En las
trenzas de tu pelo encadené mis besos. Como flores que se marchitan a tu paso
por ser tú la más bonita. La que podía vencer al diablo. Después me dormí a tu
lado. Y te prometo que los besos que te di no eran despechados. Sencillamente
tu pelo encendió en mi un fuego de bondad y caprichos que no se curan con
caramelos. La almohada olía a ti y cada vez que te ibas y seguía durmiendo tu recuerdo me venía en sueños por el aroma sobre
mi almohada. Por eso susurré al viento que nuestras palabras de amor no se las
llevara a lugares inciertos. ¿Más valen los hechos? Las palabras son como
cuchillas en retretes de bar de mala muerte. Si puedes matar, mejor sigue… harás sangrar sin desdicha pero tampoco
bondad. Grité al viento, a altas horas de la madrugada, que te amaba y que por
eso, para desencadenar mi amor encadené a ti mis besos. Sí…susurros… a media
noche. Te despertaste por sueños inconclusos que te impulsaron a deshacerte el
peinado. Una cabellera reluciente nos iluminó y mi pobre padecer creyó, al fin,
haber encontrado su sitio. Nos iluminó más que la Luna, en su melancólico
cantar y mis besos, los que te di y prometí, en tu peinado volaron por el cielo
para los pobres, solos y desamparados. Y te fuiste con el cabello suelto y
cuando volví a cruzarme contigo solo me dijiste “la vida gira, volveremos a
vernos”
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