martes, 6 de diciembre de 2011

Visitante

Rebeca se despertó a las cinco de la madrugada. Sintió la boca seca y el pecho sudoroso. Aunque no recordaba haber soñado nada se sentía como si hubiera tenido una pesadilla. Pero no estaba segura. Estaba extrañamente despejada, cosa más que improbable en ella pues su despertar era siempre somnoliento. Lleno de bostezos y legañas pegadas a los ojos,  golpetazos al despertador y urgencias por tomar el primer café, ese que le devolvía la frescura y fuerza para afrontar el día. Al levantarse para coger agua se dio cuenta de que estaba semidesnuda. Solo llevaba puesta la camiseta interior y las braguitas. Intentó recordar si aquella noche se había olvidado de ponerse el pijama y aunque juraría que sí lo hizo pensó que tampoco era momento de comerse la cabeza con algo que no podía ser más que un despiste. Buscó su bata blanca y se la puso enseguida. A continuación paseó descalza por el cuarto buscando las zapatillas que como siempre estarían en cualquier parte ya que se trataba del juguete preferido de su perrita “Canela”. Entonces encontró el pijama, arrugado y tirado en el suelo. La seda, bajo sus pies, la hizo “bailar” un poco pero pudo controlarse antes de caer. No sabía como había llegado hasta allí sobre todo porque si había algo que no soportaba era el desorden. Lo recogió y lo dejo doblado debajo de la almohada. Las zapatillas, mordisqueadas y algo viejas se hallaban a los morros de su perrita. Era una cachorra y le gustaba olisquear y morder lo que le parecía más apetecible. Se hallaba dormida, con las orejas caídas y el rabito escondido entre las piernas. A Rebeca le pareció que estaba asustaba o tal vez, antes de dormirse, lo había estado. Se dirigió a la cocina y bebió agua. Luego encendió el ordenador y miró su correo. Había un mensaje nuevo. “Dear Friend”. El Asunto era fácil de descifrar lo que no sabía era quien lo enviaba. Estuvo apunto de borrarlo pensando que se trataba de spam pero le extraño que el nombre de la persona que lo escribía fuera algo tan familiar como “Canela”. Así que decidió leer el mensaje, que, por otro lado se hallaba en inglés motivo que no temía en absoluto pues entre los idiomas que dominaba se hallaba este. El mensaje decía:

“Me gusta olisquearte y esperarte junto a la ventana cuando me quedo solo en casa. Me pongo muy contento cuando llegas y cuando te vas me zampo todas las galletas. Esta noche he dormido a tu lado pues no me gusta dormir solo-. Me gusta tu sabor y morderte el pelo.”

Rebeca no entendía nada pero se sintió extraña. Una voz había venido a su cabeza al leer el e-mail. Era una voz femenina, como de duende, muy aguda y dulce. Le pareció bonita y le recordó a la de una amiga de la infancia  que la apreció mucho pero de la que ya solo recordaba el nombre y algunos juegos que compartieron.
Rebeca miró por la ventana. Un sauce llorón agitaba sus ramas como intentando acariciar el camino. Solo que no alcanzaba a tocarlo. Sus brazos no eran tan largos. La escarcha se pegaba a los cristales de los coches y Rebeca imaginaba una ciudad congelada de frío y solitaria, llena de luces pero vacía de pisadas. Seguía sintiéndose muy extraña y sin saber que hacer. Sintió una punzada en el corazón que le obligó a encender la luz del cuarto. Allí estaba su perrita. Parecía más relajada. Disfrutando de un sueño plácido y sobre la cama vio una rosa, roja como el fuego y húmeda como un beso. ¿De dónde había salido aquella flor? Rebeca fue al baño y la tiró por la taza de water. El ruido de la cisterna le arrancó un gritito y quiso darse una ducha pues empezaba a sentirse sucia. Al quitarse la bata se vio unos arañazos en el brazo derecho, también descubrió otros en la espalda cuando, intuyéndolo, se dio la vuelta en el espejo. Después de ducharse desayunó. Faltaban pocos minutos para que tuviera que salir camino al trabajo. El café tenía un sabor demasiado amargo y tuvo que endulzarse con un poco de chocolate. Su perrita ya se había despertado y saltaba a su alrededor de puro contento. El sol por fin asomaba viniendo a ser lo que el beso del príncipe a la Bella Durmiente y la gente, a través de la ventana, empezaba aponerse en movimiento. Rebeca se dispuso a vestirse y a preparar su bolso.

Pasaron los años y nunca le volvió a pasar nada parecido pero Rebeca no puede evitar albergar la sensación de que aquella noche estuvo con alguien.

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