jueves, 21 de julio de 2016

La nota


Escrito a los veinte años


Cuando regresé a casa la hallé en la misma posición. Sobre la mecedora, balanceando su cuerpo enjuto. Los ojos invisibles ante mi presencia:

- No veo estrellas en el cielo.
- Tú eres la estrella.

Ni una leve sonrisa, ni un atisbo de ánimo en su mirada. Mi boca, cuajada de fisuras, anheló, como rocas de mar, el beso de las suaves olas de Luisa.

Pero ella permanecía acunando su desgana.

Un cabello cenizo cayó sobre la caldera mientras preparaba la sopa.

La esperé sentado a la mesa. Ella dibujaba, a lo alto, serpentinas y corazones. Comenzó a cantar bajito la primera canción que compusimos, se acarició la mejilla y besó su mano. Tras unos instantes susurró melancólica que ya no quedaban estrellas.

Al fin se acercó y comenzó a tomar la sopa. Entre cucharada y cucharada enviaba miradas lánguidas a mi rostro y a la nada. La cena se había quedado fría. No terminó el plato. Se levantó como si fuera una anciana reumática y anunció que solo quería dormir:

- Tú quédate buscando estrellas. Quiero estar sola.

Y se deslizó hasta nuestra habitación como el espectro de un lirio marchito. Puse a Carole king. Bajito, y me recosté en el sofá. Soñé con mi dama de noche: Lulú, un bálsamo de ternura. Fulguraba entre la lóbrega luz de algún local y hechizaba al gentío con la barita mágica de su voz. Veía su eterna melena, oscura y peligrosa, como un escorpión. Su breve cintura se ondeaba al compás de mi guitarra. Hacía las delicias de mi alma condensando allí todo su calor. Yo esperaba con fervor el momento de los aplausos para buscar como refugio la habitación de un hotel cualquiera.

Entonces Lulú saboreaba mi pecho, mis piernas, ahondaba en cada recobeco... luego subía y mordisqueaba mis labios. Un "esta noche hemos triunfado, mi vida" cosquilleaba mi cuello. Era un alazán galopando sobre un rinoceronte, un corcel de húmedos ojos que estallaba en un sollozo final.

El alba se estremecía.

Me quedé dormido.

Al despertar vi que la puerta del dormitorio se hallaba entornada. Entré:

- ¡Oh, Lulú! ¡Te amo! ¡Podemos volver a intentarlo!

Silencio. Me llevé las manos a la cabeza. Recorrí precipitadamente el pasillo hasta la cocina. No estaba allí. Busqué en el servicio. Faltaba su perfume afrutado. Tampoco en el cuarto de estar ni en el balcón la esncontré.

De vuelta a nuestra habitación abrí su armario. Totalmente vacío. Me giré. Entonces me di cuenta de que en el retrato de su mesita de noche, en lugar de mi foto, había una nota. Decía: "sí, tal vez yo sea la estrella"

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