sábado, 23 de junio de 2018

El secreto de la sirena

Había una vez, una chica muy, muy guapa en un pueblo del norte de casitas de fachadas de diferentes colores llenas de hortensias, jazmines, tulipanes y rosas en sus enormes balcones enrejados de negro. Cerca se hallaba la playa llamada "El secreto de la sirena" que rodeaba en semicírculo la casita azul de Mireya frente al paseo de baldosas amarillas donde bañistas, turistas y gente del pueblo podía admirar la bella escultura de la sirena que daba nombre a la playa cuya leyenda cuenta que con sus cantos dormía a los bebés en la noche si sus padres no eran capaces de hacerlo. Por eso, en el pueblo de Mireya, no es extraño para los pueblerinos escuchar esos bellos cánticos que provienen de la vieja sirena  esculpida en el paseo de baldosas amarillas y vivita y coleando con su preciosa cola brillante muy, muy, muy por debajo del mar. Volviendo a la protagonista de este cuento diremos que esta moza tan, tan guapa que se llamaba Mireya y tenía una dulce voz, como joven y bella eran muchos los pretendientes que la rondaban en el pueblo. El de la casa roja, un joven esbelto de largo cabello rizado, el de la casa naranja, un hombre de barbas largas y sin un pelo de tonto en la cabeza... y muchos más pero quien realmente estaba enamorado de ella se llamaba Mario y era un pescador también joven y muy guapo. Con la piel curtida por el Sol y las manos lo suficientemente grandes como para abarcar cada pecho de ella. En el pueblo, las chicas de su edad solían decir de Mireya : "sí, sí. Muy guapa pero tonta". Mireya, al pasar, las miraba con compasión por el rabillo del ojo mientras una de las comisuras de sus labios se torcía hacia un lado y aceleraba sus pasos sin decir nada porque estaba harta de verlas en corrillo murmurar a cerca de ella siempre lo mismo.

Cuando la chica alcanzó la mayoría de edad el padre quiso casarla con uno de los hombres más ricos del pueblo llamado Igor. Igor era un hombre de sesenta años, gordo, bajito y calvo y de nariz colorada siempre por el vino con el que se acompañaba cada desayuno, almuerzo y cena. Igor poseía una docena de tierras y veinticinco casas distribuidas por todo el país, en el norte y en el sur. El padre de Mireya quería casarla con aquel buen partido y como también creía que era tonta y caprichosa pensó que no pondría ninguna pega y la vida de su pobre necia Mireya estaría solucionada. Cuando Igor, llamado por el padre, se presentó en la casa de ella a pedir su mano, Mireya dijo "quiero que venga Mario, el pescador. Elegiré entre los dos". "De qué manera elegirás, hija mía?" Preguntó el padre sorprendido. "No sé" dijo ella "De la manera más tonta". El padre no pudo más que reírse y satisfacer el deseo caprichoso de su hija porque, como buen padre, la quería aunque fuera tonta.

Ambos hombres se presentaron en la casa de la joven. Mario, el pescador, enamorado y algo confundido. "Bien" empezó Mireya "pensaré un número del uno al diez quien lo acierte será con quien me cansé". Igor dijo el cinco a lo que ella negó con la cabeza. Llegó el turno de Mario que se puso tan nervioso que también dijo el cinco. "Bingo! " Exclamó Mireya "Has acertado" y le besó "Contigo me casaré". "Pero yo he dicho el mismo número y antes que él" Se quejó Igor  "Cuando te pregunté a ti" Explicó Mireya "estaba pensando en otro número, cuando pregunté a Mario estaba pensando en el cinco". Cuando pasaron cinco años Mireya y Mario ya tenían cinco hijos y seguían enamorados como el primer día. Las dulces canciones que Mireya cantaba cada noche les dormía en un profundo y grato sueño. Porque, aunque en el pueblo siempre se dijo que Mireya era tonta, ella sabía muy bien cual era el secreto de la sirena. Y colorín colorado como la nariz de Igor este cuento se ha acabado, y brindaron sin vino los enamorados.

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