jueves, 15 de diciembre de 2011

El moco enamorado

Sonríe
Sergio era un niño tranquilo y risueño. De ojos achinados y gruesos labios rojos como cerezas. Era un niño guapo, todo hay que decirlo y además listo. Pero Sergio tenía una mala costumbre. Una costumbre que tienen algunos niños y que es más fea que quitarle el pan a tu hijo. Sergio se sacaba los mocos. Un día, en el colegio, todos los niños de su clase se hallaban muy atentos a la explicación de la señorita. Era un día tibio como un baño de espuma y el cielo se hallaba despejado luciendo un azul celeste surcado de negras golondrinas. La profesora estaba explicando una lección muy interesante sobre el cuerpo humano: los huesos y músculos que lo componen. No todos estaban atentos pero a la mayoría le interesaba. Moncho, entre Triceps, Biceps, Coxis y Tibia se había quedado dormido. Siempre le ocurría y no porque se acostara tarde o no durmiera durante la noche sino porque aquellos cuentos le aburrían soberanamente. Sergio, por su parte, se sentía un poco incómodo. Estaba empezando a notar una pequeña molestia en su nariz. Claro, tenía otro moco. Había que sacarlo como fuera. Así empezó a hurgarse y a hurgarse hasta que lo consiguió y como no quería que nadie le viera con un moco entre sus dedos lo pegó debajo del pupitre. El moco se empezó a sentirse malhumorado, tenía mucho frío y le pareció que no iba a vivir mucho más si se quedaba allí pegado. Tenía que encontrar una nariz donde vivir tranquilamente. Pero, claro, para ello primero tenía que despegarse de allí. Como era muy flexible no le costó demasiado. Despegó sus manos como dos ventosas y sus pies haciendo un movimiento parecido a un puente o una sonrisa de musgo. Se trataba de un moco saltarín, no como otros que son corredores o funambulistas. A este le gustaba saltar. Y. Así, salta que te salta fue a parar a otra nariz. ¿A no sabeis a la de quien? Pues nada menos que a la de la profesora, que se llamaba Margarita. La señorita se estaba esmerando tanto en dar lo mejor posible la clase y le gustaba tanto aquel tema que, al principio no notó nada, pero cuando se quedó sola tras la campana del recreo sí se percató. Se hallaba sentada a su mesa corrigiendo unos exámenes cuando empezó a notar algo en su nariz. Enseguida lo supo pero le dió vergüenza intentar sacarse un moco allí mismo. Y si alguien venía y la veía en tal postura, sería todo un apuro. Ella era una mujer educada  que no solía tener gestos groseros. Además debía dar ejemplo. Así que se aguantó. Camina que te caminarás caminito a su casa. Con su maletín y sus gafitas de maestra empezó a notar como pinchos dentro de su nariz y es que el moco se había agarrado bien y con las uñas le hacía daño. También noto que la parte donde estaba el saltarín la tenía humedecida y era porque al moco no se le había ocurrido otra cosa más que darle besos. Esto ya se estaba pasando de castaño oscuro. En su casa no se pudo aguantar más y empezó a hurgarse intentando sacarlo. Pero el moco no salía. “¿Y si no es un moco?”. Se preguntó Margarita. La pobre estaba empezando a asustarse por lo que decidió ir al médico. Al día siguiente no fue a trabajar alegando que se encontraba resfriada y desde luego la nariz la tenía roja y como un pepino solo que no de catarro sino intentar desprender del interior de su orificio lo que quiera que fuera que tenía allí dentro.

La atendió un médico italiano muy simpatico “Boungiorno, señorina” la dijo al pasar, mientras se acariciaba sus rizados bigotes. Taconeando dos pasos Margarita se sentó y el italiano, que dominaba perfectamente el español, le preguntó por su dolencia. “Pues mire me pica, me escuece, me pincha, me duele”. Y se señaló la nariz. “¡¡Uhmmmm!! Esto huele a pretendiente”. “¿Cómo dice?” Dijo Margarita. “Que huele a noviazgo ¿usted no lo huele?”. “Pues mire, la verdad es que yo no huelo nada”. Contestó Margarita algo enfadada pues pensaba que aquel doctor le estaba tomando el pelo. Y de pronto “achus, achus, achus”. La profesora acababa de lanzar un estruendoso estornudo. ¿Saldría el moco despedido? Pues no. En lugar de eso de su nariz salieron diminutos corazoncitos voladores que recorrieron la sala para después quedar desperdigados por el suelo. “Pero ¿qué me pasa doctor” Preguntó Margarita muy asustada. “Usted padece de Moquitis Enamoraditis” “¿Y eso que es?” “ Nunca había oído nada tan horrible”. “Pues simplemente que usted tiene un moco enamorado de su nariz”. “¿Qué?”. “Bueno, realmente su nariz es preciosa, no me extraña nada”. A Margarita le faltó poco para el desmayo. “¿Me curaré doctor?” Preguntó, la pobre, desesperada. “No se preocupe, se le pasará”

Margarita caminaba cabizbaja, mirando el asfalto que le parecía gris y triste como su propio ánimo. ¿Qué podía hacer?. Un moco enamorado de su nariz. Un moco pesado que no tenía intención de marcharse. Con las manos en los bolsillos por fin levanto la mirada. Empezó a fijarse en los escaparates que encontraba a su paso como para entretenerse y no pensar en el problema tan grande que tenía. Vio broches de fieltro simulando flores y mariposas. Vio zapatos con tacón de aguja como para una fiesta o un baile. Vio tartas y pasteles de mentira con colores tan vistosos como los de las flores en primavera y, un poco escondida, haciendo esquina, pequeñita y blanca vio una clínica. Margarita se fijó en ella pues no era igual a otras. Era muy cuca, con un cartel muy grande en su fachada que tenía letras de colores. La maestra vio que se trataba de una clínica de cirugía estética. Entonces la bombilla se iluminó dentro de su cabeza. Se le acababa de ocurrir una idea un tanto descabellada pero oportuna para deshacerse del moco. ¿Y si se operaba la nariz? Se pondría una nariz muy fea, huesuda, deforme, con forma de gancho, como la de una bruja. Sin pensarlo entró dentro y habló con un médico exponiéndole su deseo. “¿Pero, como?” Dijo el médico “Usted tiene una nariz preciosa”. 2¿Por que quiere cambiarla a una tan horripilante”. “Bueno, son cosas” Dijo Margarita que no sabía que decir “De ningún modo” Dijo el cirujano. “Me niego, rotundamente” Y es que su nariz le parecía perfecta, como la de una actriz famosa de los años 50 o incluso una sex- simbol. “Su nariz es muy atractiva. Es más, usted entera es preciosa.” Y es que el pillo del doctor se estaba empezando a enamorar de la profesora y no sabía como ligar con ella. “La invito a tomar un cafe y me explica usted el motivo de su extraña petición.” “Vaya por Dios” se dijo Margarita. “Ahora ya no solo es el moco sino que además tengo a un cirujano gordinflón enamorado de mi nariz”. “Son como moscas”. Pero el caso es que a Margarita también le hacía un  poco de tilín aquel cirujano pues le parecía buena persona. Se le imaginaba hogareño, con un libro entre sus manos y una manta en las rodillas mientras ella preparaba algo de comer y le escuchaba decir “Tienes una nariz preicoasa, nena” Así que fue a la cita y así se fue fraguando una relación de pareja  bella y especial. Margarita, por su puesto, no le contó la verdad. En lugar de eso le dijo que era actriz y que su próximo papel requería de tal nariz pues trataba de una chica muy fea y acomplejada. “¿Y no la pueden caracterizar?” Le preguntó el médico “Oh, no ,no.” Dijo Margarita. “En tal caso no sería real y no podría interpretar bien mi papel”. “Vaya, ya veo”. Dijo el médico rascándose la barbilla. Y es que en ese momento estaba decidiendo si invitarla también a su casa a tomar una copa.

A los pocos días se fueron a vivir juntos. Estaban siempre el uno pegado al otro dándose besos y arrumacos. Y tanto se querían, tan enamorados estaban que a Margarita se le fue olvidando su dolor y escozor de nariz.

Un día se hallaban limpiando la casa cuando, mientras Margarita barría, algo cayó al recogedor. Era algo redondo, voluminoso y de un color verde parduzco. Al principio Margarita no sabía que era pero con el paso de las horas se dio cuenta de que ya no sentía molestias en su nariz. Entonces se dio cuenta y se puso tan contenta que compró un pollo asado para cenar. Y es que el médico italiano tenía razón. Se le pasaría. Claro, los mocos enamorados solo viven siete días.