domingo, 8 de enero de 2012

Dos amigos y una cucaracha

Observando a las hormigas
A los padres de Álvaro no se les ocurría otra cosa más que comprarle juguetes y juguetes. Vivían en un palacete de uno de los mejores barrios de Madrid. El padre era Ministro y la madre maestra y escritora, muy reconocida. Tenían una nany y varios criados. Unos cocinaban, los otros se ocupaban del jardín, los terceros de mantener la casa limpia y ordenada y la nany de cuidar con esmero de un niño que cada día estaba más triste. Álvaro ya tenía ocho años pero no iba al colegio, tenía maestros particulares que le enseñaban Literatura, Geografía y Piano y el niño se pasaba las tardes encerrado en su habitación jugando con sus juguetes. Tenía un coche enorme, teledirigido y con sonido, tenía los muñecos de las películas más famosas y todas las colecciones de cromos del momento. Pero al niño se le saltaban las lágrimas, solo, en su habitación atestado de juguetes que eran hermosos pero que no tenían voz para llamarle amigo, ni manos para hacerle una caricia o pegarle un empujón, ni pies para correr juntos. Lo que más deseaba Álvaro era tener un amigo, un amigo de verdad. Por otro lado, sus padres, no le hacían mucho caso. Estaban demasiados ocupados con sus quehaceres de ministro y maestra y se pasaban la mayor parte del tiempo fuera de casa. Y la nany era severa y arisca. Lo que más le inculcaba era disciplina y esfuerzo dejando a un lado sentimientos y dulces palabras.

Un día Álvaro se escapó al parque, hacía mucho que no salía de casa y deseaba tomar un poco el aire, observar los árboles sentado en un banco o jugar con la arena. Cuando llegó se fijó en una fila de hormigas que, soportando el peso de algunas miguitas y cáscaras de pipas, se dirigían a su hormiguero. Puso su nariz muy cerca de ellas y entonces se dio cuenta de que eran como bolitas negras, algunas mas gruesas y otras más pequeñas. Le pareció alucinante. También vio una que se alejaba de las demás, y una pequeña y enferma a la que otras dos llevaban en dirección al hormiguero. A Álvaro le pareció que eran todo un equipo, muy trabajadoras y limpias. Estaba tan embelesado en el estudio de aquellos seres que no se percató de que detrás de él había alguien. Cuando le hablaron Álvaro se volvió y observó a una niña algo más pequeña que él, con sonrisa divertida y ojillos chispeantes. “¿Te gustan las hormigas?” Le preguntó. “Sí” Dijo Álvaro, “Son interesantes”. “Ah, conque te gustan los bichos”. “Bueno, no todos. Me gustan las hormigas, las mariposas y las lagartijas” “Pues yo tengo un bicho en esta cajita que es mucho más alucinante que esas estúpidas hormigas”. La niña mostró una caja de cerillas con el dibujo de unos pajarillos picoteando unas ramas.”Se llama Theodora” Añadió la niña “¿La quieres ver?” El niño sintió curiosidad por lo que afirmó con la cabeza. La pareja se sentó en uno de los bancos del parque y la niña, muy despacio, fue abriendo la caja. Aquello le otorgaba emoción al acto y el niño se quedó gratamente sorprendido cuando vio el resultado. “¡Es increíble!” Exclamó.”¿De dónde la has sacado?”. “Me la encontré en el patio de la casa de mi abuela”. “¿Verdad que es hermosa?”.” Es interesante” Dijo el niño. “¿Más que tus hormigas?”. “Sí, mucho más”. La verdad es que a Álvaro aquella niña le resultaba extraña. Sus primas no eran así. Sus primas eran algo cursis, llevaban vestiditos de seda o terciopelo con puntillas y de color rosa y eran sosas y también un poco aburridas. Hablaban sobre princesas y hadas y a aquella niña ¡le gustaban los bichos! Era mucho más pícara y lucía unos tejanos y una camisa de cuadros. Iba algo despeinada y tenía un arañazo en la cara. “Me lo ha hecho mi gata” Le diría más tarde “No solo me gustan los bichos ¿sabes?” Y es que el bicho que tenía, el que le había enseñado, no era ni más ni menos que una cucaracha “Alucinante” Se asombraba Álvaro “¿y qué mas te gusta?” le preguntó Álvaro “Bueno, también me gustan los coches teledirigidos” “Ah, yo tengo un coche teledirigido y con sonido, te lo cambio por tu cucaracha” “No, ni hablar. Theodora vale mucho más que eso.” “Bueno, pues dime otra cosa que te guste.” “Bueno” dijo la niña “También me gustan los cromos de fútbol” “¿Los cromos de fútbol?” Se sorprendió el niño “Pues yo tengo todas las colecciones de cromos de fútbol.” “Te las cambio por Theodora” “No, no .Mi cucaracha es mucho más valiosa“ “Esta bien, dijo el niño” “Entonces, dime que es lo que más deseas. Me da igual lo difícil de conseguir que sea porque estoy seguro de que yo lo tengo” La niña se quedó pensativa un momento. Su mirada se perdió en lo claro del horizonte. A instantes parecía nostálgica, a momentos aturdida. De pronto dijo bajito “Bueno lo que siempre he deseado es tener un amigo de verdad con el que poder jugar. Yo estoy un poco sola, ¿sabes?. Todavía no he empezado el colegio y no conozco a nadie.” “Y ¿en tu barrio?” Se preocupó el niño “Mis vecinas dicen que soy rara y se asustan de mí” El niño sintió pena por ella y se dio cuenta de que aquello que deseaba la niña era lo que él llevaba buscando desde hacía mucho tiempo. Se dio cuenta de que se necesitaban el uno al otro y de que él podía darle lo que deseaba ofreciéndole su amistad e invitándola a ir a su casa y jugar juntos con los miles de juguetes que tenía Él era una amigo de verdad y tan seguro estaba que le dijo a la niña “Yo puedo ser tu mejor amigo y para demostrarte que soy una amigo de verdad te ofrezco mi amistad gratuitamente. Ya no quiero a tu cucaracha. Te ofrezco mi amistad sin pedirte nada a cambio ¿Qué te parece?” La niña rió de alegría, le abrazó con energía y le contesto “Theodora y yo estaríamos encantada de ir a tu casa a jugar con ese coche tan moderno y ruidoso que tienes”.