miércoles, 7 de diciembre de 2011

El amante desconocido


Si tú estuvieras aquí ya no caminaría sola, por el sendero de la incertidumbre, hacia una casa donde mi voz es enterrada bajo las baldosas.

A veces miro a mi muñeca de trapo. La que tengo desde que era una niña y me gusta tanto y le pregunto si sabe dónde estás. Pero los hilos de su boca, apretados y de color granate, no pueden confesarme el secreto. Aunque yo sé que mi muñeca de trapo conoce el lugar donde vive ese chico y es muy posible que me lo diga esta noche, en mis sueños.

Como siempre, voy sola por la calle. Los perros me asustan, los coches me marean y no soy capaz de mirar a la gente que se cruza conmigo. Voy buscándote.

Me he puesto un vestido naranja, como la tarde... y me he maquillado un poco. También me he perfumado. Es un aroma barato pero que huele muy bien.

No sé a dónde ir. A mi paso percibo cierta brutalidad y algo de tristeza. Entro en una tienda y compro golosinas. Me las como en un banco. Son tan dulces... llenas de azúcar.
Veo un jardín de rosas. Es el jardín donde una madrugada tu y yo haremos el amor mientras la gente descansa de sus rutinas. Algunas estrellas caerán del cielo. Son pegatinas que se adhieren a nuestras espaldas formando los tatuajes que marcarán para siempre nuestro romance.

Así, con la ciudad callada, con las toses, ladridos y sirenas tragadas por un descanso necesario los corazones ilusionados pueden pintar de rojo las calles. Pero no te encuentro y al final me sorprende la noche sentada en el mismo banco, comiendo ahora bombones y viendo a mi marido acercarse con aires de preocupación y cansancio. Me ha traído la muñeca pero está muy serio. Creo que esta noche me tocará a mi hacer la cena.

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