viernes, 16 de diciembre de 2011

Camino a casa



Era un día de invierno desapacible. El viento azotaba las ramas de los árboles arrancando los últimos restos de su abrigo y dejándolos desnudos frente al frío afilado. Maite y su niño se hallaban en la parada del autobús, como todos los días. El niño escondía sus huesudas manos bajo las mangas de su abrigo y miraba a su madre que buscaba y rebuscaba en una bolsa de tela vieja el billete para el viaje. No sacó el bocadillo de jamón york. Ese día, a últimos de Diciembre, tendría que conformarse con un par de chucherías. La mochila pesaba sobre sus hombros y el autobús no llegaba. El frío les penetraba la piel dando mordiscos enfurecidos a sus huesos. Y el viento les abofeteaba.

Cuando montaron en el autobús, el niño, se escabulló entre la gente para tomar asiento y la madre picó un solo billete, el suyo.

-¡Eh!- Dijo un hombre que se había dado cuenta.- ¡Ese niño no ha pagado!
-Es pequeño.- Dijo Maite.- Todavía no paga.
-Pues por su estatura y por como habla no lo parece.

Maite no sabía qué decir aunque en su pensamiento un "cállate, imbécil" se escribía con letras mayúsculas.

-A dónde vamos a llegar.- Continuó el hombre.- Con estos sinvergüenzas que cuelan a sus hijos en el autobús. Y el conductor, ¿no se entera? ¡Oiga! ¡Oiga! ¡Que esta señora no ha pagado!

Pero el conductor hacía oídos sordos. Ya conocía a la mujer y a su hijo y aunque sabía perfectamente que el niño era mayor les permitía la "travesura". Ni si quiera yo sé por qué. Tal vez porque Maite le parecía una buena madre y sentía pena por ellos.

Maite empezó a sentir confusión y ofuscamiento. ¿Qué le importaba a aquel hombre lo que ella hiciera? Fue el único pensamiento que escuhó con claridad dentro de su mente.

-¡El billete es muy caro! ¡Hace frío y la casa está lejos! Creo que es un abuso para personas que no tenemos.
-Pues si es usted pobre tendrá que ir andando a casa.
-Sí, pero no es justo. Nos lo ponen muy difícil. Así los que estamos abajo seguiremos estando abajo y cada vez más.
-Así son las cosas, señora. Pero lo que no se puede ser es una delincuente.
-¿Delincuente, yo? Delincuentes ellos que roban a los que no tienen.

Maite se encontraba fuera de sí. No sabía por qué estaba diciendo aquellas cosas pero a medida que iba avanzando en la exposición de los hechos que le parecían injustos mejor se sentía.

-Pues pida usted una ayuda.
-¿Ah, sí? ¿Y dónde están? Esconden la información.
- Mire no me venga usted con cuentos. Tiene suerte de que me tenga que apear aquí y de que el conductor no se halla dado por enterado. Así de mal va el país con gente como usted.

El hombre caminó a lo largo de la acera gris. Algunas hojas que arrastró el viento le entorpecieron el paso y escuhó a un perro ladrar tan fuerte y tan cerca que tuvo miedo de que le mordiera. Llegó a su casa. En un cuarto sin ventanas y mal iluminado se hallaban sus tres hijos con las caras sucias y atuendos que les venían grandes. Las paredes, sin una sola estantería, estaban agrietadas y unos cubos recogían las goteras del techo. La mujer buscaba en los armarios algo que dar a sus hijos. Solo encontró un pequeño trozo de pan que partió en tres pedazos y que los niños se repartieron peleando por el más grande.

El hombre miró sus uñas ribeteadas de negro y le contó la anécdota a su mujer:

- Y la muy sinvergüenza no ha pagado el billete de su hijo.