lunes, 19 de julio de 2021

Casa de muñecas

 


 Todo parecía transcurrir de manera normal. La mujer que me atendió por teléfono tenía una voz dulce y firme y me contó que era coleccionista de muñecas de porcelana y cuadros. La razón por la que las vendía era para poder comprar otras y así seguir con su negocio casero de compra-venta de objetos de segunda mano. La muñeca que había visto en Internet era preciosa, rubia y con los ojos azules y enormes. No sé si se trataba de la luz pero parecía emitir destellos con la mirada, como si estuviera viva y en su mano derecha sostenía un ramillete estival de flores amarillas. La quería para mi hija. No estaba precisamente boyante económicamente y me pareció un regalo muy adecuado para mi pequeña y para mi bolsillo.

A medida que iba recorriendo las avenidas, acercándome a la casa de la mujer, me pareció sentir una presencia tras de mí, como si alguien me siguiera. Me di la vuelta pero solo vi a una mujer vieja cargando con las bolsas de la compra. Tenía la nariz afilada y el cuello lleno de verrugas. Entonces se me acercó y me dijo al oído entre susurros "no se le ocurra acercarse a esa casa. La de las muñecas". Antes de preguntarle nada me fijé que las bolsas estaban llenas de muñecos, figuritas y vajillas, entre otras cosas y no de comida como yo creía.

- Cómo sabe...?

No me dió tiempo a terminar la frase. La anciana puso su dedo índice en sus labios y dobló la esquina. Apenas dos segundos después me asomé pero no había nadie.

Sentí un poco de miedo pero, para qué negarlo, me había encaprichado de aquella preciosa muñeca de porcelana. Más que ser un regalo por el cumpleaños de mi hija era un antojo. Ya tenía pensado hasta donde ponerla.

A pesar de todo, continué recorriendo el camino hasta llegar a la casa de la señora. La puerta del portal estaba abierta y antes de acercarme a su puerta en el piso bajo me pareció que alguien correteaba en la escalera, como huyendo o escondiéndose.

- Quién llama?- Dijo una voz dulce y firme.

- Soy la mujer que viene a por la muñeca.

Entonces abrió la puerta y un intenso escalofrio recorrió mi columna vertebral. Estaba temblando y ya notaba las manos sudorosas, pegajosas y un grito ahogado en mi garganta. Estaba paralizada por el miedo. La mujer que me había abierto la puerta era una anciana que sonreía con los dientes llenos de restos de carne humana y sangre. Entonces escuché gritar a una niña con unos chillidos histéricos como cuando sacrifican un animal. Pegué un empujón a la anciana y entré en el salón. Quedé conmocionada. Estaba lleno de muñecas de porcelana y cuadros de niñas. Una cría yacía medio muerta en el suelo con la cara devorada a bocados. Tenía boquita de piñón, con los labios pintados de rojo como todas las muñecas de la estancia y un pelo rubio. Los ojos eran grandes, de un azul intenso y no paraba de gritar. Estaba aterrorizada. De pronto vi la muñeca que venía a comprar, era igual a la niña aunque todas le guardaban cierto parecido. La cogí y la guardé en mi bolso. Antes de marcharme corriendo vi a la anciana sonreírme con sus dientes llenos de sangre y carne humana y decirme adiós con la mano.

"La niña mató a su hermana gemela. La favorita de la madre". Me di la vuelta y allí estaba la señora de las bolsas que ahora no llevaba ninguna. "Por favor, no denuncie. No cuente nada a nadie". "Está bien" accedí.

Cuando le entregué la muñeca a mi hija de cuatro años está se puso a gritar "Mala!, Mala!" Y la tiró al suelo con fuerza rompiéndola en mil pedazos. No sé me ocurrió decir ni una palabra. Me avergoncé de mi sangre fría, recogí los pedazos y los tiré a la basura. Quise pensar que todo lo ocurrido no había sido nada más que un mal sueño.


Lorena Caballero Ortega.