jueves, 14 de abril de 2016

La niña amapola

La niña amapola, entonces, huye. Por los campos. Dispuesta a encontrar respuesta que bien quiera Dios no sea un amor extraño. Ante tal diablo, es demasiado pequeña, para marchar y quizá buscar la respuesta al lado de su amor. Por eso cambia el ruído acústico por un millón de sabor: el canto de los pájaros, ríos en movimiento cuyas ninfas cantan a su son y un ¡Ay, por Dios! Ramas que bailan al viento en aquel lugar donde no existe el sufrimiento. Solo pequeñas gotas de amor eterno.

La niña amapola va a aquel lugar que tanto le gusta visitar en sus momentos de agotamiento donde solo desea libertad. Él la mira desde el espejo del río y admira su verdad. La niña amapola, a veces, cree que ya no puede más. Entonces por aquellos lares alguien le dijo al oído "mira dentro"... ¿quién fue, niña amapola? Pensó que tal vez un duende, pensó que tal vez un hada o un respiro ¿Una ninfa tal vez? Quizá, y quizá y quién sabe quién. Por eso miró en el interior del río y allí vio su propio rostro con el pelo rojizo (como buena y bella amapola) bañado de flores y como la más suculelnta macedonia, de mil sabores. Bañado su pelo en flores, de orquídeas y rosas como en peligro y defendiéndose de malos y diabólicos sin escrúpulos. También encontró un libro que secó al sol ¡Y qué se yo!

Desde entonces la niña amapola lee y escribe palabras a la nueva o vieja usanza y... a escritora llegó, cotizada y admirada, su padre cayó y la choza en la que vivían quedó en quien no tiene ni la ayuda de Dios.
Niña amapola

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