martes, 4 de febrero de 2014

La niña de los labios pintados








           Había una vez una niña con los labios rojos como rubíes y las pestañas tan negras como una noche sin estrellas. Todas sus amiguitas la tenían ojeriza porque pensaban que se maquillaba y no entendían por qué sus queridas mamaitas no les dejaban hacer lo mismo.

Cuando la niña se hizo mayor tuvo un hijo que era su vivo retrato. Su marido andaba siempre dando vueltas, de pueblo en pueblo, como un hulla-hop. Subido a escenarios o furgonetas que siempre dejaban un tanto que desear. Así, ella se dio cuenta de que solo contaba con su hijo y el niño, de mayor, le regaló ese ramo de flores que nunca pudo aunque siempre le escuchó desear. Cuando, con el cacharreo de los platos, lo susurraba y él se ponía, así, muy cerquita de ella, de puntillas e inmóvil. Como los secretos de los poemas, como lanzar un grito al viento que esconde una pena. Por eso, siempre que llamaban a la puerta, pensaba "¿Será el cartero?, ¿Será mi papá?" Y se los imaginaba - él - con sonrisa tierna y el deseado ramo - ella - vestidos como auténticos caballeros y las flores entre las manos. Igual a las que, aquel día, lanzó a los cuatro vientos y fueron a parar a las manos de una niña que le pareció iba maquillada para la ocasión.