súbete a la torre más alta y arrójate al vacío. Déjate seducir por el enigmático aroma de la muerte. Tal vez entre sus brazos ya no temas nada y puedas vivir una muerte sin mentiras. Total, ¿a quién le importa?

Bajo los ojos de Dios

Me dejo llevar
Cuando siento
Tu oleaje
De manos
De terciopelo
En un baño
Caliente
De sal
Tu mirada
En la oscuridad
El viento
Llamando
A la puerta
Hambriento
De deseo

A la hora
De las brujas
Cuando
Todas las luces
Se apaguen
Y
Los ojos
De la noche
Ya se hallen
Encendidos
Habrá palabras
Mentirosas
Hirientes
Que taladren
Mi pobre ánimo
Vistiéndolo
Del hedor
De las escamas
Más sucias

Y me iré
A la cama
Sola
Con unas manos
Que me abrazan
Las mías
Como el monstruo
Escondido
En lo alto
De un torreón

Tal vez no debería
Estar aquí
A tu lado

Y me pierdo
En tus manos
Terciopelo tibio
Otoño de Sol
Bajo los ojos de Dios
Por fin me siento dichosa
Cuando tu mirada
Se cruza con la mía
En la oscuridad
De luces apagadas
Porque es tarde
Porque es la hora de las brujas.


Los ojos de los peces

Camino por la cuerda floja
Relativo a pececillos
Que ven vidas íntimas
A través de un cristal
Relativo
A manos que se ensucian
Cuando las deslizo
Por tu piel
Cuando intentas alcanzar
El resorte de mi placer
Me humillas al desnudarme
Y observarme
Desde el otro lado
Con un ojo de vidrio
Blanco
Que capta mis anhelos
Tan lejos
De tu mirada.

Cuando marcho
Todo un cielo abierto para mi
Un sol radiante
Que me baña
La brisa de tu cabello
Al caminar a mi lado
Pero a ti no te lo cuento
Prefiero contárselo a las estrellas
Del techo
Cuando
Antes de dormirnos
Me preguntas qué tal el día

Y el cielo se me abre
Cada mañana
Voy a parar
A un cuarto gris
Desnuda
Recuerdo
La brisa de tu pelo
Y toco la rugosidad fría
De una pared
Donde me gustaría
Golpearme la cabeza
Manchada de sangre
Mi pecho
Y tu
Lo fotografiarías

Huellas de perdedora bajo un cielo abierto

La niña sueña, su muñeca le dice

La niña está sentada
En su sillita de mimbre
En la habitación
Vacía de muebles
Vacía de caricias
Pero llena de sueños
Son los sueños de la niña
Que mira
Como su muñeca muerta
Le sonríe
En medio de la nada
Sin muebles
Sin caricias
La niña sueña
Que su perro
Ladra alegremente
Sueña que su padre
Bebe zumo de naranja
Y que su madre
Está siempre en casa.
La niña sueña
Con paredes
Pintadas de rosa
Con baldosas limpias
Con olores calurosos
La niña sueña
en la habitación vacía
De muebles
De caricias
Y su muñeca muerta
Le sonríe
Y le dice
"sueña lo que no tienes”
"Y tendrás más de lo mismo"
Pero la niña
No se cansa de soñar
Y sueña
un caballo radiante
Que la aleje
Del desorden
Y la indiferencia
Y sueña
Un abrigo de terciopelo
En el que acurrucarse
Cuando se sienta triste
Y la muñeca muerta
Le dice
“No sirve de nada soñar”
Pero la niña sueña
Sueña
Y así
Soñando
Sobre su sillita de mimbre
La niña se queda dormida.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Mejor sin ti


Ya estoy mejor

Ya no me hieren
Tus palabras tristes
Ni tus besos
De ninfa moribunda






Ya no necesito
Tu calor
En los inhóspitos
Vagones de metro

Ni que me acompañes
A clase
Como una madre siniestra
Con las uñas de plata

Estoy mejor

No requiero
De tu lánguida mirada
Ni de esa oscuridad de tus ojos
Que revela
Que no tienes corazón

Claro
Te lo arrancaron
Y lo dejaron
Al otro lado del laberinto
Donde después
Te encerraron
Para que encontraras
El nombre
Que ellos se inventaron para ti

Ya no recuerdo tu sonrisa
Aunque seguro que era muy bella.

Solo recuerdo tu prisa
Antes de lanzarte al vacío
Desde la comba
De aquella nube

Después todo fueron silencios
Angustia
Y siestas

Pero no te preocupes
Estoy mejor

Ya no necesito amanecer
Con tu rostro pegado
A mi pecho

Ni que preparemos
Tostadas en la sartén
Untadas de sufrimiento

Ya estoy mejor.
Desde que te fuiste.
Mucho mejor.

Muñeca
Si alguna vez
Sales del laberinto
No te olvides de recoger
Los pedacitos de tu corazón
Con un poco de suerte
Algún trozo
Se habrá perdido.

No siento nada, solo tu llanto

Sonríe, pequeño

Dame tu mano,
Pequeño
Te llevaré
Por el sendero
De la amargura
Con gritos
Y lágrimas desesperadas

Allá arriba
Un ángel llora por nosotros

No llevamos paraguas
Y nuestra casa
Está lejos

No te lastimaré más
¿Qué tal el colegio?

Tira ese muñeco
Sucio
Roto
Que agoniza
A la puerta
De una iglesia

Y lanza los dados
Que te diré
La edad de tu muerte

Si no sabes andar
Te llevaré en brazos
Aunque yo tampoco sé
Y me caigo a cada paso.

Hablemos al revés
Como le gusta al diablo
O pongamos voces extrañas
Como las que en las noches
Me aguijonean la mente
Con imágenes azul metálico

Y antes de dormir
Te contaré un cuento
El de la rana sabia
Que cocinaba
Los sentimientos
De sus hijos
Para hacer un caldo
de odio.

Camino a casa



Era un día de invierno desapacible. El viento azotaba las ramas de los árboles arrancando los últimos restos de su abrigo y dejándolos desnudos frente al frío afilado. Maite y su niño se hallaban en la parada del autobús, como todos los días. El niño escondía sus huesudas manos bajo las mangas de su abrigo y miraba a su madre que buscaba y rebuscaba en una bolsa de tela vieja el billete para el viaje. No sacó el bocadillo de jamón york. Ese día, a últimos de Diciembre, tendría que conformarse con un par de chucherías. La mochila pesaba sobre sus hombros y el autobús no llegaba. El frío les penetraba la piel dando mordiscos enfurecidos a sus huesos. Y el viento les abofeteaba.

Cuando montaron en el autobús, el niño, se escabulló entre la gente para tomar asiento y la madre picó un solo billete, el suyo.

-¡Eh!- Dijo un hombre que se había dado cuenta.- ¡Ese niño no ha pagado!
-Es pequeño.- Dijo Maite.- Todavía no paga.
-Pues por su estatura y por como habla no lo parece.

Maite no sabía qué decir aunque en su pensamiento un "cállate, imbécil" se escribía con letras mayúsculas.

-A dónde vamos a llegar.- Continuó el hombre.- Con estos sinvergüenzas que cuelan a sus hijos en el autobús. Y el conductor, ¿no se entera? ¡Oiga! ¡Oiga! ¡Que esta señora no ha pagado!

Pero el conductor hacía oídos sordos. Ya conocía a la mujer y a su hijo y aunque sabía perfectamente que el niño era mayor les permitía la "travesura". Ni si quiera yo sé por qué. Tal vez porque Maite le parecía una buena madre y sentía pena por ellos.

Maite empezó a sentir confusión y ofuscamiento. ¿Qué le importaba a aquel hombre lo que ella hiciera? Fue el único pensamiento que escuhó con claridad dentro de su mente.

-¡El billete es muy caro! ¡Hace frío y la casa está lejos! Creo que es un abuso para personas que no tenemos.
-Pues si es usted pobre tendrá que ir andando a casa.
-Sí, pero no es justo. Nos lo ponen muy difícil. Así los que estamos abajo seguiremos estando abajo y cada vez más.
-Así son las cosas, señora. Pero lo que no se puede ser es una delincuente.
-¿Delincuente, yo? Delincuentes ellos que roban a los que no tienen.

Maite se encontraba fuera de sí. No sabía por qué estaba diciendo aquellas cosas pero a medida que iba avanzando en la exposición de los hechos que le parecían injustos mejor se sentía.

-Pues pida usted una ayuda.
-¿Ah, sí? ¿Y dónde están? Esconden la información.
- Mire no me venga usted con cuentos. Tiene suerte de que me tenga que apear aquí y de que el conductor no se halla dado por enterado. Así de mal va el país con gente como usted.

El hombre caminó a lo largo de la acera gris. Algunas hojas que arrastró el viento le entorpecieron el paso y escuhó a un perro ladrar tan fuerte y tan cerca que tuvo miedo de que le mordiera. Llegó a su casa. En un cuarto sin ventanas y mal iluminado se hallaban sus tres hijos con las caras sucias y atuendos que les venían grandes. Las paredes, sin una sola estantería, estaban agrietadas y unos cubos recogían las goteras del techo. La mujer buscaba en los armarios algo que dar a sus hijos. Solo encontró un pequeño trozo de pan que partió en tres pedazos y que los niños se repartieron peleando por el más grande.

El hombre miró sus uñas ribeteadas de negro y le contó la anécdota a su mujer:

- Y la muy sinvergüenza no ha pagado el billete de su hijo.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Lágrimas bajo el Sol

Sus lágrimas evocan una realidad feliz perdida

Mi vida es un carrusel de emociones. Me voy encontrando diarios por la casa, notas en la nevera o mensajes escritos en el espejo que cuentan vidas imposibles de una mujer con el corazón salpicado de mentiras. Me quedo sin la felicidad blanca, en un vacío insoportable enmarcado de lagrimas que rezuman batallas perdidas. Y los días se me escapan entre las manos, como el agua de una fuente de un parque lleno de niños. Entre palabras de algodón que endulzan mi paladar a momentos pequeños como retales o parches que se ponen en la ropa. Para no ver. Unas gafas de sol rosa. Que todo lo disfrazan. Para no ver. A los que están ahí. A cada paso, no tan lejos. En cada mirada, en cada gesto o palabra. De ellos. De los otros. Con los que me ha tocado vivir. Están muertos. Deberían volar hacía un lugar más cálido. Que no arañe sus corazones de hielo, que no ensucie su pálida piel. Coger una nave y despegar. Tal vez en el planeta del príncipe. Tal vez no sea mentira.

El moco enamorado

Sonríe
Sergio era un niño tranquilo y risueño. De ojos achinados y gruesos labios rojos como cerezas. Era un niño guapo, todo hay que decirlo y además listo. Pero Sergio tenía una mala costumbre. Una costumbre que tienen algunos niños y que es más fea que quitarle el pan a tu hijo. Sergio se sacaba los mocos. Un día, en el colegio, todos los niños de su clase se hallaban muy atentos a la explicación de la señorita. Era un día tibio como un baño de espuma y el cielo se hallaba despejado luciendo un azul celeste surcado de negras golondrinas. La profesora estaba explicando una lección muy interesante sobre el cuerpo humano: los huesos y músculos que lo componen. No todos estaban atentos pero a la mayoría le interesaba. Moncho, entre Triceps, Biceps, Coxis y Tibia se había quedado dormido. Siempre le ocurría y no porque se acostara tarde o no durmiera durante la noche sino porque aquellos cuentos le aburrían soberanamente. Sergio, por su parte, se sentía un poco incómodo. Estaba empezando a notar una pequeña molestia en su nariz. Claro, tenía otro moco. Había que sacarlo como fuera. Así empezó a hurgarse y a hurgarse hasta que lo consiguió y como no quería que nadie le viera con un moco entre sus dedos lo pegó debajo del pupitre. El moco se empezó a sentirse malhumorado, tenía mucho frío y le pareció que no iba a vivir mucho más si se quedaba allí pegado. Tenía que encontrar una nariz donde vivir tranquilamente. Pero, claro, para ello primero tenía que despegarse de allí. Como era muy flexible no le costó demasiado. Despegó sus manos como dos ventosas y sus pies haciendo un movimiento parecido a un puente o una sonrisa de musgo. Se trataba de un moco saltarín, no como otros que son corredores o funambulistas. A este le gustaba saltar. Y. Así, salta que te salta fue a parar a otra nariz. ¿A no sabeis a la de quien? Pues nada menos que a la de la profesora, que se llamaba Margarita. La señorita se estaba esmerando tanto en dar lo mejor posible la clase y le gustaba tanto aquel tema que, al principio no notó nada, pero cuando se quedó sola tras la campana del recreo sí se percató. Se hallaba sentada a su mesa corrigiendo unos exámenes cuando empezó a notar algo en su nariz. Enseguida lo supo pero le dió vergüenza intentar sacarse un moco allí mismo. Y si alguien venía y la veía en tal postura, sería todo un apuro. Ella era una mujer educada  que no solía tener gestos groseros. Además debía dar ejemplo. Así que se aguantó. Camina que te caminarás caminito a su casa. Con su maletín y sus gafitas de maestra empezó a notar como pinchos dentro de su nariz y es que el moco se había agarrado bien y con las uñas le hacía daño. También noto que la parte donde estaba el saltarín la tenía humedecida y era porque al moco no se le había ocurrido otra cosa más que darle besos. Esto ya se estaba pasando de castaño oscuro. En su casa no se pudo aguantar más y empezó a hurgarse intentando sacarlo. Pero el moco no salía. “¿Y si no es un moco?”. Se preguntó Margarita. La pobre estaba empezando a asustarse por lo que decidió ir al médico. Al día siguiente no fue a trabajar alegando que se encontraba resfriada y desde luego la nariz la tenía roja y como un pepino solo que no de catarro sino intentar desprender del interior de su orificio lo que quiera que fuera que tenía allí dentro.

La atendió un médico italiano muy simpatico “Boungiorno, señorina” la dijo al pasar, mientras se acariciaba sus rizados bigotes. Taconeando dos pasos Margarita se sentó y el italiano, que dominaba perfectamente el español, le preguntó por su dolencia. “Pues mire me pica, me escuece, me pincha, me duele”. Y se señaló la nariz. “¡¡Uhmmmm!! Esto huele a pretendiente”. “¿Cómo dice?” Dijo Margarita. “Que huele a noviazgo ¿usted no lo huele?”. “Pues mire, la verdad es que yo no huelo nada”. Contestó Margarita algo enfadada pues pensaba que aquel doctor le estaba tomando el pelo. Y de pronto “achus, achus, achus”. La profesora acababa de lanzar un estruendoso estornudo. ¿Saldría el moco despedido? Pues no. En lugar de eso de su nariz salieron diminutos corazoncitos voladores que recorrieron la sala para después quedar desperdigados por el suelo. “Pero ¿qué me pasa doctor” Preguntó Margarita muy asustada. “Usted padece de Moquitis Enamoraditis” “¿Y eso que es?” “ Nunca había oído nada tan horrible”. “Pues simplemente que usted tiene un moco enamorado de su nariz”. “¿Qué?”. “Bueno, realmente su nariz es preciosa, no me extraña nada”. A Margarita le faltó poco para el desmayo. “¿Me curaré doctor?” Preguntó, la pobre, desesperada. “No se preocupe, se le pasará”

Margarita caminaba cabizbaja, mirando el asfalto que le parecía gris y triste como su propio ánimo. ¿Qué podía hacer?. Un moco enamorado de su nariz. Un moco pesado que no tenía intención de marcharse. Con las manos en los bolsillos por fin levanto la mirada. Empezó a fijarse en los escaparates que encontraba a su paso como para entretenerse y no pensar en el problema tan grande que tenía. Vio broches de fieltro simulando flores y mariposas. Vio zapatos con tacón de aguja como para una fiesta o un baile. Vio tartas y pasteles de mentira con colores tan vistosos como los de las flores en primavera y, un poco escondida, haciendo esquina, pequeñita y blanca vio una clínica. Margarita se fijó en ella pues no era igual a otras. Era muy cuca, con un cartel muy grande en su fachada que tenía letras de colores. La maestra vio que se trataba de una clínica de cirugía estética. Entonces la bombilla se iluminó dentro de su cabeza. Se le acababa de ocurrir una idea un tanto descabellada pero oportuna para deshacerse del moco. ¿Y si se operaba la nariz? Se pondría una nariz muy fea, huesuda, deforme, con forma de gancho, como la de una bruja. Sin pensarlo entró dentro y habló con un médico exponiéndole su deseo. “¿Pero, como?” Dijo el médico “Usted tiene una nariz preciosa”. 2¿Por que quiere cambiarla a una tan horripilante”. “Bueno, son cosas” Dijo Margarita que no sabía que decir “De ningún modo” Dijo el cirujano. “Me niego, rotundamente” Y es que su nariz le parecía perfecta, como la de una actriz famosa de los años 50 o incluso una sex- simbol. “Su nariz es muy atractiva. Es más, usted entera es preciosa.” Y es que el pillo del doctor se estaba empezando a enamorar de la profesora y no sabía como ligar con ella. “La invito a tomar un cafe y me explica usted el motivo de su extraña petición.” “Vaya por Dios” se dijo Margarita. “Ahora ya no solo es el moco sino que además tengo a un cirujano gordinflón enamorado de mi nariz”. “Son como moscas”. Pero el caso es que a Margarita también le hacía un  poco de tilín aquel cirujano pues le parecía buena persona. Se le imaginaba hogareño, con un libro entre sus manos y una manta en las rodillas mientras ella preparaba algo de comer y le escuchaba decir “Tienes una nariz preicoasa, nena” Así que fue a la cita y así se fue fraguando una relación de pareja  bella y especial. Margarita, por su puesto, no le contó la verdad. En lugar de eso le dijo que era actriz y que su próximo papel requería de tal nariz pues trataba de una chica muy fea y acomplejada. “¿Y no la pueden caracterizar?” Le preguntó el médico “Oh, no ,no.” Dijo Margarita. “En tal caso no sería real y no podría interpretar bien mi papel”. “Vaya, ya veo”. Dijo el médico rascándose la barbilla. Y es que en ese momento estaba decidiendo si invitarla también a su casa a tomar una copa.

A los pocos días se fueron a vivir juntos. Estaban siempre el uno pegado al otro dándose besos y arrumacos. Y tanto se querían, tan enamorados estaban que a Margarita se le fue olvidando su dolor y escozor de nariz.

Un día se hallaban limpiando la casa cuando, mientras Margarita barría, algo cayó al recogedor. Era algo redondo, voluminoso y de un color verde parduzco. Al principio Margarita no sabía que era pero con el paso de las horas se dio cuenta de que ya no sentía molestias en su nariz. Entonces se dio cuenta y se puso tan contenta que compró un pollo asado para cenar. Y es que el médico italiano tenía razón. Se le pasaría. Claro, los mocos enamorados solo viven siete días.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Blanco y negro

En la fabrica todos los empleados ya se hallaban dispuestos a comenzar su trabajo. Pasadas tres horas una mujer rubia, joven y de ojos dormilones (no hay que olvidar que se trataba del turno de noche y aquella mujercita no había dormido casi por sus obligaciones de madre y ama de casa) tuvo una alucinación que en realidad no era tal. “Qué raro” pensó la joven madre “debe ser la falta de sueño y el exceso de trabajo”. Como creyó que no podía ser y que tan solo eran imaginaciones suyas dio por bueno el conguito blanco. Así el conguito blanco fue a parar junto a los demás conguitos negros armándose un gran jaleo dentro de la bolsa. “¡Un conguito blanco!” “¡Un conguito blanco!” Gritaban los conguitos negros aterrorizados “¡No es de nuestra especie!” “¡Que se vaya! ¡Fuera!” Pero el conguito blanco, acongojado, no podía irse porque la bolsa estaba cerrada. ¿Cómo salir? ¿Cómo escapar ante tanto conguito enfurecido?. Así, a pesar de los intentos de los conguitos negros por echar al conguito blanco, la bolsa fue transportada junto a las demás al supermercado de la C/ Fuentespina en el barrio de Santa Eugenia. Allí una reponedora la colocó en el estante de la sección de galletas y chocolates sin saber lo que se cocía dentro de la bolsa que había cogido con sus ásperas manos. “¡Hay que echarle!” repetían ¡”Esto es intolerable!” Pensaron en hacer un agujerito en la bolsa y por el echar al conguito blanco pero si lo hacían se escaparían todos y serían pisoteados por tacones y suelas de humanos. Como no se les ocurría la manera de deshacerse del conguito blanco le insultaron y atacaron. Realmente se sentían muy incómodos junto aquel conguito que no era como ellos.

La abuelita estaba muy dicharachera aquella mañana. Su hija, como todos los días, ya se había marchado al trabajo y ella se había quedado al cuidado de su nieto, un niño muy sensible y tierno. Vivían en una calle llamada Fuentespina, justo en el barrio de Santa Eugenia. Se trataba de una familia que aunque no era rica vivía muy cómodamente y podía permitirse numerosos caprichos.

La abuelita y el niño bajaron a hacer la compra y entraron en el supermercado donde se hallaba el conguito blanco.  Nada más entrar, el pequeño, se escapó a la sección de dulces. Y entre cruasanes y bizcochos encontró algo que avivó su recuerdo. ¡Conguitos!. Su abuelo paterno siempre traía escondida una bolsa cuando iba a visitarle. Con su voz de trapo pidió a su abuela que se los comprara a lo que la anciana accedió con una gran sonrisa.

El niño no se lo podía creer ¡Un conguito blanco!. Enseguida se lo enseñó a su abuela, emocionado, ya que él era coleccionista de cosas extrañas que consideraba tesoros. Por supuesto no se lo comió sino que lo guardo en su caja de tesoros. Una caja de porcelana china que su tío le había traído de uno de sus viajes. El conguito blanco fue admirado por todos los primos del niño que cada vez que iban a su casa eran invitados a contemplar aquella curiosidad tan maravillosa. El niño lo acariciaba y le daba los mejores cuidados. Lo besaba y lo columpiaba ya que se trataba del tesoro más increíble que había encontrado hasta entonces. En su caja se hallaban otros tesoros de menor calidad. Como una piedra en forma de corazón y una pluma de paloma. Sin duda el conguito blanco había sido la sorpresa más alucinante que el niño había tenido desde hacía tiempo. Mucho más que su osito de peluche gigante o el tren eléctrico.

 El conguito, finalmente, fue expuesto en un museo que el niño diseñó cuando de mayor se convirtió en arquitecto y se le ocurrió proponer aquel sueño de la infancia.

martes, 13 de diciembre de 2011

Cosas que nunca te dije


Noelia es una universitaria aplicada que se acuesta con hombres por dinero. Todas las noches, junto a su pareja, escribe las experiencias eróticas vividas con estos hombres. Él la deja hacer pero cuando se duerme siempre sueña que encuentra la llave del diario de Noelia y lee sus páginas.




Susana es una ama de casa atractiva y un poco nerviosa que se alegra la vida comiendo dulces de madrugada, cuando su marido y sus hijos ya están dormidos. Católica y conservadora, se avergüenza de sus relaciones sexuales aunque esté casada. Sin embargo tras engullir esos dulces, Susana se escapa a la gasolinera más cercana donde se llena el bolso de algunas revistas eróticas.





Nati es una joven que trabaja en una fábrica de juguetes en el turno de noche. Su novio Javi, siempre va a esperarla a la salida aunque cuando ella realmente se alegra de verle es cuando se trae a su amigo Luis.










Carolina es una joven madre que vive en pareja con el padre de su hijo. Ambos adoran al enano, sobre todo, el padre que ve en su hijo un reflejo mejorado de sí mismo. Todas las noches Carolina mira la foto donde el niño aparece en actitud cariñosa con su cuñado y se le saltan las lágrimas.



Mar es una mujer fría que nunca tiene gestos cariñosos con su pareja. Arisca y escurridiza consigue que su pareja se sienta solo. Es una especie de “chula” que le roba todo el dinero supuestamente para pagar casa y facturas aunque, en realidad, lo que hace es darsélo a su “amiga” Iris.






Al leer estas historias puede que te resulten chocantes o remotas. Sin embargo es muy posible que, ahora mismo, Noelia, Susana, Nati, Carolina o Mar estén durmiendo en tu propio edificio.



lunes, 12 de diciembre de 2011

Juana "Espantamonstruos"

Cuento infantil
Juana “Espantamonstruos” no tenía miedo de los monstruos y por eso era que siempre los espantaba. Todas las mañanas desayunaba pan con mantequilla y azúcar y un buen vaso de leche fresca. Y marchaba al colegio con su maletita porque su madre no tenía dinero para comprarle una mochila. En el colegio tenía una sola amiga: Mari Cruz “Escondetizas”, que siempre escondía todas las tizas para que así la profesora no pudiera explicar la lección y los mandara a todos al patio o a hacer dibujos. Cosa, por otro lado, que nunca funcionaba. La señorita se las apañaba de cualquier otra manera para dar la clase. Y a Mari Cruz nunca la pillaban porque la profesora echaba la culpa a los duendes que, ya se sabe, a veces, esconden las cosas. El caso era que el colegio no ganaba para tizas nuevas. Pero Juana “Espantamonstruos” no era llamada así por nadie pues su secreto jamás había sido contado, más que nada porque no había tenido la ocasión. Y su amiga solo era llamada la “Escondetizas” por Juana ya que era la única que sabía de su travesura..

Aquella noche Juana no podía dormir. Probó a contar pasteles pero le entró hambre y tuvo que ir a la cocina a tomarse un buen vaso de leche fresca. Volvió a la cama y esta vez contó cuadernos entonces se acordó de que no había acabado el ejercicio de Lengua sobre sinónimos y se levantó a terminarlo. Cuando acabó se sentía cansada y pensó que seguramente se quedaría dormida. De pronto un monstruo pequeñito y barrigudo pegó su enorme nariz a la ventana. Juana también pudo observar que abría mucho la boca asomando una hilera de dientes afilados. Se levantó para bajar la persiana pero el monstruo atravesó el cristal como un espíritu. Juana se fue corriendo a la cama y se tapó con las mantas, entonces se dio cuenta. Ella era Juana “Espantamonstruos” y  no tenía miedo de ellos. Esa era la mejor forma de espantarlos. ¿Es que ya no se acordaba de su truquito? Así Juana “Espantamonstruos” hizo uso de su secreto, cerró los ojos y se puso a pensar en algo banal y entretenido. Aquella noche eligió pensar en los diferentes colores de los jerseys que le tejía su madre. Así el monstruo se rascó su abultada nariz y exclamo ¡Pues vaya rollo! Y se marchó. De nuevo Juana “Espanta monstruos” había ganado la batalla.

Una tarde de viernes en la que su madre había salido pronto del trabajo quiso ir con su hija a merendar al campo. Era un día amarillo, con destellos de Sol bañando las azoteas y el “va y ven” de la gente en el mercadillo habitual de los viernes. Caminaron despacio a lo largo del camino que se hallaba detrás del colegio y llegaron a un campillo lleno de olivos y arena. Allí se sentaron y merendaron. Al poco a Juana le empezó a entrar sueño. Se recostó bajo un olivo y se quedó dormida.

De pronto llegó a un pueblo precioso de casas blancas y macetas en los balcones. Juana enseguida se dio cuenta de que allí todo el mundo estaba alegre, que eran muy pocos habitantes y todos se ayudaban y se llevaban bien. Caminando por sus calles que eran pedregosas y cortas se encontró sentada en una banqueta de madera, a la puerta de su casa, a la niña “Triste” que estaba llorando. Abrazaba a su peluche tuerto con gran intensidad y se sonaba los mocos en un pañuelo de tela bordado. Juana se dio cuenta de que era algo más pequeña que ella y le extraño ver a alguien triste en aquel pueblo donde todo el mundo sonreía. Se acercó a ella y le preguntó el motivo de su descontento. “Son los monstruos” dijo la niña “Triste”. “No me dejan en paz” Entonces Juana se alegró porque podía ayudarla. Nunca le había contado su secreto a nadie pero le pareció que en aquella ocasión era lo mas apropiado.

Las dos durmieron juntas aquella noche y cuando llegaron los monstruos pusieron en practica su ejercicio “Espantamonstruos”. Pero los monstruos de aquel pueblo eran diferentes a los de la ciudad de Juana. Eran brujas perversas con risas tremebundas cuyo eco hacía temblar hasta al más incrédulo. Y monstruos enormes de dos y tres cabezas que echaban fuego por la boca y amenazaban con comérselas. Así no había quien se relajara y la niña triste seguía teniendo miedo. Aquella noche lloraron mucho. Anduvieron por todo el pueblo en busca de un lugar que no les gustase a los monstruos pero estos las persiguieron allá a donde fueron. Solo se marcharon cuando empezó a amanecer.

 “Hay que idear otro plan” dijo Juana. “Sí, pero ¿cual?” Dijo la niña “Triste”. No lo sabían. Llego la noche y otra vez se veían en problemas. “Vamos a contar ovejitas antes de que vengan los monstruos, con un poco de suerte nos quedaremos dormidas” dijo una “me parece bien” dijo la otra. Empezaron a contar. No iban ni por dos cuando llegó un monstruo de ojos sangrantes y escamas negras. “Un monstruo” dijo la niña “Triste”. “Dos monstruos” dijo Juana pues había llegado otro. “Tres monstruos” continuo la niña “Triste” como por inercia y así empezaron a contar monstruos. “Un monstruo, dos monstruos, tres monstruos, cuatro monstruos... mientras cerraban los ojos para no ver a los monstruos de verdad.  Los seres fantásticos pensaron que se estaban burlando de ellos y no les fue difícil darse cuenta de que aquellas dos niñas habían dejado de tener miedo. Hicieron mucho ruido y pusieron caras feas pero las niñas seguían contando. Así, los monstruos, aburridos, desaparecieron. Habían hallado una solución. Juana se despidió de su amiga pues ya se tenía que despertar, su madre la estaba llamando para que regresaran a casa. “Este es nuestro secreto no se lo contemos a nadie a no ser que sea absolutamente necesario” se dijeron Y la niña “Triste” se convirtió en un habitante alegre más del pueblo.

 Juana fue una niña muy aplicada que terminó sus estudios y se casó y tuvo hijos. Una noche, cuando sus hijos ya dormían, Juana se quedó sola en el dormitorio pues su marido trabajaba de noche. Se dispuso a dormir cuando agarrado a la pared vio a un monstruo en forma de araña gigante con unas patas finas como alambre que daban grima y que echaba por la boca jugos amarillentos y verdes. Juana tuvo mucho miedo, tanto que se le saltaban las lágrimas. Entonces llamaron por teléfono. Juana se levantó pensando que sería su madre, que solía llamar tarde. Y dispuesta a contarle el desagradable acontecimiento descolgó el aparato. Entonces al otro lado escuchó una voz muy dulce que le dijo “¿No te acuerdas? Empieza a contar “un monstruo, dos monstruos, tres monstruos...

domingo, 11 de diciembre de 2011

Lo más triste


No hay nada más triste que estar loca y saber toda la verdad. Y decirla y que te digan que estás loca. No hay nada más triste que no poder ir a un cumpleaños. Y después mirarle a los ojos y darte cuenta de que no ha notado tu ausencia. No hay nada más triste que no tener un hombro en el que llorar. No hay nada más triste que no tener amigos. No hay nada más triste que no poder afrontar la realidad. Que la vida sea un rollo de película antigua mal conservada, un sueño, una noche con niebla, borrosa y la sensación de que es la primera vez que ves las cosas, como a los ojos de un niño. Esas pequeñas píldoras que te dan. Una careta, un antifaz porque sonríes como si estuvieras en una fiesta de disfraces Y no hay nada más doloroso que seguir enamorada ti. Por que no hay nada más triste que amar y haber perdido su amor. Y el dolor que siento al besarte. Y no hay nada más triste que haber vivido 24 años sin ti. O no haber disfrutado de los 20 años. Este mal sueño no lo quiero contar y sin darme cuenta ya lo he contado...... Sonríe.

La obsesión de Julia

Y aquí os dejo el cuento
Tras la ventana de la cocina. Junto a unos platos de porcelana y los ingredientes necesarios, está Julia. Prepara unos filetes rusos y una ensalada. Sentado junto a una mesa de madera desconchada, con unas marcas de tazas de café, está él, que fuma un cigarrillo y bebe una cerveza. Él detiene su mirada en las manos de Julia que le parecen blandas y flexibles  como esas golosinas que se  compran a los niños. Julia no para. Ahora darle forma a los filetes, ahora mezclar el huevo con la carne para después mezclarla con el pan rallado. Entonces él la llama y le pide que se siente en sus rodillas y le cuente algo. Julia deja su quehacer  y hace caso de él. Le cuenta que está preocupada, que de unos días a esta parte le nota distante y que en alguna ocasión le ha visto sonreír solo. Le pregunta que si no anda con otra y le repite que está preocupada. Él le acaricia el cabello y le pide  por favor que no se preocupe, que se trata de otra de sus obsesiones y que si se encuentra muy mal siempre pueden acudir al médico. Julia le dice que no, que se encuentra bien o al menos no tan mal como para tener que acudir al médico. Vuelve a sus filetes mientras él le pega otro trago a su cerveza y apaga el cigarrillo con desgana.

Cenan en silencio. Julia se pregunta por qué él no dice nada y él se pregunta por qué Julia no habla. Y así, sin palabras, transcurre la cena hasta que terminan, Julia recoge y se acuestan.

Esa noche Julia se despierta y se da cuenta de que él no está a su lado. Se levanta y enciende la luz para buscarle. Es fácil ver enseguida si está o no pues viven en un apartamento de apenas siete metros cuadrados donde no hay puertas que separen cada estancia. No hay nadie. Julia siente que se ahoga y al momento cree que va a vomitar. Le llama por teléfono pero nadie contesta. Julia piensa que se trata de un mal sueño así que vuelve a acostarse. Al momento se da cuenta de que no puede dejar de dar vueltas en la cama y entonces sabe que esa noche le será imposible conciliar el sueño. Sin embargo después de varias horas se queda dormida.

- Anoche no estabas - le dice Julia mientras desayunan.
- Claro que estaba - contesta él.
- No, me desperté y te busqué y no estabas - insiste Julia.
- Julia, ya sabes que si te encuentras mal podemos ir al médico…

Julia le dice que se encuentra bien, pega un bocado a su bollo de chocolate y le pide que dejen el tema.

Por la tarde Julia se queda sola. Él le ha dicho que tiene que resolver un encargo de trabajo con uno de sus socios y que llegará tarde. Julia intenta no pensar, no angustiarse con su obsesión pero a cada rato le vienen imágenes de su pareja besándose con otra mujer.

Junto a unos libritos de cocina que él un día compró y ella nunca leyó encuentra una revista de crucigramas. Se sienta y con los pies sobre la mesa desconchada se pone a pensar en las palabras correspondientes a cada definición. Baja el volumen de la tele aunque de cuando en cuando le echa una ojeada. De pronto deja la revista y sube el volumen del televisor. Una víctima más de la violencia de género expone su caso. Julia piensa que la culpable de todo es la propia mujer, por elegir mal, porque eso desde un principio se nota. Luego piensa que todos los hombres son unos desgraciados y que no, que al principio no te das cuenta  pero luego o te pegan o te son infieles. “Que desgraciados” refunfuña mientras se dirige a la cocina para prepararse un café. Entonces empieza a pensar que tal vez su pareja esté en el cine con alguna chica y le parece ver un montón de cucarachas arremolinadas en el plato de la ducha y se le cae la taza de café al suelo formando un estrépito que la asusta casi más que las cucarachas. Julia rompe a llorar llevándose las manos a la cara. Luego seca sus lágrimas y se toma una de sus cápsulas amarillas. Recoge el desaguisado y se prepara otra taza de café. La toma ya más relajada.

Mira el reloj. Ya casi es la hora de cenar. Piensa en hacer unas tortillas pero como esa noche no tiene que preparar cena para nadie decide comer unas galletas de chocolate y otro café. Mordisquea las galletas mientras mira el televisor y otra vez vuelve a angustiarse al acordarse de la noche anterior y de cómo se despertó y él no estaba. Luego se prueba una falda gris ajustada que ha comprado hace apenas dos días. Piensa en que no le queda mal y en que pasaría si saliera así, en ese mismo momento, a la calle a dar un paseo. Pero no lo piensa en serio así que vuelve a ponerse sus pantalones de chándal y sigue mordisqueando las galletas que ha dejado encima de la mesa. Pega un sorbo más a su café y lo termina. Después se acuesta sobre la cama sin dejar de mirar el televisor. Al rato se queda dormida.

De pronto el ruido de la puerta la despierta. Mira el reloj. Son la tres y veinte de la madrugada. Ve como entra él acompañado por una muchacha pelirroja, despeinada y mal maquillada. A Julia le parece que la mujer tiene aspecto de prostituta pero no dice nada. Ve como se ríen y se miran de una manera que a Julia no le gusta nada. Él se acerca a Julia y le dice que es una amiga y que por qué no les prepara unos filetes rusos. Mientras Julia se aleja para cocinarlos le parece escuchar que él dice algo así como “es lo único que sabe preparar, la pobre” pero no hace caso y piensa que se trata de un delirio producto de su enfermedad. Cuando Julia termina de preparar los filetes, se da la vuelta y los encuentra besándose, con la ropa a medio quitar y llenos de una pasión que a Julia le resulta mediocre. Entonces se pone como loca y les tira los filetes por encima sin dejar de chillar. Él intenta pararla mientras le dice:

- Tranquila, Julia. Si te encuentras muy mal ya sabes que siempre podemos ir al médico.

Alguien más nos acompañará


Lloras
Mientras llueve
Y tus lágrimas
Se diluyen en el café
Ese al que él te ha invitado
Hace un momento

Le ves marcharse
Con sus pasos
Tragados
Por el murmullo de un oleaje
Inevitable y negro
Le ves alejarse
Cerrar la puerta y desaparecer

Tu vientre llora
Lloran tus ojos
Y el café bebe de ese agua
Que tu sigues tomando
A sorbos pequeños
Como la semilla
De aquel atardecer
Con aroma a verano

Su olor a chicle
Sus labios húmedos
En un enredo
De goma rosa

Mojado
Por la lluvia
Camina
Hacía un hogar
Donde la única voz
Es la de un televisor encendido

Cubres tu rostro
En la ventana
Las manitas del niño
Con su sonrisa triste
Despeinado por el viento
Y desnudo
Tiene siete años
Pero en tu vientre
Es como un esbozo
Del primer dibujo

Sola
Con el rumor de las olas
Un mal sueño
De manos de algodón
Que envolvían
Tu veneno
Y lo convertían en gloria

Sola
Con el recuerdo
De una tarde sobre la arena
En la orilla
Y castillos
De princesas
que se fotografiaban
desnudas


Volverá
Persiguiendo sus pasos
Abrirá la puerta
Otra vez las risas
y voces animadas de un sueño
Y te cubrirá de algodón las manos
Su olor a chicle
Invadirá tu escote
Mientras te besa
En un enredo de goma rosa

La sonrisa del niño
Es alegre

Se acercan
Días de espera


Llorar la herida del padre


La niña está sentada en la cocina
Los azulejos de la pared están sucios
El perro gime lastimero
Y la niña llora
En su sillita de mimbre, llora
En la cocina, llora.

El padre toma una cerveza
Y Junto a la ventana
Ve como el sol se oculta
Tras las nubes de acero
El padre fuma y chilla lo que duele
 Su herida más profunda
Aquello que la niña desconoce
Pero que le oprime el pecho
Y le ametralla los pensamientos.

Los azulejos están sucios
El perro gime lastimero
nadie ha fregado los platos
el sol se oculta tras las nubes de acero
la niña llora la herida del padre
el padre se emborracha y chilla
huele a frío
una mosca hurga entre las migas de pan
que han quedado en la mesa.

La niña llora
El padre chilla
Rompe a llover.