martes, 9 de septiembre de 2014

Un pedazo más de mi vida

11- Mayo- 1990

Todo quedó hecho añicos cuando lancé toda mi pena en dirección a tu ventana. Un lamento incrédulo, una risa violenta... Solo una canción para calmar tus desaires, si hemos de ser condescendientes ante tal falta de delicadeza. Pero no bailaste a mi son. Es más, ni siquiera bailé yo, como suelo hacer cuando me embriago ahora. Como cuando antes solo tú me bastabas si quería evadirme de una realidad que me quedaba y me sigue quedando grande. Pero retornemos y olvidemos, por un momento, todos esos cristales esparcidos por el suelo.

Tarde gris. Oh, vaya. Parece que llueve. Es tarde aunque no llega a ser la hora de las brujas por lo que no debemos temer a las malas o malos que luego saldrán en su escoba a surcar los cielos dispuestos, dispuestas a hacer mil fechorías. De momento, siento que la noche es mía y tuya. Pues ya ha anochecido. Nos paseamos, de la mano, mientras mi izquierda sostiene un cigarrillo y la tuya un paragüas. Te digo que no, que quiero empaparme de tu mirada. Te ríes. El mejor premio para una cansada jornada de refrescos y aperitivos a las mesas blancas y elegantes de esa cafetería no precisamente de izquierdas, ni de artistas, ni de almas a la deriva. Y yo, solo una pobre muchacha. Becaria. Aunque quizá igual sería venir de alguna provincia no muy lejana. Aquí, en la gran urbe te conocí. Pero no me impresionaste por nada y quizá por eso mismo quise formar parte de ti. Y qué más decir...

Rompo el cristal para que entiendas lo que me ocurre por dentro y se me pierde el zapato, de tacón, inmerso en una laguna de baldosas. Idéntico, o así lo creo,  al de Cenicienta. Tanto te hablé de los cuentos clásicos... sabías que era una de mis pasiones, como tú, como tantas. Y no sé si te diste cuenta. El zapato, por supuesto, no era de cristal. Pero fue como otro chillido al viento. La llamada de un nuevo amante. Pero esta vez sin que me reciba sentado a una mesa blanca y elegante. 

12- Mayo- 1990

Ahorré lo suficiente como para alquilar una buhardilla en plena calle Huertas. Al principio pensé que no soportaría tanto ruido, sobre todo,  de madrugada, desde el jueves hasta el lunes. Me imaginaba dando vueltas en la cama, como tantos tumbos he ido dando desde que nuestra relación se terminó. Entonces fue cuando decidí tener un hijo. Al saber la noticia alquilé este sitio, donde aún sigo y hay una cuna de madera con una mullida almohada. Para él que, por aquel entonces, era recién nacido. El carrito estaba en el trastero, donde también guardaba y sigo guardando todas tus fotos y cartas, en esa caja que desde hace tiempo no abro. Luego me di cuenta de que el bullicio no llegaba hasta nuestro cobijo, quizá por hallarse en el quinto. Era grato mirar las estrellas por la claraboya antes de que Morfeo me hiciera deslizarme por esos sueños que me hacían despertar con mal sabor de boca. Pero él, mi niño, siempre me recibía con una sonrisa o risas al ver que ya amanecía y su madre también con el cabello desordenado, somnolienta y con un camisón barato pero precioso,  como joyas falsas. El padre me hizo ilusiones vanas, como un cero a la izquierda, como, más tarde, comprendí que no se trataba de una comparación literaria. Así mis antojos, mis salidas a la hora más inesperada al Hospital, asustada, tuve que cargármelas a la espalda y caminar con ellas sola. Como tantas, aún teniendo  marido y además cena. Me apunté a clases de canto y empecé a tocar la guitarra. Aprendí muy rápido pero a los cinco meses me costaba y a los ocho para qué contar. Solía llevar unas escasas mil pesetas en el monedero con las que compraba los alimentos básicos para mi: pan, huevos y leche. También patatas y ensaladas envasadas. Al niño le bastaba con tomar leche en polvo de la farmacia ya que, por aquel entonces, me recetaron  unas pastillas muy fuertes, además de hierro y calcio para recuperarme de lo débil que estaba y otras dolencias que prefiero no contar. Así el niño no podía tomar leche del pecho. Siempre me lo reprocharé y siempre lo echaré de menos. Creo que los bebes que no toman leche materna,  de adolescentes desarrollan ciertas fluctuaciones en su estado de ánimo que les lleva a consumir algún tipo de droga, en el mejor de los casos solo tabaco. Creo que incluso se sienten más indefensos, como si algo les hubiera faltado, como un cántaro vacío. Siempre tienen sed y nunca llegan a encontrar algo que les calme. Como yo misma intentando poner un parche, calmándome, cayendo una y otra vez y volviendo a resurgir como Venus renacía y miraba la Luna, haciendo caso omiso a Júpiter y emergiendo de ese mar que pretendía ahogarla.
10-Julio-2012

Sí, he vuelto a la buhardilla. Mi hijo tiene ya 22 años. Hizo la carrera de Magisterio y se especializó en Literatura. Se trasladó a Estados Unidos en su afán de estudiar Arte Dramático y creo que lo terminó, es más, me habló de ciertos papeles que le habían dado en algunas películas de segunda. Incluso consiguió uno protagonista para una comedia, que, según me dijo iba a llegar a España. No me habló de títulos ni apenas me dio datos por lo que yo cada mañana compraba el periódico y buscaba en cartelera las películas americanas. Comedia. Protagonizado por… Pero nunca vi su nombre.


De mi, prefiero no decir mucho. Vivo aquí, sola. La cuna sigue al pie mi cama, pensé en venderla pero quizá es que por mucho que haya querido ser una mujer independiente y así haya sido durante mucho tiempo, como realmente me sienta es madre. No huérfana, pero casi. Vivo la partida de mi hijo como un exilio pues no se fue porque quisiera. Quizá una enfermedad tras el parto que me prometí transitoria y cuyo diagnóstico persevero en el tiempo. Y  él partió como lo hace un marinero hacia tierras que tal vez traigan lo que no le dio esta, llena de olivos, naranjos, vino en las tabernas con flamenco o calles llenas de terrazas en Verano donde, por supuesto, no faltan las cervezas, Las Ventas y algún cantante para quinceañeras.

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