jueves, 29 de diciembre de 2011

El techo estrellado


He visto muchos techos. Me han cobijado techos azules, macilentos, con vigas, naranjas, descascarillados, húmedos, techos con mosquitos, con una modesta lamparita sin lamparita alguna, techos apasionados, sonrientes, tristes, amargos, locos, techos borrachos, apáticos, tiernos, aturdidos, melancólicos, aburridos, techos al borde de la paranoia, paranoicos por completo, angustiados, esperanzados, satisfechos, techos embarazados, escuálidos, fofos. Y cada techo ha sido una etapa. Y en las noches, cada techo ha presenciado infiernos y paraísos.

Alguna vez mi techo fue estrellado. Sin duda ese fue mi techo favorito. Techo que presenció un paraíso, una etapa sin barreras, llena de ilusiones, de cuentos. Iba de la mano de mi padre. Él fumaba y me contaba que una mujer rubia le perseguía, una mujer que podía ser una espía, alguien que vigilaba todos sus actos . A mi me pareció ver una estrella en el suelo. Una estrella que se había caído del cielo. De aquel techo estrellado que escuchaba las confesiones de un alcohólico a su hija de cinco años. Y quise coger la estrella pero no pude. Estaba pegada al suelo. Yo la quería tener. Para mí significaba un tesoro único, algo que ningún otro niño tendría jamás, como coger la luna. Un regalo de ese ángel al que rezaba por las noches, el que me dijeron era ángel de mi guarda. Pero la estrella estaba pegada al suelo. Mi padre no la vio. Y pasamos de largo. Él fumando y contándome que había una mujer rubia que le perseguía. Y yo triste por no haber podido coger la estrella. Al siguiente día volví al mismo sitio con un destornillador para despegar la estrella. Pero la estrella ya no estaba allí. Pensé que había vuelto al cielo. Pero, de pronto, vi a mi padre acercarse a mí. Estaba cambiado. No iba despeinado ni con el abrigo sucio. Se había afeitado y su gesto lejos de mostrarse atormentado aparecía luminoso y risueño. En sus manos sostenía algo, como si fuera un pajarillo. Y cuando estuvo a mi lado, abrió las manos y entonces, entonces pude ver ¡la estrella!. Pegué la estrella a mi corazón. Cuando volví a ver a mi padre le pregunté como había conseguido despegar la estrella del suelo y él me contestó “¿dé qué estrella me hablas, María?” Entonces lloré. Lloré porque ya no supe si el loco era él o la loca era yo. Lloré porque enseguida comprendí que los locos éramos los dos. Por que las fantasías con estrella no caben en un mundo materialista. Por que querrían destruirnos junto a nuestros sueños. Y entonces me arranqué la estrella del corazón y se la enseñé y le dije enfadada “de esta estrella te hablo, papá. De esta estrella.” Y él dijo “ah, de esa estrella. Claro, lo había olvidado.” Y como tenía por costumbre, me guiñó un ojo. Creo que al final la estrella se nos escapó. Porque ninguno de los dos hemos tenido suerte. Porque a él le mataron. Porque a mí me han encerrado, me han humillado y la mala suerte se ha empeñado en colgarse de mi mano, como un niño huérfano y diabólico. Y ahora mismo lo único que deseo es que alguien, al leer esto, se de cuenta de que las fantasías valen más que los objetos. Si alguien se armara de fantasías y prescindiese de los objetos... Si ese verdadero héroe existe por favor que me lo haga saber.