domingo, 14 de septiembre de 2014

A Eloisa

Escrito a los quince años y rescatado de un cajón, por un tiempo olvidado.

Ahí está de nuevo la vieja pesada gritando mi nombre. Tengo su agria voz incrustada en mis oídos. Será mejor que vaya a ver qué quiere o empezará a gritar como una histérica.

Me había llamado porque el señor quería que le preparara una copa de coñac, dice que le sienta bien tomarlo antes de la cena. Al señor, sinceramente, le sienta bien tomarlo a cualquier hora... Bueno, parece que ya están deliciosamente enjaezados para bajar a cenar al comedor, al menos durante un rato me dejarán tranquilo.

Eloisa, despierta de un sueño con él.
Cada día que pasa soporto peor esta absurda familia, tan ridícula como la sociedad en la que se desenvuelven: Sir Thomas, heredero de una inmensa fortuna, dedica la totalidad de sus días a fumar cigarros puros, beber coñac y formar tertulia con otros ricachones como él, personajes de cera sin una arruga de esfuerzo. Es un tipo mediocre, con la cabeza tan hueca que por más que uno buscase no encontraría nada de interés. Su esposa, Lady Sarah, una obesa mujer astuta de ojos ásperos, le engaña desde años con otro acaudalado e igualmente ignorante individuo. Derrocha la fortuna del marido en fiestas desorbitadas y malcría a la única hija del matrimonio, a la que consiente todos los caprichos, incluso este fastuoso viaje transatlántico. Una jovencita descarada y grosera, cuya principal diversión consiste en lucir provocadores escotes y flirtear con cualquier varón que se ponga a tiro.

Durante esta anodina travesía, gasto mi tiempo observando y escuchando escépticamente sus conversaciones, esas en las cuales hablan de la ida y la vuelta, de la llegada al continente americano y de la vuelta a Inglaterra. Ellos ignoran que yo no pienso volver. Suponen que como un perro fiel expiraré con ellos, el buenazo de Henry, no saben lo equivocados que están. Mi viaje es de una única dirección. Me quedaré en ese desconocido destino e intentaré emprender una nueva vida (no en vano dicen que es "la tierra de las oportunidades"), una vida que me aleje del pasado, que me haga olvidar mi juventud en España, mi madurez en Inglaterra, el mundo entero, todo excepto de ella, mi amada Eloisa. No tengo rumbo fijo, no hay itinerario marcado, ni trayectoria definida, de modo que cualquier imprevisto que se presente en mi camino y me abra nuevas posibilidades será bienvenido.

Si me detengo un momento, descubro que pensar en todos los años que llevo al servicio de esta miserable gente me provoca un asco y un abatimiento desmesurados. Recientemente he leído que "a un hombre puede llegar a gustarle la mierda, si su sustento depende de ella", no acierto a compartir esta idea, será que hay varios tipos de hombre. Si Eloisa no hubiera estado a mi lado, y su estímulo y su apoyo hubieran sido mi refugio, hace mucho que yo no estaría aquí. Ahora que ella se ha ido, quisiera volver a empezar, borrar un pasado que se me antoja incombustible para seguir viviendo. Salir de esa casa en la que cada rincón, cada detalle, cada reflejo de luz me la trae a la memoria. Continúo echando de menos el murmullo provocado por el roce de sus faldas contra los peldaños de la escalera, su antiguo perfume de Madreselva, sus dedos acariciando furtivamente mi mano al cruzarnos en el salón a la hora del té. Últimamente la recuerdo tal como era cuando yo la conocí: una preciosa morena con el pelo muy largo recogido en un moño, con ojos negros de mirada bailarina, tan menudita que con frecuencia la confundían con una niña. Mi Eloisa. Todo iba bien hasta que la familia para la que trabajaba trasladó su residencia al sur de Inglaterra y ella tuvo que acompañarles. Mi salario era entonces escaso y eventual, no podía prometerle nada, no poseía nada que ofrecer, nada salvo el amor que le profesaba, solo que únicamente de amor no se vive, quizá se muere. La dejé marchar y me arrepentí en el mismo instante en que lo hacía, mientras besaba tiernamente su mejilla. Bastaron unas pocas semanas para que la decisión de enmendar mi error fuese inamovible. Realicé el trayecto en barco desde Santander, y una vez en tierra no descansé hasta encontrarla. Los primeros años fueron muy duros, pero mis planes estaban suficientemente claros: contraeríamos matrimonio, ahorraríamos durante un tiempo prudencial y tan pronto como fuera posible retornaríamos a nuestra pequeña ciudad de origen. Compraríamos una casa modesta que llenaríamos de chiquillos. Recuerdo a mis hijos, los niños que jamás tuve y siempre soñé, rodeándome bulliciosos, con esa frescura propia de los gestos infantiles. Por algún motivo que se me escapa nunca regresamos. Ella trabajaba como doncella en casa de los Coldman, y yo entré al servicio de mis actuales patronos. Nos casamos, pero apenas podíamos vernos. Más adelante, la suerte quiso que una de las doncellas de mi casa se despidiera y Eloisa la sustituyó. A partir de entonces pasamos juntos los días y las noches, inseparables. Fuímos felices, como lo son los enamorados, como lo son los que han encontrado la fuente de gozo, el elixir de la alegría. "Siempre juntos", prometimos, y ahora ella, traidora, ha faltado a su palabra.

Acabo de percibir un estremecimiento, como si el barco hubiera chocado, creo que me he quedado traspuesto y he despertado bruscamente, sí, eso debe haber ocurrido. Oigo ruido de pasos apresurados y voces imperiosas acercándose por el pasillo. Golpean mi puerta. Un miembro de la tripulación viene a avisarnos: se ha producido un leve choque con un bloque de hielo, no hay motivo para preocuparse. Recomiendan a todos que suban a cubierta con el chaleco salvavidas que les están repartiendo y ropa de abrigo, la noche está fría. Le comunico que los señores aún no han regresado del comedor. No importa, seguro que están bien atendidos.

Subo a cubierta y veo un panorama desolador. La noche es negra y tupida, el frío, afilado como un cuchillo. Los trozos de hielo desprendidos en la colisión aún permanecen en el suelo. Han comenzado a preparar los botes salvavidas para desalojar el barco. Enjoyadas señoras y elegantes caballeros permanecen a la espera de instrucciones. No hay demostraciones de pánico, solo un ahogado murmullo de terror, los han educado para que oculten lo que sienten. Me pregunto dónde estarán Lady Sarah y los demás. La imagino luciendo ese artilugio de flotación que nos han entregado, probablemente con las cintas sin abrochar. Algunos oficiales tienen problemas con el pasaje, quieren subir a los botes más personas de las permitidas. Ha corrido el rumor de que no hay suficientes plazas para todos, si acaso para la mitad de los viajeros. Están embarcando primero a mujeres y niños, a los demás les ruegan que esperen. Esperar ¿a qué? Mujeres sollozantes parten cubiertas por gruesos abrigos con niños en brazos. La temperatura es muy baja. Tropiezo con Sir Thomas. Él y sus amigos se disponen a bajar a los salones, van a tomar una copa. Me invita a acompañarles, jamás le hubiera supuesto en semejante situación. Declino amablemente la oferta, prefiero la silenciosa soledad del camarote.

Me río, ya sé que no es el mejor momento, pero no puedo evitar que una sonrisa irónica me asome a los labios: esta podrida sociedad, tan quebradiza como su invulnerable barco, se va a pique. Las mujeres y los niños están en los botes. Los hombres se quedan, no hay sitio para todos. La muerte viene a buscarnos sin establecer discriminación por jerarquía social. Nos encuentran desarmados - a algunos también desalmados - e indefensos. El despreciable Sir Thomas va a sucumbir igual que el más plebeyo de a bordo, alcanzados todos por la inexpugnable dama de la guadaña.

Estoy tranquilo mientras contemplo el agua helada inundando la estancia, entra tan silenciosa que apenas si se nota su presencia. Una suave paz me asegura que el viaje concluirá felizmente. Me reúno contigo, Eloisa amada. No tardo. Ya voy. Eloisa. Voy.

2 comentarios:

  1. Para una chica de quince años no está mal. Pero noto cierto pesimismo, tristeza, negra fatalidad y uso de tópicos o, más bien, prejuicios (ricachones, niña consentida, mujer infiel, criado resentido, etc.). Me gustaron más otros escritos tuyos.

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    1. Sí, es un relato pesimista ya que el protagonista también lo es y está escrito en primera persona por lo que es su punto de vista el que prima en el texto. ¿Prejuicios? Yo no lo llamaría así. Él dice "ricachones" o "niña consentida" por el mismo motivo, por como se siente, por como es su personalidad quizá algo antisocial, sobre todo en esa esfera en la que se desenvuelve... Al no estar junto a la mujer que quiere y llevar tanto tiempo al servicio de la misma familia es como que se le agría el carácter. Uso de tópicos podría ser pero si es un personaje cuyo vocabulario tira por ahí pues creo que está bien conseguido. De todos modos, me alegro que otros escritos míos te gusten y que este lo hayas leído. Cuando lo escribí leía mucho más que ahora y estaba estudiando así que hay más influencias y mayor conocimiento, o eso creo, en lo que puse. Un abrazo y qué curioso y bonito tu nombre.

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