Si tú estuvieras aquí ya no caminaría sola, por el sendero de la incertidumbre, hacia una casa donde mi voz es enterrada bajo las baldosas.
A veces miro a mi muñeca de trapo. La que tengo desde que era una niña y me gusta tanto y le pregunto si sabe dónde estás. Pero los hilos de su boca, apretados y de color granate, no pueden confesarme el secreto. Aunque yo sé que mi muñeca de trapo conoce el lugar donde vive ese chico y es muy posible que me lo diga esta noche, en mis sueños.
Como siempre, voy sola por la calle. Los perros me asustan, los coches me marean y no soy capaz de mirar a la gente que se cruza conmigo. Voy buscándote.
Me he puesto un vestido naranja, como la tarde... y me he maquillado un poco. También me he perfumado. Es un aroma barato pero que huele muy bien.
No sé a dónde ir. A mi paso percibo cierta brutalidad y algo de tristeza. Entro en una tienda y compro golosinas. Me las como en un banco. Son tan dulces... llenas de azúcar.
Veo un jardín de rosas. Es el jardín donde una madrugada tu y yo haremos el amor mientras la gente descansa de sus rutinas. Algunas estrellas caerán del cielo. Son pegatinas que se adhieren a nuestras espaldas formando los tatuajes que marcarán para siempre nuestro romance.
Así, con la ciudad callada, con las toses, ladridos y sirenas tragadas por un descanso necesario los corazones ilusionados pueden pintar de rojo las calles. Pero no te encuentro y al final me sorprende la noche sentada en el mismo banco, comiendo ahora bombones y viendo a mi marido acercarse con aires de preocupación y cansancio. Me ha traído la muñeca pero está muy serio. Creo que esta noche me tocará a mi hacer la cena.
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