jueves, 19 de enero de 2012

Esas píldoras que me dan

Me levanto por la mañana, con las legañas pegadas a los ojos pero fresco como una rosa. Desayuno y me tomo la pastilla de la felicidad, la quitamiedos y la de los días serenos. Luego te veo, todavía dormida con esa carita de ángel malo que aviva mis recuerdos. De cuando bajo un sol radiante, al pie de un rosal en un jardín recién regado, húmedo y oloroso intercambiábamos nuestras salivas. La tuya dulce,  un panal, alimento para mi corazón amargo y la mía como sopa recién hecha, caliente con miles de palabras repetidas y entrecomilladas. Te quiero, te amo, eres toda mi vida, jamás te olvidaré. Y así, junto a ti, me voy quedando dormido. Te beso el cuello, te cojo por la cintura. Tu no te enteras aunque sueltas un leve gemidito y después una especie de ronquido tibio y dulce como el de un pajarillo. Me duermo, en tus brazos. Ni el dormir de un niño acunado por las nanas amorosas de su madre puede ser más amable. Me levanto. Otro día. Con las legañas pegadas a los ojos pero fresco como una rosa. Desayuno y después me tomo la pastilla de la felicidad, la quitamiedos y la de un día tranquilo. Después te veo, en la cama, dormida aún con esa carita de ángel malo que me trae tantos recuerdos. Me acuesto a tu lado, tu calor me envuelve y me transporta a un sueño donde los erizos son de algodón y  las únicas armas son palabras comprensivas. Me voy quedando dormido, junto a ti. Te despiertas. Me ves dormido. Sonríes. Y me dejas ahí, sobre la cama. Descansar. Soy feliz, no tengo miedo, estoy tranquilo.