jueves, 23 de abril de 2015

Buenas notas

"Cariño, te quiero. He tenido que salir a un asunto importante. Volveré sobre las diez. Verás en la nevera una nota de la asistenta y si lo notas es que ha tenido un contratiempo y hoy no puede trabajar. El notario está poniedo pegas, creo que hay problemas para que obtengas tu herencia, tal vez tengan algo que ver tus hermanas, no lo sé, cariño. Ah, y te he dejado la nota en la mesita de noche de todo lo que hay que comprar para el fin de semana. Por último, ya casi se me olvidaba, que las notas del niño han sido todas calificadas con sobresaliente.”

Adela, sonrió plenamente por la última noticia. Agarró, sin pensar el coche y fue a recoger al niño, no sin antes llevarse la cartera de su marido con tarjetas de débito y todo tipo incluídas que, por las prisas, seguramente dejó olvidada encima de la mesa. Todos los relojes y trajes de corbata caros. Se largó con su hijo durante algún tiempo pero eso sí, le dejó a su marido una nota:
“No te preocupes. Nos veremos en los juzgados, cariño. ¿Lo notas?”

Papá, ¿Dos más dos?





Por la cuenta que nos trae, querida. Deberíamos aceptar que nuestro hijo, a su edad, no sabe sumar.



Mi luz en tu perfume

Breve nota introductoria de la autora: este cuento lo escribí a los quince años, supongo que por ello, debe contener algunos fallos pero quería compartirlo con vosotros, así, tal cual, pues me cuesta corregir los textos y a este, en particular, a pesar de haberlo leído tres veces no le he notado nada. Suelo, como digo en el blog, sacarlos del cajón de los recuerdos, donde encuentro alguna sorpresilla como esta que espero os guste.

Junto a la ventana, si te fijas, podrás ver aquel geráneo que plantamos cuando éramos niñas. Aún sigue allí, en el mismo lugar, tras los mismos cristales y rozando las mismas cortinas de ganchillo que tanto trabajo le costaron terminar a nuestra madre. Si me acerco un poco más a la casa con mi mirada y recorro el interior de esta puedo trasladarme a aquella época en la cual el tiempo era un eterno caramelo de risas y maravillas. Puedo verte corretear con mi muñeca de trapo alrededor de la mesa mientras yo te persigo haciendo volar mis rizos color aceituna. Puedo percibir el aroma de la ropa limpia secándose al sol. Pero ahora, el geráneo, está seco y marchito y sus flores desprenden un sentimiento de abandono y tristeza. “¿Qué es lo que oculta su aspecto?”, “¿Por qué no puedo dejar de mirar esa imagen?” Mi subconsciente sabe que esa planta es un retrato de mi misma, siempre lo fue, desde que junto a ti, enterré las semillas que encontramos bajo un árbol y esperamos impacientes el mágico crecimiento de una planta desconocida. Nació sana y hermosa como yo me encontraba en aquellos instantes y siguió así hasta que cumplí los doce años. Fue entonces cuando un fatal acontecimiento cambió nuestras vidas. Padre amaba las tierras que trabajaba, siempre llegaba tarde a casa alegando que había tenido mucha faena en el campo, pero yo nunca le creí, imaginaba que había encontrado el amor en otra mujer y cuando le miraba fijamente a sus pupilas destelleantes, sin que él lo notara, me parecía ver, entre las chispas, el recuerdo de su amada. Ahora me doy cuenta de que su única admiradora durante todos aquellos años fue la misma tierra, que celosa del amor verdadero entre nuestros padres, decidió absorverlo para llevarlo hasta lo más profundo de sus entrañas, muy por debajo del mar y las estrellas, muy por encima del mar y las estrellas. Todo pareció teñirse de negro entonces, ya no eran solo las ropas de madre, la casa estaba sumida en una inmensa oscuridad y nuestros rostros perdieron toda su viveza para apagarse como el de padre… pero no eternamente. Madre tuvo que buscar un trabajo para sacarnos adelante pero por más que pateó calles siempre hubo un hombre, igualmente preparado, que se le adelantó aunque llegara más tarde que ella. El dinero escaseaba y yo no podía permitir que madre se entristeciera más. No sé por qué pero la gente, nuestros vecinos y amigos, se volvieron cada vez más distantes, ninguno se prestó a echarnos una mano así que tuve que empezar a trabajar con tan solo doce años y medio. Para colmo de males mi tarea consistía en limpiar la casa de una anciana que se quejaba de todo. Por la noche, después de mi jornada aprovechaba para hacer los deberes del colegio pero aún así acabé suspendiendo el curso. El geráneo cada vez se veía nás amarillento. Odié mi destino, odié haber nacido, me sentía vícitima de un embrujo malévolo y en mis sueños perseguía al maléfico hechicero para que me devolviera a padre y mi vida anterior, me vi envuelta en una cadena de problemas de la cual no me podía desprender. Gracias a Dios mi geráneo pudo recobrar su color habitual cuando en mi vida apareció Pedro, él convirtió mi desdicha en felicidad y también la de madre pues la ofreció un puesto de trabajo en su empresa. El maleficio pareció disolverse del todo con nuestra boda, incluso tus labios, que desde la muerte de padre se habían convertido en una linea recta, se curvaron más a menudo para mostrar sinceras sonrisas. Pero… volviendo al instante real en el que me encuentro me doy cuenta de algo… el geráneo está solo y abandonado, como mi corazón suele sentirse, no dejaré que esos recuerdos perduren más en el presente, pertenecen al pasado, ahora todo es mejor, aquel sin fin de tristezas pasaron y las borraré de mi mente llevándome la planta a casa, cuidaré de ella como de mi misma y cuando recobre de nuevo su luz, entonces sabré que mi corazón también se ha iluminado.
Margaritas de nuestros amores. Tal vez un sí, tal vez un no.
SONRÍE