lunes, 12 de diciembre de 2011

Juana "Espantamonstruos"

Cuento infantil
Juana “Espantamonstruos” no tenía miedo de los monstruos y por eso era que siempre los espantaba. Todas las mañanas desayunaba pan con mantequilla y azúcar y un buen vaso de leche fresca. Y marchaba al colegio con su maletita porque su madre no tenía dinero para comprarle una mochila. En el colegio tenía una sola amiga: Mari Cruz “Escondetizas”, que siempre escondía todas las tizas para que así la profesora no pudiera explicar la lección y los mandara a todos al patio o a hacer dibujos. Cosa, por otro lado, que nunca funcionaba. La señorita se las apañaba de cualquier otra manera para dar la clase. Y a Mari Cruz nunca la pillaban porque la profesora echaba la culpa a los duendes que, ya se sabe, a veces, esconden las cosas. El caso era que el colegio no ganaba para tizas nuevas. Pero Juana “Espantamonstruos” no era llamada así por nadie pues su secreto jamás había sido contado, más que nada porque no había tenido la ocasión. Y su amiga solo era llamada la “Escondetizas” por Juana ya que era la única que sabía de su travesura..

Aquella noche Juana no podía dormir. Probó a contar pasteles pero le entró hambre y tuvo que ir a la cocina a tomarse un buen vaso de leche fresca. Volvió a la cama y esta vez contó cuadernos entonces se acordó de que no había acabado el ejercicio de Lengua sobre sinónimos y se levantó a terminarlo. Cuando acabó se sentía cansada y pensó que seguramente se quedaría dormida. De pronto un monstruo pequeñito y barrigudo pegó su enorme nariz a la ventana. Juana también pudo observar que abría mucho la boca asomando una hilera de dientes afilados. Se levantó para bajar la persiana pero el monstruo atravesó el cristal como un espíritu. Juana se fue corriendo a la cama y se tapó con las mantas, entonces se dio cuenta. Ella era Juana “Espantamonstruos” y  no tenía miedo de ellos. Esa era la mejor forma de espantarlos. ¿Es que ya no se acordaba de su truquito? Así Juana “Espantamonstruos” hizo uso de su secreto, cerró los ojos y se puso a pensar en algo banal y entretenido. Aquella noche eligió pensar en los diferentes colores de los jerseys que le tejía su madre. Así el monstruo se rascó su abultada nariz y exclamo ¡Pues vaya rollo! Y se marchó. De nuevo Juana “Espanta monstruos” había ganado la batalla.

Una tarde de viernes en la que su madre había salido pronto del trabajo quiso ir con su hija a merendar al campo. Era un día amarillo, con destellos de Sol bañando las azoteas y el “va y ven” de la gente en el mercadillo habitual de los viernes. Caminaron despacio a lo largo del camino que se hallaba detrás del colegio y llegaron a un campillo lleno de olivos y arena. Allí se sentaron y merendaron. Al poco a Juana le empezó a entrar sueño. Se recostó bajo un olivo y se quedó dormida.

De pronto llegó a un pueblo precioso de casas blancas y macetas en los balcones. Juana enseguida se dio cuenta de que allí todo el mundo estaba alegre, que eran muy pocos habitantes y todos se ayudaban y se llevaban bien. Caminando por sus calles que eran pedregosas y cortas se encontró sentada en una banqueta de madera, a la puerta de su casa, a la niña “Triste” que estaba llorando. Abrazaba a su peluche tuerto con gran intensidad y se sonaba los mocos en un pañuelo de tela bordado. Juana se dio cuenta de que era algo más pequeña que ella y le extraño ver a alguien triste en aquel pueblo donde todo el mundo sonreía. Se acercó a ella y le preguntó el motivo de su descontento. “Son los monstruos” dijo la niña “Triste”. “No me dejan en paz” Entonces Juana se alegró porque podía ayudarla. Nunca le había contado su secreto a nadie pero le pareció que en aquella ocasión era lo mas apropiado.

Las dos durmieron juntas aquella noche y cuando llegaron los monstruos pusieron en practica su ejercicio “Espantamonstruos”. Pero los monstruos de aquel pueblo eran diferentes a los de la ciudad de Juana. Eran brujas perversas con risas tremebundas cuyo eco hacía temblar hasta al más incrédulo. Y monstruos enormes de dos y tres cabezas que echaban fuego por la boca y amenazaban con comérselas. Así no había quien se relajara y la niña triste seguía teniendo miedo. Aquella noche lloraron mucho. Anduvieron por todo el pueblo en busca de un lugar que no les gustase a los monstruos pero estos las persiguieron allá a donde fueron. Solo se marcharon cuando empezó a amanecer.

 “Hay que idear otro plan” dijo Juana. “Sí, pero ¿cual?” Dijo la niña “Triste”. No lo sabían. Llego la noche y otra vez se veían en problemas. “Vamos a contar ovejitas antes de que vengan los monstruos, con un poco de suerte nos quedaremos dormidas” dijo una “me parece bien” dijo la otra. Empezaron a contar. No iban ni por dos cuando llegó un monstruo de ojos sangrantes y escamas negras. “Un monstruo” dijo la niña “Triste”. “Dos monstruos” dijo Juana pues había llegado otro. “Tres monstruos” continuo la niña “Triste” como por inercia y así empezaron a contar monstruos. “Un monstruo, dos monstruos, tres monstruos, cuatro monstruos... mientras cerraban los ojos para no ver a los monstruos de verdad.  Los seres fantásticos pensaron que se estaban burlando de ellos y no les fue difícil darse cuenta de que aquellas dos niñas habían dejado de tener miedo. Hicieron mucho ruido y pusieron caras feas pero las niñas seguían contando. Así, los monstruos, aburridos, desaparecieron. Habían hallado una solución. Juana se despidió de su amiga pues ya se tenía que despertar, su madre la estaba llamando para que regresaran a casa. “Este es nuestro secreto no se lo contemos a nadie a no ser que sea absolutamente necesario” se dijeron Y la niña “Triste” se convirtió en un habitante alegre más del pueblo.

 Juana fue una niña muy aplicada que terminó sus estudios y se casó y tuvo hijos. Una noche, cuando sus hijos ya dormían, Juana se quedó sola en el dormitorio pues su marido trabajaba de noche. Se dispuso a dormir cuando agarrado a la pared vio a un monstruo en forma de araña gigante con unas patas finas como alambre que daban grima y que echaba por la boca jugos amarillentos y verdes. Juana tuvo mucho miedo, tanto que se le saltaban las lágrimas. Entonces llamaron por teléfono. Juana se levantó pensando que sería su madre, que solía llamar tarde. Y dispuesta a contarle el desagradable acontecimiento descolgó el aparato. Entonces al otro lado escuchó una voz muy dulce que le dijo “¿No te acuerdas? Empieza a contar “un monstruo, dos monstruos, tres monstruos...

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