jueves, 24 de septiembre de 2015

La madeja de hilo que deshizo el gato

CAPÍTULO 1


En la casita que está frente a tu casa vivo yo. Sé que la mía es una casa pequeña, que no pertenece a ningún edificio (el tuyo sé que tiene tres plantas). Si te has fijado, si alguna vez me has visto caminar sola por el paseo de los cedros, inmutable por ir soñando despierta y si en, algún momento has sentido la necesidad de perseguirme para saber algo más de mi, te habrás dado cuenta de que suelo volver a mi casa y solo me entretengo en comprar algún pequeño capricho, muy pequeño en la tienda de variedades de Conchita. Sí, esa mujer ancha y mayor que sé que desea afluencia pero también sentarse en su silla cuando nadie entra en su tienda para así descansar su edad.

Mi padre construyó el tejado rojo de mi casa, con mucho afán, perseverancia y sufrimiento. Arregló con ladrillos la parte de casa que no estaba construida y hasta plantó semillas de melocotoneros, naranjos y almendros. A parte de petunias, rosas y jazmines. Y no solo para abastecernos de los frutos sino para que tuviéramos unas buenas vistas a través de los ventanucos y mis hermanos pequeños pudieran corretear por allí maravillados por el paisaje y el aroma de las flores.

Mi padre trabajaba todo el día en la mina y solía tener problemas de conjutivitis, a veces, muy agudas que finalmente le dejaron ciego. Mi madre, todas las mañanas, iba a la puerta de la iglesia a pedir la poca comida que le daban para cinco personas, las cinco de las que se componía la familia. En Navidad se estiraban un poco más y nos daban turrones y licor. Los más pequeños iban al colegio y llegaban deseosos de la sopa de pan y un par de ciruelas de postre. Mi madre solo tomaba te y había incluso días que no comía nada. Quizá por eso era tan delgada aunque,  pesar de su mala alimentación, siempre fue muy bella.

Pintaron las paredes de blanco y empezamos a tener gallinas en un corral de la parte de atrás de mi casa. Yo lo limpiaba y recogía los huevos, ayudaba a mi madre en la cocina y salía a pasear.

El cielo en Irlanda era opaco y cerrado hasta por la noche. Sobretodo en Invierno donde nuestra única calefacción eran unas mantas por encima de las piernas. No sé si te habrás fijado en mi pero si lo has hecho, quizá ya sepas todas estas cosas.

Ya tenía quince años por lo que mis padres decidieron ponerme a trabajar. Lo más fácil era en una fábrica, seguramente textil. Todo estaba lleno de fábricas... pero yo odiaba el olor que emanaban las chimeneas, sentía que iba a ser demasiado monótono y aburrido... no estaba segura de si podría hacerlo. Al fin y al cabo, no tenía ni idea de coser ni a máquina ni a mano pero sí sabía cocinar y limpiar por eso, por seguridad ante una inseguridad menor les planteé la posibilidad de entrar a una casa a servir a lo que ellos, gracias a Dios, accedieron respetando mi preferiencia.

Micros humorísticos


En el parque

- Mamá, la pelota tiene vida.
- No puede tener vida, hijo. Es un objeto inanimado.
- Pues será que se ha animado.


Despertares con estres

Aquella mañana el despertador se adelantó veinte minutos. Intenté darme prisa para que el niño no llegara tarde al colegio. Ducha, vestirle, desayuno... ya histérica busqué una ropa adecuada que ponerme pero no supe cual, así que chillé: ¡Pero que coño me pongo hoy! A lo que mi hijo de tres años entró en mi dormitorio y me preguntó: Ah, mamá ¿Es que también tienes muchos coños?

Humanos

- Mamá cuando hablo, a veces, me equivoco.
- Bueno, hijo. Es que el que tiene boca se equivoca.
- Ya, pero es que también meto la pata.
- No te preocupes, errar es humano.
- Sí, pero también repito los mismos errores.
- No le des más vueltas. El ser humano tropieza más de dos veces con la misma piedra.
- Ah, jolín, mamá. Pues mira que yo pensaba que era extraterrestre.