11- Mayo- 1990
Todo quedó hecho añicos cuando lancé toda mi pena en
dirección a tu ventana. Un lamento incrédulo, una risa violenta... Solo una
canción para calmar tus desaires, si hemos de ser condescendientes ante tal
falta de delicadeza. Pero no bailaste a mi son. Es más, ni siquiera bailé yo,
como suelo hacer cuando me embriago ahora. Como cuando antes solo tú me
bastabas si quería evadirme de una realidad que me quedaba y me sigue quedando
grande. Pero retornemos y olvidemos, por un momento, todos esos cristales
esparcidos por el suelo.
Tarde gris. Oh, vaya. Parece que llueve. Es tarde aunque no
llega a ser la hora de las brujas por lo que no debemos temer a las malas o
malos que luego saldrán en su escoba a surcar los cielos dispuestos, dispuestas
a hacer mil fechorías. De momento, siento que la noche es mía y tuya. Pues ya
ha anochecido. Nos paseamos, de la mano, mientras mi izquierda sostiene un
cigarrillo y la tuya un paragüas. Te digo que no, que quiero empaparme de tu
mirada. Te ríes. El mejor premio para una cansada jornada de refrescos y
aperitivos a las mesas blancas y elegantes de esa cafetería no precisamente de
izquierdas, ni de artistas, ni de almas a la deriva. Y yo, solo una pobre
muchacha. Becaria. Aunque quizá igual sería venir de alguna provincia no muy
lejana. Aquí, en la gran urbe te conocí. Pero no me impresionaste por nada y
quizá por eso mismo quise formar parte de ti. Y qué más decir...
Rompo el cristal para que entiendas lo que me ocurre por
dentro y se me pierde el zapato, de tacón, inmerso en una laguna de baldosas.
Idéntico, o así lo creo, al de
Cenicienta. Tanto te hablé de los cuentos clásicos... sabías que era una de mis
pasiones, como tú, como tantas. Y no sé si te diste cuenta. El zapato, por
supuesto, no era de cristal. Pero fue como otro chillido al viento. La llamada
de un nuevo amante. Pero esta vez sin que me reciba sentado a una mesa blanca y
elegante.
12- Mayo- 1990
Ahorré lo suficiente como para alquilar una buhardilla en
plena calle Huertas. Al principio pensé que no soportaría tanto ruido, sobre
todo, de madrugada, desde el jueves
hasta el lunes. Me imaginaba dando vueltas en la cama, como tantos tumbos he
ido dando desde que nuestra relación se terminó. Entonces fue cuando decidí
tener un hijo. Al saber la noticia alquilé este sitio, donde aún sigo y hay una
cuna de madera con una mullida almohada. Para él que, por aquel entonces, era
recién nacido. El carrito estaba en el trastero, donde también guardaba y sigo
guardando todas tus fotos y cartas, en esa caja que desde hace tiempo no abro.
Luego me di cuenta de que el bullicio no llegaba hasta nuestro cobijo, quizá
por hallarse en el quinto. Era grato mirar las estrellas por la claraboya antes
de que Morfeo me hiciera deslizarme por esos sueños que me hacían despertar con
mal sabor de boca. Pero él, mi niño, siempre me recibía con una sonrisa o risas
al ver que ya amanecía y su madre también con el cabello desordenado, somnolienta y con un camisón barato
pero precioso, como joyas falsas. El
padre me hizo ilusiones vanas, como un cero a la izquierda, como, más tarde,
comprendí que no se trataba de una comparación literaria. Así mis antojos, mis
salidas a la hora más inesperada al Hospital, asustada, tuve que cargármelas a
la espalda y caminar con ellas sola. Como tantas, aún teniendo marido y además cena. Me apunté a clases de
canto y empecé a tocar la guitarra. Aprendí muy rápido pero a los cinco meses
me costaba y a los ocho para qué contar. Solía llevar unas escasas mil pesetas
en el monedero con las que compraba los alimentos básicos para mi: pan, huevos
y leche. También patatas y ensaladas envasadas. Al niño le bastaba con tomar
leche en polvo de la farmacia ya que, por aquel entonces, me recetaron unas pastillas muy fuertes, además de hierro y
calcio para recuperarme de lo débil que estaba y otras dolencias que prefiero
no contar. Así el niño no podía tomar leche del pecho. Siempre me lo reprocharé
y siempre lo echaré de menos. Creo que los bebes que no toman leche materna, de adolescentes desarrollan ciertas
fluctuaciones en su estado de ánimo que les lleva a consumir algún tipo de
droga, en el mejor de los casos solo tabaco. Creo que incluso se sienten más
indefensos, como si algo les hubiera faltado, como un cántaro vacío. Siempre
tienen sed y nunca llegan a encontrar algo que les calme. Como yo misma
intentando poner un parche, calmándome, cayendo una y otra vez y volviendo a
resurgir como Venus renacía y miraba la Luna, haciendo caso omiso a Júpiter y
emergiendo de ese mar que pretendía ahogarla.
10-Julio-2012
Sí, he vuelto a la buhardilla. Mi hijo tiene ya 22 años.
Hizo la carrera de Magisterio y se especializó en Literatura. Se trasladó a
Estados Unidos en su afán de estudiar Arte Dramático y creo que lo terminó, es
más, me habló de ciertos papeles que le habían dado en algunas películas de
segunda. Incluso consiguió uno protagonista para una comedia, que, según me
dijo iba a llegar a España. No me habló de títulos ni apenas me dio datos por
lo que yo cada mañana compraba el periódico y buscaba en cartelera las
películas americanas. Comedia. Protagonizado por… Pero nunca vi su nombre.
De mi, prefiero no decir mucho. Vivo aquí, sola. La cuna
sigue al pie mi cama, pensé en venderla pero quizá es que por mucho que haya querido
ser una mujer independiente y así haya sido durante mucho tiempo, como
realmente me sienta es madre. No huérfana, pero casi. Vivo la partida de mi
hijo como un exilio pues no se fue porque quisiera. Quizá una enfermedad tras
el parto que me prometí transitoria y cuyo diagnóstico persevero en el tiempo.
Y él partió como lo hace un marinero
hacia tierras que tal vez traigan lo que no le dio esta, llena de olivos,
naranjos, vino en las tabernas con flamenco o calles llenas de terrazas en
Verano donde, por supuesto, no faltan las cervezas, Las Ventas y algún cantante
para quinceañeras.
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