Todos los días iba a ver a Don Cristóbal, el cura de la parroquia, que le daba dos bolsas de arroz, pasta y leche y con un poco de suerte natillas o un lacito rosa (cosa que ocurrió una vez) y que, desde entonces, Dña. Turulata llevaba siempre en la cabeza.
Iba a recoger a su hijo del colegio y con las bolsas montaban en el autobús de vuelta a casa ya que ambos tenían descuento.
El niño, no era turulato sino muy listo y le gustaba su madre aunque estuviera turulata.
Dña. Turulata quería trabajar. Se presentó a encuestadora, cajera y figurante pero no la quisieron porque estaba turulata.
Un día se encontró un euro junto a la puerta de un supermercado. Dña. Turulata lo cogió y pensó en hacerle un regalo a su hijo. A unos pasos una gitana vendía unos globos enormes, de lunitas dormilonas, por un euro. Dña. Turulata compró uno pero estaba tan sucio que se puso a estornudar y tuvo que tirarlo. Dña. Turulata se puso a llorar pero, en el colegio, los niños le dijeron que no se preocupara que no tenía alergia.
Dña. Turulata y su hijo se querían mucho y por eso era que Dña. Turulata, a pesar de estar turulata, era feliz.
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